Pregunta: ¿Qué significa "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Salmo 118:26, NBLA y otros)?
Respuesta:
El Salmo 118 es uno de los salmos del Hallel, también llamado "Hallel egipcio", una corta serie de salmos (Salmo 113-118) incorporados en la celebración de la Pascua. El salmo final se canta en la procesión festiva cuando el pueblo entra por las puertas del templo para adorar. En el Salmo 118:26 (NBLA), la congregación da la bienvenida al rey vindicado, cantando: "Bendito el que viene en el nombre del Señor; desde la casa del Señor los bendecimos".
Originalmente, este salmo describía el viaje de éxodo de Israel desde Egipto hasta su eventual llegada al monte Sión. Sin embargo, su celebración de bienvenida al rey se cumplió en última instancia en la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén el Domingo de Ramos. Los cuatro evangelios citan el Salmo 118:26: "Jesús estaba en el centro de la procesión, y toda la gente que lo rodeaba gritaba: "¡Alaben a Dios por el Hijo de David! ¡Bendiciones al que viene en el nombre del Señor! ¡Alaben a Dios en el cielo más alto!"" (Mateo 21:9, NTV; ver también Marcos 11:9; Lucas 19:38; Juan 12:13).
El término traducido "bendito" procede de la palabra hebrea barukh (literalmente "bendecir") y se utiliza con más frecuencia para referirse a Dios. Pero en el Salmo 118:26 habla de la figura del rey que viene con la autoridad de Dios. Faithlife Study Bible explica que barukh "describe otorgar a alguien un poder especial o declarar que Yavé es la fuente de un poder especial. En ese sentido, significa alabar a Yavé por lo que Él es" (Barry, J. D., et al, entry for Psalm 103:1, Lexham Press, 2012, 2016).
Con las palabras "Bendito el que viene en el nombre del Señor", el antiguo salmo alaba a Dios por quién es Él: "El Señor es Dios y nos ilumina" (Salmo 118:27, NBLA). La bendición también pronostica Su futura venida como Mesías de Israel. Durante la semana de la pasión, oímos el resonar: "Bendito el que viene en nombre del Señor", cuando la gente de la época de Cristo reconoce a Jesús como el tan esperado.
Antes, cuando Jesús se lamentaba por Jerusalén, predijo a los fariseos: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lucas 13:35). Jesús se identificó a sí mismo como "La piedra que desecharon los edificadores" (Salmo 118:22; cf. Mateo 21:42; Marcos 12:10; Lucas 20:17) que traería la salvación a todos los que le oraran: "¡Sálvanos, Señor!" (Salmo 118:2). Mediante Su crucifixión y resurrección, Jesús fue la "piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa" (1 Pedro 2:4). Se convirtió en la piedra angular (Hechos 4:11; Romanos 9:33), y "todo aquel que en él creyere, no será avergonzado" (Romanos 10:11; cf. 1 Pedro 2:4-8).
Jesús vino con el "poder especial" de Yavé. Estaba investido de toda la autoridad de su Padre Dios. Jesús habló con la autoridad de Dios, de modo que la gente "se admiraba de su doctrina" (Marcos 1:22). Expulsó a los espíritus inmundos (Marcos 1:21-28, 39; Lucas 4:31-37), sanó a los enfermos y perdonó los pecados de la gente (Mateo 9:1-8; Marcos 2:1-12; Lucas 7:48). Jesús controló la tempestad (Mateo 8:23-27), resucitó a los muertos (Juan 11:38-44) y limpió el templo (Marcos 11:27-33), todo por mandato de Dios.
"Toda autoridad en el cielo y en la tierra" le fue dada a Jesús por Su Padre (Mateo 28:18), incluida la autoridad "para juzgar" (Juan 5:27) y para entregar Su vida en sacrificio por los pecados del mundo (Juan 10:18). Dios le dio "potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los..." que Dios le había dado (Juan 17:2).
"Bendito el que viene en el nombre del Señor" es una declaración de alabanza y reconocimiento de que Jesucristo es el Salvador del mundo que vino en el poder y la autoridad de Dios. "Yo he venido en nombre de mi Padre", dijo Jesús (Juan 5:43). Todo lo que Cristo hizo fue por encargo de Su Padre. Todo lo que Jesús dijo e hizo fue para glorificar a Su Padre y llevar a cabo la obra de darlo a conocer a los seres humanos para que pudieran ser salvos (Juan 17:1-24).