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Pregunta: ¿Los creyentes van inmediatamente al cielo cuando mueren?

Respuesta:
Sí, los creyentes en Jesucristo van inmediatamente al cielo cuando mueren. Por "cielo", nos referimos a un lugar real de consuelo y bendición donde Dios habita. Por supuesto, los cuerpos de los creyentes permanecen en la tierra, esperando la resurrección, pero sus almas/espíritus van a estar con el Señor (ver 2 Corintios 5:8).

La enseñanza bíblica de que los creyentes van inmediatamente al cielo cuando mueren difiere de lo que enseñan algunos grupos. Según la Sociedad Bíblica y de Tratados de la Atalaya, los fieles Testigos de Jehová que mueren, permanecen en un estado inconsciente de "sueño del alma" hasta la resurrección. En la resurrección, Jehová "los recuerda", y son devueltos a la vida. La doctrina del sueño del alma también es enseñada por los Adventistas del Séptimo Día. La Iglesia Católica Romana enseña que todos los creyentes, católicos y no católicos, que mueren entran en un lugar de castigo, purgatorio, para expiar los pecados no cubiertos por la muerte sacrificial de Jesús en la cruz. Una vez que estos pecados han sido suficientemente castigados, los fieles, ahora purificados, pueden entrar al paraíso. Los defensores de ambos puntos de vista presentan argumentos aparentemente buenos a favor de sus creencias, pero ni la doctrina del sueño del alma ni la enseñanza del purgatorio son bíblicas.

Mientras nuestro Señor Jesús sufría en la cruz, otro prisionero condenado buscó el perdón. La respuesta de nuestro Señor a la petición del ladrón arrepentido refuta tanto la doctrina del sueño del alma como la creencia en el purgatorio:

Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:39–43).

Jesús no dijo: "Después de un tiempo determinado de miseria y sufrimiento, estarás conmigo en el paraíso"; tampoco dijo: "Después de un período prolongado de estupor inconsciente, recuperarás la sensibilidad y estarás conmigo en el paraíso". Según la promesa de Jesús, el ladrón arrepentido se uniría a su Salvador en el paraíso ese mismo día.

Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor (2 Corintios 5:6–8).

Aquí, el apóstol Pablo no dijo que estar lejos del cuerpo significa perder la conciencia hasta la resurrección. Y no dijo que estar fuera del cuerpo es estar en casa en el purgatorio.

En la historia de Jesús del rico y Lázaro, el mendigo murió, y "fue llevado por los ángeles al seno de Abraham" (Lucas 16:22). Este parece haber sido un evento inmediato, sin lapso de tiempo, entre la muerte de Lázaro y su recogida por los ángeles. En la visión de Juan del cielo, ve "bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían" (Apocalipsis 6:9). Mientras estos creyentes en el cielo esperan la venganza y la resurrección de sus cuerpos, conversan con el Señor. Parece que, tan pronto como fueron martirizados, estaban en el cielo.

Al morir un creyente, su espíritu incorpóreo entra inmediatamente en la presencia gozosa de nuestro Señor Jesús. En el rapto, el espíritu del santo se une a su cuerpo resucitado, un cuerpo glorificado, inmune a los estragos del envejecimiento, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte (1 Corintios 15:42-53). Al final del reinado milenario de Jesús, el cielo desaparecerá tal como es, y Dios descubrirá la Nueva Jerusalén, nuestro hogar eterno (Apocalipsis 21:1-4). Nuestros cuerpos mortales actuales no son aptos para la eternidad, pero nuestros nuevos cuerpos nunca enfermarán, envejecerán ni morirán. Viviremos gloriosamente con Él en cuerpos perfectos durante las interminables edades de la eternidad.

Con este fin en mente, el apóstol Pablo irrumpió lleno de gozo haciendo un apóstrofe: "¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Cor 15:55-57).

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