Pregunta: ¿Qué significa que "todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Joel 2:32; Romanos 10:13)?
Respuesta:
El profeta Joel lanza una advertencia al pueblo de Judá, pero su mensaje trasciende su época para hablar a la gente de todos los tiempos: pasado, presente y futuro. Habla del inminente juicio de Dios sobre el pecado e insta a la gente de todo el mundo a que se arrepienta y vuelva a Dios. Joel prevé el día en que el Espíritu de Dios estará a disposición de todo creyente: "Derramaré Mi Espíritu sobre toda carne; y sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos soñarán sueños, sus jóvenes verán visiones. Y aun sobre los siervos y las siervas derramaré Mi Espíritu en esos días... Y todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo" (Joel 2:28-32, NBLA).
El apóstol Pedro cita todo este pasaje de Joel en Hch 2:14-21 para ilustrar la manifestación del Espíritu Santo el día de Pentecostés: "Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen" (Hechos 2:2-4).
Pedro ve este derramamiento del Espíritu tras la resurrección como parte del cumplimiento de la profecía de Joel. Con sus impresionantes señales y prodigios en los cielos y en la tierra, la profecía completa no se cumplirá hasta los últimos días. Sin embargo, el Espíritu de Dios fue derramado en Pentecostés de una manera nueva y sigue estando a disposición de todos los que invoquen el nombre del Señor.
Invocar el nombre del Señor expresa familiaridad y conexión, como conocer a Dios por su nombre. La frase significa identificación como miembro de la familia de Dios. Quien invoca el nombre del Señor reivindica a Yavé como Dios propio. Este concepto se remonta al principio de los tiempos, cuando "los hombres a invocar[a] el nombre del Señor" (Génesis 4:26, NBLA; ver también Génesis 12:8). Dios siempre ha buscado un pueblo, incluidos representantes de todas las naciones, que se consagrara a Él.
El apóstol Pablo cita a Joel para respaldar su afirmación de que el mensaje de salvación en Jesucristo es para todos los pueblos: "Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Romanos 10:12-13). Judíos y gentiles y personas de todas las naciones reciben la promesa de salvación de Dios sobre la misma base: mediante la fe en Jesucristo. Nadie queda excluido. Todos tienen la oportunidad de invocar el nombre del Señor y ser liberados del pecado, perdonados y salvados (Hechos 10:43).
Pablo hace hincapié en invocar el nombre del Señor en voz alta, pero también en el corazón: "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Romanos 10:9). Invocar el nombre del Señor implica admitir nuestra propia impotencia y necesidad de Dios, creer en Su poder para salvarnos y clamar desesperadamente a Dios de corazón por Su salvación (Isaías 43:11; Hechos 4:12; Hebreos 12:14; Romanos 3:10-18, 23). Los que invocan el nombre del Señor ponen su esperanza "en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen" (1 Timoteo 4:10). Los hijos de Dios claman por un sentimiento de insuficiencia, dependencia y la auténtica convicción de que solo se puede confiar en Él para salvar.
Quien confíe en Jesucristo creyendo en Él se salvará (Hechos 16:31). El plan de salvación no tiene nada de complicado: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:16-17).
La Biblia enseña claramente que no tenemos que hacer ninguna obra para salvarnos (Efesios 2:8-9). Invocar el nombre del Señor no es un acto que nos salve. La gracia de Dios nos salva mediante la fe. No podemos ganarnos la salvación por ningún medio. La gracia de Dios es la fuente de nuestra salvación, y recibimos esa gracia mediante la fe. Invocamos a Dios como expresión de fe (Romanos 5:1). Y, como nuevas criaturas en Cristo, invocaremos el nombre de nuestro Señor y Salvador mientras vivamos (Salmo 116:2).