Respuesta:
El moralismo se define comúnmente como "la práctica de la moralidad, a diferencia de la religión". Se puede decir que una persona no religiosa, que, sin embargo, vive según un código moral personal, es moralista. Otra definición más negativa de moralismo es "un énfasis indebido en la moralidad". En este caso, el moralista sería visto como una persona demasiado estricta, hipócrita o alguien que se cree mejor que los demás por su forma de actuar.
El moralismo religioso es un énfasis en el comportamiento moral adecuado que excluye la fe verdadera. El moralismo religioso y el legalismo son similares, pero difieren ligeramente en que el legalismo suele referirse a una postura doctrinal que hace hincapié en un sistema de normas y reglamentos–a menudo las leyes del Antiguo Testamento–para lograr la salvación y el crecimiento espiritual. Pablo advirtió contra el legalismo en Gálatas 3. El moralismo no apunta necesariamente a ningún sistema establecido. El moralista es libre de inventar su propio conjunto de normas y reglamentos, normalmente unos que no le cuesta cumplir, lo que le permite sentirse bien por adherirse a ellos. El moralismo cristiano se centra en el comportamiento moral, hasta tal punto que la obediencia se coloca por encima de la fe, y la gracia queda muchas veces en segundo plano. En la práctica, el moralismo empieza a parecerse mucho al legalismo.
Los moralistas cristianos tienden a reducir la Biblia a un manual de comportamiento moral, centrándose a menudo en pasajes como el Sermón del Monte y los Diez Mandamientos. El moralista se basa en sus acciones morales: si ora, va a la iglesia y ayuda a su comunidad, entonces está bien con Dios. El moralismo dice que, si no mientes, engañas, robas o dices muchas palabrotas, entonces eres una buena persona y mereces el cielo. Pero el moralista se autoengaña al pensar que su buen comportamiento merece de algún modo la vida eterna.
El moralismo no puede sustituir al Evangelio. Todos somos pecadores que necesitamos el perdón y la gracia de Dios. El moralismo no tiene poder para justificar o santificar a un pecador. Nos salvamos por gracia, mediante la fe en Cristo (Efesios 2:8), no por cumplir un código moral, por muy bíblico que sea. "Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él" (Romanos 3:20, NBLA) resume bastante bien la ineficacia del moralismo para ocuparse del problema del pecado. El moralista puede recibir los elogios de los hombres que aprecian su buen comportamiento—su manto puede estar repleto de premios cívicos—pero recibir honores en este mundo no garantiza honores en el otro. El moralista sigue necesitando a Jesús. El mandamiento a los pecadores no regenerados no es "sed buenos", sino "cree en el Señor Jesucristo" (Hechos 16:31).
Romanos 1:17 destruye la idea de que el moralismo nos puede salvar: "Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá" (NBLA). La moralidad externa puede existir fuera del Evangelio, pero esa no es la verdadera justicia, que es producto del Evangelio. Dios produce la justicia en los que tienen fe.
Los fariseos eran moralistas. En Juan 8, llevaron a una mujer ante Jesús por haber violado el código moral. Tenían razón en que la mujer había pecado. Pero, en su moralismo, no podían ver la gracia. Jesús les mostró la gracia al perdonar a la mujer (Juan 8:11), y aconsejó a los fariseos que se centraran en su propio pecado y buscaran el perdón para sí mismos (versículo 7). Jesús rompió su moralismo, señalándoles la necesidad humana universal de perdón.
Una vez que somos salvos por Jesucristo, somos santificados (hechos santos) en un proceso continuo, de por vida, por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros. No nos hacemos santos a nosotros mismos, por muy estricta que sea nuestra observancia de un conjunto de leyes morales. El Espíritu utiliza la Palabra de Dios para santificar (Juan 17:17), y la exposición continua a la Palabra produce en el creyente obediencia y madurez espiritual. Mediante la Palabra, "[crecemos] en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 Pedro 3:18). No hay poder en el moralismo para santificar el corazón. El poder para limpiar el corazón y crecer en Cristo radica únicamente en el Espíritu de Dios y en la Palabra de Dios.
¿Deben los cristianos vivir moralmente? Sí, absolutamente. ¿Se preocupa Dios por el comportamiento? Sí, desde luego. ¿Puede una vida moral sustituir la necesidad de arrepentimiento y fe en Cristo de una persona? No, no puede. El moralismo no sustituye al Evangelio salvador de Jesucristo.