Respuesta:
El mensaje del evangelio es la buena noticia de la gracia de Dios, por lo que es importante saber qué es la gracia y buscar constantemente tener una mejor visión de lo que la gracia hace en nuestras vidas.
La gracia es una parte esencial del carácter de Dios. La gracia está estrechamente relacionada con la benevolencia, el amor y la misericordia de Dios. La gracia puede ser definida de diversas maneras como “el favor de Dios hacia los indignos” o “la benevolencia de Dios hacia los no merecedores”. En Su gracia, Dios está dispuesto a perdonarnos y bendecirnos abundantemente, a pesar del hecho de que no merecemos ser tratados tan bien o tratados con tanta generosidad.
Para entender completamente la gracia, necesitamos considerar quienes éramos sin Cristo y quienes nos convertimos con Cristo. Nacimos en pecado (Salmos 51:5), y fuimos culpables de romper las santas leyes de Dios (Romanos 3:9–20, 23; 1 Juan 1:8–10). Éramos enemigos de Dios (Romanos 5:6, 10; 8:7; Colosenses 1:21), mereciendo la muerte (Romanos 6:23a). Eramos injustos (Romanos 3:10) y sin medios para justificarnos (Romanos 3:20). Espiritualmente, estábamos en la ruina, ciegos, impuros y muertos. Nuestras almas estaban en peligro de un castigo eterno.
Pero luego llegó la gracia. Dios extendió Su favor hacia nosotros. La gracia es lo que nos salva (Efesios 2:8). La gracia es la esencia del evangelio (Hechos 20:24). La gracia nos da la victoria sobre el pecado (Santiago 4:6). La gracia nos da “consolación eterna y buena esperanza” (2 Tesalonicenses 2:16). Pablo identificó repetidamente la gracia como la base de su llamado como apóstol (Romanos 15:15; 1 Corintios 3:10; Efesios 3:2, 7). Jesucristo es la encarnación de la gracia, unida a la verdad (Juan 1:14).
La Biblia llama repetidamente a la gracia un “don” (por ejemplo, Efesios 4:7). Esta es una analogía importante porque nos enseña algunas cosas clave sobre la gracia:
Primero, cualquiera que haya recibido un regalo entiende que un regalo es muy diferente de un préstamo, que requiere reembolso o devolución por parte del destinatario. El hecho de que la gracia sea un regalo significa que no se debe nada a cambio.
Segundo, no hay costo para la persona que recibe un regalo. Un regalo es gratis para el destinatario, aunque no es gratis para quién da el regalo, que soporta el gasto. El regalo de la salvación no nos cuesta nada a los pecadores. Pero el precio de un regalo tan extravagante le costó mucho a nuestro Señor Jesús, quien murió en nuestro lugar.
Tercero, una vez que se ha dado un regalo, la propiedad del regalo se ha transferido y ahora es nuestro para mantener. Hay una permanencia en un regalo que no existe con préstamos o avances. Cuando un regalo cambia de manos, el que da renuncia permanentemente a todos los derechos de renegar o recuperar el regalo en el futuro. La gracia de Dios es nuestra para siempre.
Cuarto, al dar un regalo, el donante renuncia voluntariamente a algo que posee, perdiendo voluntariamente lo que le pertenece para que el destinatario se beneficie. El donante se empobrece para que el destinatario pueda enriquecerse. Este generoso y voluntario intercambio del donante al destinatario es visible en 2 Corintios 8:9: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.
Finalmente, la Biblia enseña que la gracia es completamente inmerecida. El regalo y el acto de dar no tienen nada que ver con nuestro mérito o calidad innata (Romanos 4:4; 11:5–6; 2 Timoteo 1:9–10). De hecho, la Biblia dice claramente que no merecemos la salvación de Dios. Romanos 5:8–10 dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros... Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo…”
La gracia no se detiene una vez que somos salvos; Dios es amable con nosotros durante el resto de nuestras vidas, trabajando dentro y sobre nosotros. La Biblia nos anima con muchos beneficios adicionales que la gracia asegura para cada creyente:
• La gracia nos justifica ante un Dios santo (Romanos 3:24; Efesios 1:6; Tito 3:7).
• La gracia nos proporciona acceso a Dios para comunicarnos y tener comunión con Él (Efesios 1:6; Hebreos 4:16).
• La gracia nos gana una nueva relación de intimidad con Dios (Éxodo 33:17).
• La gracia nos disciplina y nos entrena para vivir de una manera que honra a Dios (Tito 2:11–14; 2 Corintios 8:7).
• La gracia nos concede inmensas riquezas espirituales (Proverbios 10:22; Efesios 2:7).
• La gracia nos ayuda en toda nuestra necesidad (Hebreos 4:16).
• La gracia es la razón detrás de cada liberación nuestra (Salmo 44:3–8; Hebreos 4:16).
• La gracia nos preserva y nos consuela, nos anima y nos fortalece (2 Corintios 13:14; 2 Tesalonicenses 2:16–17; 2 Timoteo 2:1).
La gracia está activa y continuamente trabajando en la vida del pueblo de Dios. Pablo atribuyó el éxito de su ministerio no a sus grandes esfuerzos sino a “la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15:10). La gracia es el acto benevolente continuo de Dios trabajando en nosotros, sin el cual no podemos hacer nada (Juan 15:5). La gracia es mayor que nuestro pecado (Romanos 5:20), más abundante de lo que esperamos (1 Timoteo 1:14) y demasiado maravillosa para las palabras (2 Corintios 9:15).
Como receptores de la gracia de Dios, los cristianos deben ser agraciados con los demás. Se nos da la gracia para servir a los demás y para ejercer nuestros dones espirituales para la edificación de la iglesia (Romanos 12:6; Efesios 3:2, 7; 4:7; 1 Pedro 4:10).