Pregunta: ¿Qué es el Espíritu de adopción? (Romanos 8:15)?
Respuesta:
Romanos 8:15 dice: "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!". Este versículo contrapone dos espíritus: un "espíritu de esclavitud" o "espíritu de servidumbre" impersonal y el Espíritu Santo, llamado aquí "Espíritu de adopción". Otras traducciones traducen la frase el Espíritu de adopción como "el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos" (NTV), "el Espíritu que los adopta como hijos" (NVI) o "un espíritu de adopción como hijos" (NBLA).
Dos espíritus diferentes. Dos mentalidades diferentes que podemos tener en nuestro acercamiento a Dios: podemos acercarnos a Él como esclavos en esclavitud, o podemos acercarnos a Él como hijos adoptivos. La Biblia presenta una visión sublime de la adopción y la utiliza para establecer un paralelismo con la relación que Dios quiere tener con nosotros. El espíritu de esclavitud ve a Dios como un dueño de esclavos y a nosotros como sus súbditos temblorosos. El espíritu de adopción ve a Dios como un Padre amoroso y a nosotros como Sus hijos e hijas amados.
El espíritu de esclavitud se manifiesta en la religión legalista. Muchas sectas e incluso algunas denominaciones cristianas ponen tanto énfasis en el cumplimiento de las normas que infunden miedo y una sensación de temor en sus miembros. Se presenta a Dios como un capataz que nunca está satisfecho con nada de lo que hacemos. El nivel siempre está demasiado alto, así que la gente busca actividades religiosas para mantenerse ocupada con la esperanza de que Dios les acepte por su esfuerzo. Incluso los que han nacido de nuevo mediante la fe en el sacrificio de Cristo por sus pecados (Juan 3:3) pueden aferrarse a un espíritu de esclavitud, sin darse cuenta nunca de la libertad que les corresponde con el Espíritu de adopción.
Este espíritu de esclavitud imperaba en la cultura judía cuando Jesús vino a la Tierra. Reprendió enérgicamente a los líderes religiosos por inculcar ese legalismo en personas con las que Dios deseaba tener una relación de amor (Marcos 7:7-9; Mateo 23:15-16). Pablo advirtió a las primeras iglesias que estuvieran atentas al regreso de ese espíritu de esclavitud. En Gálatas 5:1 escribió: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud".
En sorprendente contraste está el Espíritu de adopción, el Espíritu Santo de Dios que nos introduce en la familia de Dios. Jesús invitó a los creyentes a dirigirse a Dios como "Padre nuestro" (Mateo 6:8-9). Dios explicó Su deseo de tratar a Su pueblo como hijos e hijas (2 Corintios 6:18). Dios ha hecho posible esta adopción espiritual mediante la fe en Su Hijo Unigénito, Jesucristo (Juan 3:16-18; 1:12; 14:6; Romanos 8:14). Basándose en nuestra fe y confesión de lealtad (Romanos 10:9-10), Dios nos adopta en Su familia eterna. Nos hace coherederos con Jesucristo (Romanos 8:17). Recibimos el Espíritu de adopción cuando aceptamos, por la fe, la gracia que se nos ha ofrecido en Cristo (Efesios 1:5; Romanos 8:23; Lucas 10:27). Es el Espíritu de adopción quien nos enseña a invocar a Dios como nuestro "Abba, Padre".
Hay una gran diferencia entre la forma en que los hijos sirven a sus padres y la forma en que los esclavos sirven a sus amos. Los esclavos pueden cumplir deberes; los hijos realizan actos de amor. Los esclavos obedecen por obligación; los hijos obedecen con gusto. A los esclavos les motiva el miedo al castigo; a los hijos, el amor a la relación. Los esclavos preguntan: "¿Qué hay que hacer?". Los hijos preguntan: "¿Qué más puedo hacer por ti?". El Espíritu de adopción nos cambia de esclavos temerosos a hijos e hijas gozosos. El Espíritu de adopción nos permite acercarnos "confiadamente al trono de la gracia" (Hebreos 4:16) como un hijo amado corre hacia su padre en tiempos difíciles. Gracias al Espíritu de adopción, podemos disfrutar sirviendo a Dios sin miedo ni obligación. Servir en el reino de nuestro Padre se convierte en el mayor deseo de la vida (2 Corintios 5:20).