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El absolutismo moral es la filosofía según la cual la humanidad está sujeta a normas de conducta absolutas que no cambian con las circunstancias, la intención del agente que actúa o el resultado del acto. Estas normas son universales para toda la humanidad, independientemente de la cultura o la época, y mantienen su relevancia tanto si un individuo o una cultura las valora como si no. Nunca es apropiado infringir una ley que se basa en uno de estos absolutos. Sin embargo, el absolutismo moral no dicta qué actos son morales o inmorales, sino simplemente que existe una moral absoluta.
El absolutismo moral es la categoría principal de la ética deontológica. La deontología basa la moralidad de un acto en su adhesión a las normas. Aunque todas las categorías de la ética deontológica sostienen que existe una moralidad absoluta, no todas creen que la moralidad resida solo en el acto, como enseña el absolutismo moral. La ética kantiana (o ética del deber) es la otra forma significativa de deontología y dice que un acto es moral si se hace deliberadamente y con los motivos correctos. La deontología contemporánea dice que hacer daño solo está permitido si se hace por un bien mayor. Y el principio de no agresión basa la moralidad en la fuerza; una persona solo puede usar la fuerza o causar daño cuando se defiende de un agresor.
Los absolutos del absolutismo moral adquieren su autoridad de varias formas distintas. La teoría de la ley natural dice que la naturaleza humana revela inexorablemente que algunas cosas son absolutamente correctas o incorrectas. Por ejemplo, torturar a inocentes está absolutamente mal, y cualquier contemplación razonable de la naturaleza humana estaría de acuerdo. El contractualismo enseña que la moralidad viene determinada por un acuerdo mutuo y voluntario entre las partes. El contrato puede ser un documento legal que describa las responsabilidades de las partes implicadas o los deberes civiles que asume un ciudadano a cambio de los beneficios de vivir en una sociedad. La teoría del mandato divino afirma que la moralidad de una acción viene dictada por Dios. Solo Dios puede determinar las reglas, y estamos obligados a seguir cada palabra que se nos aplique.
La Biblia enseña el absolutismo moral en espíritu, aunque no en detalles. Debemos acudir a la Palabra de Dios, no a nuestro propio juicio, para saber cómo es el comportamiento correcto e incorrecto. Pero como la creación de Dios refleja Su carácter, es inevitable que los hombres que buscan la sabiduría tropiecen de vez en cuando con Sus verdades.
Dios ha puesto en nuestros corazones una norma de lo que está bien y lo que está mal que, si la seguimos, hará que seamos bienaventurados (Romanos 2:14-15). Sin embargo, nuestra naturaleza caída y nuestra inclinación al pecado nublan nuestra conciencia. Por eso, la Biblia nos exhorta a pedir sabiduría a Dios (Santiago 1:5). El Salmo 119:59 (NBLA) dice: "Consideré mis caminos, y volví mis pasos a Tus testimonios". La consideración de la naturaleza humana nos muestra nuestra incapacidad y nuestra necesidad de Dios: "Si Tu ley no hubiera sido mi deleite, entonces habría perecido en mi aflicción" (Salmo 119:92, NBLA).
Dios ha establecido ciertas normas, y es pecado quebrantarlas. El Salmo 24:1 (NBLA) da testimonio de la autoridad de Dios: "Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan". Él estableció los absolutos de nuestra moralidad en Su Palabra: "Por tanto, obedecerás al Señor tu Dios, y cumplirás Sus mandamientos y Sus estatutos que hoy te ordeno" (Deuteronomio 27:10, NBLA). La teoría del mandato divino del absolutismo moral es la que más se acerca a lo que enseña la Biblia.
Discutir la filosofía de la ética desde un punto de vista secular y humanista es un ejercicio intelectual interesante, pero la pura realidad es que el hombre caído no puede descubrir la verdad y la bondad sin Dios. Como en el caso de Abraham, solo hay una forma de ser moral: "Y Abram creyó en el Señor, y Él se lo reconoció por justicia" (Génesis 15:6, NBLA).