Pregunta: ¿Por qué no ha de ser nuestra la gloria (Salmo 115:1)?
Respuesta:
Dice el refrán: "al César lo que es del César". Cuando se trata de recibir honor y gloria, los creyentes descubren que solo Uno merece todo el crédito: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Tu nombre da gloria" (Salmo 115:1, NBLA).
El Salmo 115 contrasta la superioridad del Dios soberano del universo con la impotencia de los falsos dioses y la inutilidad de los ídolos humanos de las naciones paganas (versículos 2-8). Fue escrito en una época en la que los enemigos de Israel les insultaban y se burlaban de ellos constantemente. "Tu nombre" en el Salmo 115:1 se refiere al carácter y la naturaleza esenciales de Dios, o a Su reputación: representa a Dios mismo. "Gloria" es un estado de alto honor. Así, el salmista abre la adoración con la audaz afirmación de que todo lo que el pueblo de Dios es y todo lo que logra no debe ser para su propio beneficio o crédito, sino para la gloria de Dios.
Isaías 42:8 y 48:11 nos informan de que Dios no cederá Su gloria a la gente ni Su alabanza a los ídolos, porque toda la gloria le pertenece solo a Él. La gloria de Dios es única: "¿Quién como Tú entre los dioses, oh Señor? ¿Quién como Tú, majestuoso en santidad, temible en las alabanzas, haciendo maravillas?" (Éxodo 15:11, NBLA). El pueblo de Dios está llamado a proclamar "Su gloria entre las naciones, sus maravillas entre todos los pueblos. Porque grande es el Señor, y muy digno de ser alabado; temible es Él también sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de los pueblos son ídolos, mas el Señor hizo los cielos. Gloria y majestad están delante de Él; poder y alegría en Su morada. Tributen al Señor, oh familias de los pueblos, tributen al Señor gloria y poder" (1 Crónicas 16:24-28, NBLA; ver también Salmo 96:3-7).
Los fariseos hipócritas buscaban la gloria para sí mismos. Querían ser vistos por los demás como justos y recibir honores de los hombres (Mateo 23:5; 6:16; Juan 5:44). Pero Jesús nos dijo que practicáramos nuestras buenas acciones en secreto: "Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público" (Mateo 6:2-8).
El apóstol Pablo enseñó que nuestro servicio cristiano debe estar motivado por el deseo de agradar a Dios y no por la alabanza humana (1 Tesalonicenses 2:4-6). En lugar de buscar un nombre o una reputación para nosotros mismos, todo lo que hagamos debe exaltar a Dios y hacerse para Su gloria (Salmo 34:3; 63:3; 86:12; Romanos 15:6-7; 1 Corintios 10:31).
El Salmo 115:1 explica con más detalle la razón por la que la gloria de Dios no debe ser para nosotros, sino solo para el Señor: por su misericordia y su verdad. En otro salmo, David declaró: "Tu misericordia, oh Señor, se extiende hasta los cielos, Tu fidelidad, hasta el firmamento" (Salmo 36:5, NBLA). La lealtad de Dios es ilimitada, y Él nos ama siempre; por lo tanto, debemos honrarlo solo a Él y no a nosotros mismos, ni a ninguna otra persona o cosa.
La gloria no debe ser para nosotros, sino solo para Dios, porque "nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen este gran tesoro. Esto deja bien claro que nuestro gran poder proviene de Dios, no de nosotros mismos" (2 Corintios 4:7, NTV). Los seres humanos son débiles y propensos al fracaso (1 Corintios 1:25, 27-29; 2 Corintios 12:5-10; Hebreos 4:15; Mateo 26:41). Los ídolos no valen nada (Habacuc 2:18; Isaías 40:18-20). El salmista declaró: "Ningún dios pagano es como tú, oh Señor; ¡nadie puede hacer lo que tú haces! Todas las naciones que hiciste vendrán y se inclinarán ante ti, Señor; alabarán tu santo nombre. Pues tú eres grande y haces obras maravillosas; solo tú eres Dios" (Salmo 86:8-10, NTV).
Todo el crédito, el honor, la alabanza y la gloria no deben ser para nosotros, sino para nuestro gran Dios, porque solo Él lo merece. Nuestro Dios es el Creador supremo y todopoderoso del mundo (Hechos 17:24-25). Nadie se compara con el Poderoso, cuyo nombre está lleno de poder (Lucas 1:49; Jeremías 10:6). "¡Grande es el Señor! ¡Es el más digno de alabanza! A él hay que temer por sobre todos los dioses" (1 Crónicas 16:25, NTV). Solo el único y verdadero "Rey de gloria" merece ocupar el trono de honor (ver Salmo 24:10).