Respuesta:
La idea de la "circuncisión del corazón" se encuentra en Romanos 2:29. Se refiere a tener un corazón puro, separado de Dios. Pablo escribe: "es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra". Estas palabras concluyen un pasaje de la Escritura, a veces confuso, relativo a la circuncisión y el cristiano. Los versículos 25-29 proporcionan el contexto:
"Pues en verdad la circuncisión aprovecha, si guardas la ley; pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión viene a ser incircuncisión. Si, pues, el incircunciso guardare las ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios".
Pablo está tratando la función de la Ley del Antiguo Testamento en relación con el cristianismo. Argumenta que la circuncisión judía es solo una señal externa de estar apartado para Dios. Sin embargo, si el corazón es pecador, la circuncisión física no sirve de nada. Un cuerpo circuncidado y un corazón pecaminoso son incompatibles. En vez de centrarse en los ritos externos, Pablo se centra en la condición del corazón. Utilizando la circuncisión como metáfora, dice que solo el Espíritu Santo puede purificar el corazón y apartarnos para Dios. En última instancia, la circuncisión no puede hacer que una persona esté bien con Dios; la Ley no basta. El corazón de una persona debe cambiar. Pablo llama a este cambio "circuncisión del corazón".
Este concepto no era original del apóstol Pablo. Como judío formado en la Ley de Moisés, sin duda conocía este tema del capítulo 30 del Deuteronomio. Allí, el Señor utilizó la misma metáfora para comunicar Su deseo de un pueblo santo: "Además, el Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas" (Deuteronomio 30:6, NBLA). La circuncisión física era una señal del pacto de Israel con Dios; la circuncisión del corazón, por tanto, indicaría que Israel había sido apartado para amar a Dios plenamente, por dentro y por fuera.
Juan el Bautista advirtió a los fariseos que no se enorgullecieran de su herencia física ni presumieran de su circuncisión: "y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras" (Mateo 3:9).
Los verdaderos "hijos de Abraham" son los que siguen el ejemplo de Abraham cuando creyó en Dios (Génesis 15:6). La circuncisión física no convierte a nadie en hijo de Dios; la fe sí. Los creyentes en Jesucristo pueden decir verdaderamente que son hijos del "Padre Abraham". "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa" (Gálatas 3:29).
Dios siempre ha querido más de Su pueblo que la mera conformidad externa a un conjunto de normas. Siempre ha querido que tengan un corazón para amarle, conocerle y seguirle. Por eso a Dios no le preocupa una circuncisión de la carne. Incluso en el Antiguo Testamento, la prioridad de Dios era una circuncisión espiritual del corazón: "Circuncídense para el Señor, y quiten los prepucios de sus corazones, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén, no sea que Mi furor salga como fuego y arda y no haya quien lo apague, a causa de la maldad de sus obras" (Jeremías 4:4, NBLA).
Ambos Testamentos se centran en la necesidad del arrepentimiento y del cambio interior para estar bien con Dios. En Jesús se ha cumplido la Ley (Mateo 5:17). Por medio de Él, una persona puede reconciliarse con Dios y recibir la vida eterna (Juan 3:16; Efesios 2:8-9). Como dijo Pablo, la verdadera circuncisión es un asunto del corazón, que realiza el Espíritu de Dios.