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Pregunta: ¿Qué significa que la lengua es un fuego (Santiago 3:6)?

Respuesta:
Santiago 3:6 compara nuestra lengua con el fuego. Para entender esta metáfora en su contexto, tenemos que empezar en el versículo 5: "He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno". El fuego tiene efectos constructivos o destructivos, dependiendo de la capacidad para contenerlo. Lo mismo ocurre con la lengua.

El fuego es uno de los mayores dones de Dios a la humanidad. Con el fuego cocinamos los alimentos, calentamos nuestros hogares y destruimos la basura que, de lo contrario, nos invadiría. Del mismo modo, el don de la palabra es muy beneficioso. Con la lengua comunicamos información, expresamos afecto y alabamos a Dios. Una lengua bajo control puede hablar de vida y verdad en nuestro mundo, bendecir y disciplinar a nuestros hijos, y transferir la sabiduría que Dios nos ha dado (Proverbios 18:21). Pero, al igual que el fuego fuera de los límites, nuestras lenguas también pueden hacer un gran daño.

Santiago 3:9-10 dice: "Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así". Una lengua fuera de control puede derribar la autoestima, destruir relaciones y ordenar que se lleven a cabo planes malvados. Como un fuego de hierba tocado por una brisa repentina, nuestras palabras pueden despegar, extendiéndose a lo largo y ancho de maneras que nunca imaginamos. Los chismes, las calumnias, las maldiciones y las mentiras son síntomas de una lengua incendiaria (Éxodo 23:1; Levítico 19:16; Proverbios 16:27; 2 Corintios 12:20). Basta con presenciar la rápida propagación de un rumor escandaloso para ver que la lengua es como un fuego.

Santiago 3:8 advierte que el fuego de la lengua se vuelve fácilmente incontrolable: "ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal". Entonces, ¿qué debemos hacer? Si no se puede domar la lengua, ¿cómo controlarla? El fruto del Espíritu comprende el dominio propio (Gálatas 5:22-23), que es exactamente lo que necesitamos para apagar el fuego de la lengua. Colosenses 4:6 dice: "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno". Cuando consideramos los miembros de nuestro cuerpo como instrumentos de justicia (Romanos 6:13), sabemos que nuestra lengua le pertenece a Él. Las palabras amargas, odiosas y soeces deben ser crucificadas con la carne (Gálatas 2:20; 5:24), o dominarán nuestra forma de hablar. Nuestra carne no tiene el poder de domar la lengua; solo el Espíritu Santo puede hacerlo.

Cualquier don bueno que Dios crea, Satanás lo pervierte. La lengua es una de esas áreas que Satanás ha corrompido, por eso la Biblia dice que la lengua ha sido "inflamada por el infierno" (Santiago 3:6). Cuando nos sometemos diariamente al señorío de Jesús, desafiamos los malvados intentos de Satanás de destruir nuestras vidas a través de la lengua. Podemos ofrecernos cada día como sacrificios vivos (Romanos 12:1), y podemos enfocarnos específicamente en entregar nuestras lenguas al Señor. "Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios" (Salmo 141:3, NBLA). Podemos pedir al Señor que nos haga más conscientes de las palabras que pronunciamos y arrepentirnos rápidamente de cualquier comentario que le deshonre.

Nuestra lengua puede compararse favorablemente al fuego cuando usamos nuestras palabras para encender los corazones, difundir la verdad y destruir la mentira. Para mantener nuestras lenguas bajo control, podemos comenzar cada día con la oración que David oró: "Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, Oh Señor, roca mía y Redentor mío" (Salmo 19:14, NBLA).

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