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Pregunta: "¿Cómo puedo saber si los deseos de mi corazón son de Dios?"

Respuesta:
Jesucristo contesta esta pregunta para nosotros: "Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre" (Marcos 7:20-23).

En este pasaje, Jesucristo revela la fuente de nuestros deseos: nuestros deseos carnales vienen de nuestro ser interior. El pecado no es producido solo como resultado de fuerzas externas. Nace en los nichos ocultos de nuestros pensamientos e intenciones, de los deseos secretos que sólo la mente y el corazón pueden imaginar. La conclusión es que, en nuestro estado caído, los deseos de nuestros corazones no provienen de Dios. Jeremías confirma la naturaleza del corazón del hombre: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9)

Desde hace mucho tiempo, muchos consideran que todos los seres humanos son básicamente buenos y decentes y que las circunstancias de la vida tales como la pobreza o la mala alimentación, nos convierten en asesinos y ladrones. Pero la Biblia enseña que todos los hombres sufren de una debilidad común — el pecado. El apóstol Pablo llama esto nuestra naturaleza pecaminosa. "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí" (Romanos 7:18-20). Nuestros corazones malos nos llevan a pecar.

Además, el corazón es tan corrupto y engañoso que nuestros motivos no son claros ni siquiera para nosotros mismos. Como criaturas pecaminosas diseñamos y creamos cosas malas en la arrogancia y la autosuficiencia de nuestros corazones (Proverbios 16:30; Salmo 35:20; Miqueas 2:1; Romanos 1:30). La verdad es que sólo Dios puede examinar nuestros motivos más profundos y deseos internos, y sólo por Su poder alguna vez podremos desenredar la incertidumbre y la depravación que está ligada en nuestros corazones. Solo Él escudriña todo y nos conoce íntimamente (Hebreos 4:11-13).

Afortunadamente, Dios no nos abandona en nuestras luchas con deseos hirientes y tendencias pecaminosas. Por el contrario, nos da la gracia y la fuerza que necesitamos para resistir y vencer el pecado cuando esto se filtra por la puerta de nuestros corazones. El salmista nos dice "Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, Y tu derecho como el mediodía" (Salmo 37:4-6).

Dios literalmente puede plantar Sus propios deseos en el corazón del hombre, el corazón que, sin Él, es desesperadamente malvado y engañoso. Él sustituye el mal con el bien y establece nuestros corazones en el camino hacia Él, eliminando nuestros propios deseos y reemplazándolos con los suyos. Esto sólo sucede cuando venimos a Él en arrepentimiento y aceptamos el regalo de la salvación a través del Señor Jesucristo. En ese momento, Él quita nuestros corazones de piedra y los reemplaza con corazones de carne (Ezequiel 11:19). Él logra esto implantando sobrenaturalmente Su Espíritu en nuestros corazones. Luego nuestros deseos se convierten en Sus deseos, nuestras voluntades buscan hacer Su voluntad, y nuestra rebelión se convierte en una alegre obediencia.

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