Pregunta: "¿Qué es más importante, la muerte de Cristo o Su resurrección?"
Respuesta:
La muerte y la resurrección de Cristo son igualmente importantes. Con la muerte y la resurrección de Jesús se producen cosas diferentes, pero que están necesariamente relacionadas. La muerte y la resurrección de nuestro Señor son realmente inseparables, así como el tejido y los hilos de la tela.
Para nosotros, la cruz de Cristo obtuvo la victoria que nunca hubiéramos podido obtener por nosotros mismos: "Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Colosenses 2:15). En la cruz, Dios cargó nuestros pecados sobre Jesús, y Él soportó el castigo que nos correspondía (Isaías 53:4-8). En Su muerte, Jesús tomó sobre sí la maldición que introdujo Adán (ver Gálatas 3:13).
Con la muerte de Cristo, nuestros pecados perdieron el poder de gobernar sobre nosotros (Romanos 6). Con Su muerte, Jesús destruyó las obras del diablo (Juan 12:31; Hebreos 2:14; 1 Juan 3:8), condenó a Satanás (Juan 16:11) y aplastó la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15).
Sin la muerte sacrificial de Cristo, seguiríamos en nuestros pecados, sin perdón, sin redención, sin salvación y sin amor. La cruz de Cristo es vital para nuestra salvación y, por tanto, fue un tema principal de la predicación de los apóstoles (Hechos 2:23, 36; 1 Corintios 1:23; 2:2; Gálatas 6:14).
Sin embargo, la historia de Jesucristo no terminó con Su muerte. La resurrección de Cristo también es fundamental para el mensaje del Evangelio. Nuestra salvación depende de la resurrección corporal de Jesucristo, como Pablo afirma en 1 Corintios 15:12-19. Si Cristo no ha resucitado físicamente de entre los muertos, entonces nosotros mismos no tenemos esperanza de resurrección, la predicación de los apóstoles fue en vano, y los creyentes son todos dignos de conmiseración. Sin la resurrección, seguimos sentados "en tinieblas y en sombra de muerte" esperando la salida del sol (Lucas 1:78-79).
Gracias a la resurrección de Jesús, Su promesa se cumple para nosotros: "porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Juan 14:19). Nuestro gran enemigo, la muerte, será derrotado (1 Corintios 15:26, 54-55). La resurrección de Jesús también es importante porque es a través de ese acontecimiento que Dios nos declara justos: Jesús fue "resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4:25). El don del Espíritu Santo lo envió el Señor Jesús resucitado y ascendido (Juan 16:7).
Por lo menos tres veces en Su ministerio terrenal, Jesús predijo que moriría y resucitaría después de tres días (Marcos 8:31; 9:31; 10:34). Si Jesucristo no hubiera resucitado de entre los muertos, habría fracasado en Sus profecías; habría sido otro falso profeta más al que habría que ignorar. No obstante, así es, tenemos un Señor vivo, fiel a Su Palabra. El ángel de la tumba vacía de Jesús pudo señalar el cumplimiento de la profecía: "No está aquí, pues ha resucitado, como dijo" (Mateo 28:6).
La Escritura enlaza la muerte y la resurrección de Cristo, y nosotros debemos mantener ese vínculo. La entrada de Jesús en la tumba es tan importante como lo fue su salida de ella. En 1 Corintios 15:3-5, Pablo define el evangelio como la doble verdad de que Jesús murió por nuestros pecados (demostrado por su sepultura) y que resucitó al tercer día (demostrado por Sus apariciones ante muchos testigos). Esta verdad del evangelio es "de primera importancia" (versículo 3).
Es imposible separar la muerte de Cristo de Su resurrección. Creer en una sin la otra es creer en un falso evangelio que no puede salvar. Para que Jesús haya resucitado realmente de entre los muertos, debe haber muerto en realidad. Y para que Su muerte tenga un verdadero significado para nosotros, Él debe tener una verdadera resurrección. No podemos tener una sin la otra.