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El término evolucionismo es un ejemplo de cómo los debates sobre ciencia, religión y fe se ven a menudo corrompidos por malentendidos y prejuicios. Según la opinión popular, temas como la evolución son inherentemente científicos, neutrales y objetivos. Esta misma opinión describiría temas como la Biblia, la religión o la fe como inherentemente irracionales, parciales y subjetivos. En realidad, es totalmente posible que una persona adopte un enfoque casi religioso respecto a cualquier tema, y el evolucionismo representa exactamente esta situación.
El evolucionismo, como visión del mundo, se distingue de términos relacionados como evolucionar, evolución, o lo que se conoce como teoría evolutiva. Obviamente, hay puntos en común entre estos términos. Sin embargo, el evolucionismo representa algo que no es en sí mismo científico. Esto no ha impedido que se asuma de facto cuando se habla de cuestiones científicas.
En resumen, el evolucionismo es una creencia en el concepto de evolución como explicación de la mayoría—si no todos–los detalles del universo. En otras palabras, mientras que la evolución biológica puede ser una teoría científica, el evolucionismo es una cosmovisión filosófica y espiritual. Como tal, el evolucionismo se ha utilizado como explicación de la ética y los orígenes definitivos, e incluso como base de la moralidad.
Es importante darse cuenta de que la evolución—en el sentido de cambio gradual y direccional a lo largo del tiempo—era una creencia mantenida mucho antes de hombres como Charles Darwin. La innovación de Darwin no fue la idea de evolución. Esta se había mantenido—carente de apoyo científico—durante milenios. Más bien, Darwin proporcionó un mecanismo creíble para la evolución en biología. El evolucionismo, por tanto, es un planteamiento independiente y muy anterior a cualquier debate sobre los conceptos científicos de la evolución.
El evolucionismo sostiene que la realidad permite el cambio, y que este cambio progresa en una dirección determinada. Por tanto, cualquier acción, acontecimiento o suceso específico ayuda o impide este cambio. "Evolucionar" se convierte entonces en el objetivo más elevado o el mayor bien. Esto se convierte en el punto de referencia para la biología, la moral, la ética y todo lo demás. Según el evolucionismo, existe un impulso inherente a la realidad para "evolucionar", y este impulso es la medida definitiva de todas las demás cosas.
En la práctica, pues, el evolucionismo es fuertemente relativista; cuando se habla de cambio, hay que saber si los cambios son buenos o malos. El evolucionismo no proporciona ningún medio concreto para decir si un cambio es positivo o negativo. Así pues, el evolucionismo reduce todos los juicios morales a declaraciones de emoción: el evolucionista nunca puede decir que un acto concreto sea realmente malo; todo lo que puede hacer es decir que personalmente no le gusta. La implicación de que no existe ningún valor o significado particular para nada también conduce fuertemente al nihilismo y a la desesperación.
Curiosamente, esta dependencia forzada de la emoción hace que el evolucionismo resulte especialmente atractivo para quienes rechazan visiones objetivas del mundo como el cristianismo. Cuando, supuestamente, no existe el bien y el mal reales, sino simplemente la opinión humana, no hay ninguna razón en particular para no elegir una visión del mundo que implique la libertad de aceptar o descartar ciertas verdades basándose en las emociones.
Por este motivo, algunos enfoques de la ciencia, en particular los relacionados con los orígenes, se pueden clasificar como evolucionismo. Esto no se debe simplemente a que esos puntos de vista incorporen la evolución biológica o las ideas darwinianas. La adhesión al evolucionismo no es necesaria para aceptar determinadas teorías de la evolución. Más bien, ciertas filosofías se consideran formas de evolucionismo porque se basan en una visión del mundo que asume que alguna forma de evolución es inherente al universo, independientemente de las cuestiones científicas.
