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Pregunta: ¿Qué significa que Dios es nuestro Abba Padre?

Respuesta:
En las Escrituras se utilizan muchos nombres diferentes para describir a Dios. Aunque todos los nombres de Dios son importantes en muchos sentidos, el nombre "Abba Padre" es uno de los más significativos para entender cómo se relaciona con las personas. La palabra Abba es una palabra aramea que significa "Padre". Era un término común que expresaba afecto, confianza y seguridad. Abba significa la relación estrecha e íntima de un padre con su hijo, así como la confianza infantil que un niño pequeño deposita en su "papi".

Abba va siempre seguido de la palabra Padre en las Escrituras, y la frase se encuentra en tres pasajes. En Marcos 14:36, Jesús se dirige a Su Padre como "Abba, Padre" en Su oración en Getsemaní. En Romanos 8:15, "Abba, Padre" se menciona en relación con la obra de adopción del Espíritu que nos hace hijos de Dios y herederos con Cristo. En Gálatas 4:6, de nuevo en el contexto de la adopción, el Espíritu en nuestros corazones clama: "Abba, Padre". Juntos, los términos Abba y Padre enfatizan doblemente la paternidad de Dios. En dos idiomas diferentes, se nos asegura que Dios cuida de Sus hijos.

Muchos afirman que todas las personas son "hijos de Dios", pero la Biblia revela una verdad muy distinta. Todos somos creaciones Suyas y estamos bajo Su autoridad y señorío, y todos seremos juzgados por Él, pero el derecho a ser hijo de Dios y llamarle "Abba Padre" es algo que sólo tienen los cristianos nacidos de nuevo (Juan 1:12-13). Cuando nacemos de nuevo (Juan 3:1-8), somos adoptados en la familia de Dios, redimidos de la maldición del pecado y hechos herederos de Dios (Romanos 8:17; Gálatas 4:7). Parte de esa nueva relación es que ahora Dios nos trata de manera diferente, como familia.

Comprender lo que significa poder llamar "Padre" al único Dios verdadero y ser coherederos con Cristo nos cambia la vida. Debido a nuestra relación con nuestro Abba, Padre, Él ya no trata con nosotros como enemigos; en cambio, podemos acercarnos a Él con "libertad" (Hebreos 10:19) y en "plena certidumbre de fe" (Hebreos 10:22). El Espíritu Santo "da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Romanos 8:16-17).

Convertirse en hijo de Dios es el mayor y más humilde de los honores. Gracias a ello, tenemos una nueva relación con Dios y una nueva posición ante Él. En vez de huir de Dios y tratar de ocultar nuestro pecado, como hicieron Adán y Eva, corremos hacia Él, clamando: "¡Abba, Padre!", y encontrando el perdón en Cristo. Ser hijo adoptivo de Dios es la fuente de nuestra esperanza, la seguridad de nuestro futuro y la motivación para andar "como es digno de la vocación con que fuisteis llamados" (Efesios 4:1). Ser hijos del Rey de Reyes y Señor de Señores nos exige una norma más elevada, un modo de vida diferente y, en el futuro, "una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible" (1 Pedro 1:4).

Cuando Jesús enseñó a orar a Sus discípulos, comenzó con las palabras Padre Nuestro. Hay mucha verdad sólo en esas dos palabras. El Dios santo y justo, que creó y sostiene todas las cosas, que es todopoderoso, omnisciente y omnipresente, no sólo nos permite, sino que nos anima a llamarle "Padre". Qué privilegio el nuestro. Qué gracia tan asombrosa que Dios nos ame tanto, que Jesús se sacrifique por nosotros, y que el Espíritu Santo habite en nosotros y nos impulse a nuestro clamor íntimo de "¡Abba, Padre!".

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