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Pregunta: ¿Es el cielo eterno?

Respuesta:
¿Es el cielo eterno? La respuesta parece obvia a primer vista. Cantamos sobre pasar la eternidad en el cielo y decimos a los afligidos en consuelo: "Ahora él está con Dios". Sin embargo, aunque muchos cristianos creen que el cielo y el infierno son el destino final definitivo para todos los humanos, la Escritura nos da un entendimiento más profundo sobre el tema. El "cielo" del que predicamos como el destino espiritual para los creyentes no es nuestra morada eterna. Más bien, es el lugar donde los santos fallecidos esperan la revelación final del plan de Dios. Por lo tanto, aunque es correcto decir que todos los que mueren en Cristo están actualmente en el cielo, ese no es el final de nuestro viaje.

En las Escrituras, la palabra cielo puede describir el cielo, el espacio exterior, y la morada de Dios (Génesis 1:14–18; Juan 14:2; Efesios 4:8). En este último caso, el cielo no tiene una descripción física, pero es donde irán todos los creyentes después de la muerte. Pablo se refiere a él como el "tercer cielo" y describe a "un hombre" que fue arrebatado allí, probablemente refiriéndose a su propia experiencia sobrenatural (2 Corintios 12:1–9). El tercer cielo también es conocido como el paraíso.

Sin embargo, nuestra morada eterna, es la tierra nueva, que vendrá con un nuevo cielo y se conoce como el "estado eterno". El viejo cielo y la vieja tierra serán destruidos, como Pedro escribe en 2 Pedro 3:10–13:

Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.

El estado eterno es la pieza final en el plan de Dios, donde la tierra será restaurada a su diseño original, acompañado por un nuevo cielo. Será más que un simple consuelo para los problemas de este mundo caído; será una renovación, completada con la restauración de Edén (Apocalipsis 22:1–4). Los creyentes recibirán nuevos cuerpos, y tendrán acceso a la Santa Ciudad, la Nueva Jerusalén, y al árbol de la vida (1 Corintios 15:42–44; Filipenses 3:20–21; Apocalipsis 21:1–2, 27; 22:2). La nueva tierra puede imaginarse como el "Edén 2.0", la utopía que los humanos han deseado durante mucho tiempo, escrito y representado en películas. Nuestro anhelo instintivo por algo más en la vida está justificado porque estamos hechos para la eternidad (Eclesiastés 3:11).

La perspectiva de un cielo nuevo y una tierra nueva significa que Dios tiene una razón para el quebrantamiento actual. Así como no podemos experimentar la belleza de la sanidad sin el dolor de la enfermedad, tal vez no podamos apreciar plenamente la alegría de la tierra nueva sin experimentar esta vieja. A falta de respuestas definitivas, Dios ofrece esperanza, y la resurrección de Cristo hace que esa esperanza sea todavía más cierta.

En conclusión, si bien es cierto que los creyentes irán al cielo después de la muerte, nuestro destino final es una tierra nueva, renovada, donde Dios habitará con Su pueblo. Lejos de tocar arpas en las nubes por la eternidad, trabajaremos sin las tensiones de la maldición, viviremos sin las luchas del pecado y el sufrimiento, y tendremos comunión directa con Dios. La tierra nueva está reservada solo para la humanidad redimida, ya que nada malo puede entrar (Apocalipsis 21:8,27). Como humanos pecadores, nuestro único pasaje a este nuevo mundo es a través de Cristo.

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