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Pregunta: ¿Por qué Dios aceptó la ofrenda de Abel y rechazó la de Caín? ¿Por qué Caín mató a Abel?

Respuesta:
Los relatos del primer acto de adoración en la historia de la humanidad y del primer asesinato están registrados en el capítulo 4 del Génesis. El acto de adoración—las ofrendas de Caín y Abel—sigue al relato de Adán y Eva en el Jardín del Edén, su desobediencia a Dios y la entrada del pecado a la humanidad. La muerte, el juicio pronunciado sobre ellos por Dios, no tardó en hacer su entrada en la primera familia.

Caín y Abel, los hijos de Adán y Eva, "andando el tiempo" trajeron ofrendas al Señor (Génesis 4:3). Sin duda, lo hacían porque Dios les había revelado la necesidad de un sacrificio. Algunos se preguntan cómo iban a saber Caín y Abel qué sacrificar. La respuesta es que Dios debió instruirles sobre los detalles de un culto aceptable, aunque esas instrucciones no se incluyen en la narración del Génesis.

Abel era pastor, y su ofrenda al Señor fueron "las mejores partes de algunos de los corderos que eran primeras crías de su rebaño" (Génesis 4:4, NTV). Caín era agricultor, y su ofrenda fue "algunos de sus cultivos" (Génesis 4:3, NTV). La diferencia más evidente entre los dos sacrificios es que la ofrenda de Abel era un sacrificio animal (de sangre), y la de Caín era un sacrificio vegetal (sin sangre). Puede haber una implicación adicional de que, mientras que Abel trajo "las mejores partes", Caín simplemente trajo algunas de sus cosechas ordinarias. Sin embargo, las Escrituras no indican que ninguna de estas diferencias influyera en el hecho de que Dios aceptara a Abel y rechazara a Caín.

Lo que sabemos con certeza es que "El Señor aceptó a Abel y a su ofrenda, pero no aceptó a Caín ni a su ofrenda" (Génesis 4:4-5, NTV). También sabemos que Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7). Había algo en la motivación y la actitud del corazón de Caín, y posiblemente algo en su comportamiento, que hizo que su ofrenda fuera inaceptable para Dios. Obviamente, era algo de lo que era consciente y que podía remediar, ya que Dios le dijo después del hecho: "Serás aceptado si haces lo correcto" (Génesis 4:7, NTV).

Abel, en cambio, tenía la motivación correcta, el procedimiento correcto y la relación correcta con Dios. Esa relación se basaba en la fe: "Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín" (Hebreos 11:4). Desde el principio, las personas debían acercarse a Dios con fe. "Sin fe es imposible agradar a Dios" (Hebreos 11:6), y fe es evidentemente lo que le faltaba a Caín.

En Judas 1:11, leemos: "Han seguido el camino de Caín", una descripción que se refiere a los hombres sin ley. Esto puede significar que ellos, como Caín, inventaron desobedientemente sus propias formas de adoración, y no se acercaron a Dios por la fe. La ofrenda de Caín, aunque aceptable a sus propios ojos, no era aceptable para el Señor. De alguna manera, Caín había pervertido la forma de adoración prescrita por Dios, y su corazón no era recto. Se puso celoso de Abel, y egoístamente alimentó su orgullo herido. En lugar de arrepentirse ante la reprensión de Dios, Caín se enfureció y más tarde, en el campo, mató a Abel y trajo el juicio sobre sí mismo (Génesis 4:8).

El apóstol Juan nos da más información sobre el corazón de Caín: "No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas" (1 Juan 3:12). Los que pertenecen al maligno tendrán malas obras, y los que tienen malas obras odiarán naturalmente a los que tienen obras justas. La maldad en el corazón de Caín se reveló aún más cuando el Señor le preguntó: "¿Dónde está Abel tu hermano?" A lo que Caín respondió: "No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?" (Génesis 4:9). En esta respuesta, Caín dice una mentira descarada y muestra un nivel de insolencia sorprendente.

Cuando Jesucristo murió en la cruz, se convirtió en la expiación sustitutoria por nuestros pecados. La sangre de Cristo "habla mejor que la de Abel" (Hebreos 12:24). Tanto Abel como Cristo fueron asesinados por hombres malvados. Pero, como comentó el teólogo Erasmo: "La sangre de Abel clamaba venganza; la de Cristo, remisión".

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