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Pregunta: ¿Cómo puedo superar una crisis de fe?

Respuesta:
El término crisis de fe suele referirse al momento en que una persona siente que ya no puede servir a Dios o seguir a Cristo. Una persona que atraviesa una crisis de fe se ve tentada a alejarse de todo aquello en lo que había creído. Cuando sentimos que nos enfrentamos a una crisis de fe, hay algunas preguntas que debemos hacernos:

1. ¿En qué tengo fe? La idea de "fe" se ha puesto de moda, y algunos utilizan la palabra para indicar lo profundos y espirituales que son. Pero la fe es tan buena como su objeto. Se puede tener fe en un puente, pero si ese puente está hecho de madera podrida y construido por alumnos de cuarto curso, no es prudente cruzarlo. Así que la fe espiritual es tan buena como sus cimientos.

Podemos tener lo que llamamos una "crisis de fe" cuando aquello en lo que creíamos nos defrauda. Pero muchas veces, lo que llamamos "fe" no era más que una confianza equivocada en un dios inventado por nosotros. ¿Nuestra confianza estaba en Dios, o en la idea de que nunca tendríamos problemas de cierto tipo? ¿Fue el Señor el objeto de nuestra fe, o un amigo o un familiar que nos falló? Si hemos depositado nuestra fe en otra cosa que no sea la Persona y la Obra de Jesucristo, tenemos garantizada la decepción (Juan 3:36).

2. ¿Qué causó esta crisis de fe? A menudo, una crisis de fe es el resultado de una tragedia. La muerte de alguien cercano, la traición de un mentor espiritual, una relación rota o cualquier otro tipo de pérdida devastadora pueden hacer que nos preguntemos si Dios nos presta atención. A veces, al final de una serie de golpes emocionales, nos encontramos en un punto de crisis. Es bueno identificar qué nos ha llevado hasta ahí, para comprender mejor la naturaleza de nuestra decepción y saber dónde está la verdadera herida.

3. ¿Qué creo que merezco y no he conseguido? En la raíz de la mayoría de las crisis de fe está este hecho: algo debería haber sucedido de una manera, y sucedió de otra. Cuando vivimos la vida con muchos "debería", nos estamos preparando para la decepción. Por ejemplo: "Debería haber sacado una nota sobresaliente en ese examen". "Él debería amarme después de todo lo que he hecho por él". "Dios debería haber sanado a mi hijo". En el fondo de esas afirmaciones está la suposición tácita de que sabemos más que Dios. Nosotros determinamos lo que "debería" suceder, y Dios tiene la obligación de ajustar la realidad a nuestras expectativas.

La mayoría de los cristianos que han caminado con Dios durante algún tiempo han experimentado al menos una crisis de fe. Elías experimentó una crisis así cuando la reina Jezabel amenazó con matarlo. Huyendo por su vida, Elías "anduvo por el desierto un día de camino, y vino y se sentó bajo un arbusto; pidió morirse y dijo: Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres" (1 Reyes 19:4, NBLA). Aquí estaba un hombre piadoso luchando contra la depresión y empezando a perder la visión de por qué estaba sirviendo a Dios.

A. W. Tozer escribió: "Es dudoso que Dios pueda bendecir grandemente a un hombre hasta que lo haya herido profundamente" (The Root of the Righteous, cap. 39, "Glorify His Name!"). A veces, respondemos a ese dolor con una crisis de fe. Pero lo que nos parece el final es a menudo el comienzo de un nuevo capítulo en nuestras vidas. A veces es necesaria una crisis de fe para romper nuestras ilusiones infantiles sobre Dios y descubrir quién es Él en realidad.

Una crisis de fe puede llevarnos a tal punto de desesperación que estemos dispuestos a hacer las cosas a la manera de Dios, sin importar el costo. Para superar una crisis de fe, debemos rendirnos por completo al plan de Dios para nosotros. Dar a Dios instrucciones sobre cómo debe ser nuestra vida es sufrir una crisis de fe cuando Él no sigue nuestras instrucciones. En nuestra "noche oscura del alma" podemos descubrir que no le hemos dado la devoción incondicional que Él requiere (Marcos 12:29-30).

Para superar una crisis de fe, debemos arrepentirnos de cualquier pecado en nuestras vidas. El arrepentimiento es la puerta a la libertad, por eso Satanás y nuestra carne luchan contra él. En nuestras luchas, a menudo haremos de todo menos arrepentirnos. Lloraremos, nos quejaremos, nos arrastraremos y nos condenaremos, pero Dios no nos pide nada de eso. Jesús advirtió a la iglesia de Éfeso que, aunque seguían guardando las apariencias, sus corazones se habían enfriado hacia Él: "Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete, y haz las obras que hiciste al principio. Si no, vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes" (Apocalipsis 2:5, NBLA).

Al superar una crisis de fe, debemos desnudar nuestros corazones ante el Señor, derramar nuestras almas y rendirnos de nuevo a Su voluntad para nuestras vidas (Gálatas 2:20). Debemos derribar cualquier ídolo que hayamos erigido en nuestros corazones y abolir cualquier pensamiento mundano que hayamos albergado en nuestras mentes (2 Corintios 10:5). Luego, por fe, pedimos el fruto que puede volver a ser nuestro: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gálatas 5:22-23).

Los salmistas se enfrentaron a acontecimientos vitales que podrían haberles provocado una crisis de fe (Salmo 10:1-11; 13:1-4; 22:1-18). Escribieron sobre esos momentos y no tuvieron miedo de ser sinceros con Dios sobre sus luchas emocionales. Al superar una crisis espiritual, podemos orar este salmo al Señor, lo "sintamos" o no en ese momento: "Escucha, oh Señor, y ten piedad de mí; oh Señor, sé Tú mi ayuda. Tú has cambiado mi lamento en danza; has desatado mi ropa de luto y me has ceñido de alegría; para que mi alma te cante alabanzas y no esté callada. Oh Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre" (Salmo 30:10-12, NBLA).

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