Pregunta: ¿Es bíblico el concepto de elegir "el mal menor"?
Respuesta:
El mal menor es un dicho que expresa una comparación de dos opciones malas o indeseables. Ninguna de las dos opciones es buena, pero el mal menor parece ser la mejor opción porque es la menos perjudicial de las dos. Los refranes correspondientes son el mal necesario y el bien mayor
Rara vez, cuando alguien utiliza la afirmación, el mal menor, está hablando del verdadero mal moral. En la mayoría de los casos, la elección implica opciones poco pecaminosas. Puede tratarse de la mala selección de candidatos en unas elecciones o de la comida menos grasienta en un restaurante de comida rápida.
El término mal tiene dos aplicaciones en las Escrituras. Más comúnmente, implica maldad moral o pecado (Mateo 12:35; Jueces 3:12; Proverbios 8:13; 3 Juan 1:11). El mal moral se refiere a transgresiones pecaminosas que son contrarias a los buenos propósitos de Dios, Su carácter santo y Su ley. La Biblia también usa la palabra mal para conceptualizar eventos naturales, dañinos o destructivos. Los teólogos caracterizan esto como mal físico o mal natural. En el idioma español, el término de maldad tiene amplias aplicaciones. Las circunstancias que desencadenan daño, lesión o sufrimiento se consideran malas. Una persona que causa daño puede ser llamada malvada o un malhechor. Una mirada fea o siniestra se llama "mal de ojo".
Tomado literalmente como "mal moral", el dicho "mal menor" no es bíblicamente correcto. Rara vez nos enfrentamos a una elección entre dos "males" literales que sean pecado. Cuando lo estamos, nunca es conveniente que un cristiano elija el mal, aunque parezca mejor opción que la alternativa (1 Tesalonicenses 5:22). Sea cual sea la decisión a la que nos enfrentemos, Dios es fiel para ofrecernos una resolución que no requiere que elijamos el mal moral (1 Corintios 10:13).
Como cristianos, debemos elegir siempre lo que es correcto a los ojos de Dios, aunque esa decisión repercuta negativamente en nuestras vidas. En Hechos 4:13-22, el Alto Consejo judío dictó una prohibición legal, ordenando a Pedro y a Juan que no volvieran a hablar ni a enseñar el Evangelio. Se enfrentaban a la difícil decisión de desobedecer el mandato de su Señor o desobedecer al Sanedrín, y desobedecer a este último podía costarles la vida. Los apóstoles podrían haber jurado obedecer al Sanedrín, pero salir de nuevo a predicar y enseñar de todos modos. Podrían haber razonado que, entre mentir y morir, decir una mentira era el mal menor. En cambio, los apóstoles decidieron ignorar su propia seguridad y respondieron al Sanedrín con sinceridad: "Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (versículos 19-20). Daniel fue otro que, ante la difícil decisión de obedecer a su Dios en vez de a su rey terrenal, eligió lo que era correcto a los ojos de Dios, plenamente consciente de que lo arrojarían al foso de los leones (Daniel 6:1-28).
Las cuestiones difíciles requieren mucha oración y discernimiento del Señor. Los creyentes deben reconocer que la moralidad no equivale a seguir normas legalistas, sino a una relación activa con Dios, buscando y respondiendo a Su voluntad en cada momento de la vida (Romanos 14:23; Mateo 5:21-22, 27-28; 15:3-9). En lugar de guiarse por el principio del mal menor, los cristianos pueden buscar diligentemente saber qué es lo correcto y hacerlo, o de lo contrario saber que están cometiendo un pecado (Santiago 4:17).
Si, al final, elegimos un mal moral verdadero en vez de otro, no estamos exentos de la transgresión. Si infringimos la ley de Dios mintiendo, somos culpables de pecado (Levítico 19:11; Proverbios 12:22). Algunas leyes del Antiguo Testamento tenían excepciones, como guardar el día de reposo (Mateo 12:11; Éxodo 22:2). A veces se permitían obras indispensables o misericordiosas en el día de reposo. Pero la mentira y muchos otros males morales no tienen excepciones bíblicas.
Supongamos que estamos convencidos de que debemos cometer el mal menor porque la única alternativa es llevar a cabo un mal aún mayor. En ese caso, debemos admitir que hemos quebrantado la ley de Dios y reconocer nuestro pecado ante Él. Afortunadamente, nuestro Señor es misericordioso, compasivo y amoroso. Comprende nuestras debilidades (Hebreos 4:15). Podemos buscar Su perdón mediante el arrepentimiento y la confesión y recibir la extraordinaria gracia de Dios, que es mayor que todos nuestros pecados (Romanos 6:14, 23; Hebreos 4:16).