Pregunta: ¿Por qué Jesús dijo: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42)?
Respuesta:
La vida de Jesucristo fue un ejemplo de obediencia. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de Su Padre celestial, por muy dolorosa que fuera la tarea que se le había encomendado. No obstante, Jesús habló honestamente con Dios cuando se enfrentó a Su crucifixión: "Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí" (Lucas 22:42, NTV). En Su estado humano, Jesús no quería soportar una muerte tortuosa. Sin embargo, al mismo tiempo oró: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22:42).
Esta escena de Getsemaní registra una de las horas de angustia más desesperadas de la vida de Cristo (Mateo 26:36-46; Marcos 14:32-42; Lucas 22:40-46). Dijo a Sus discípulos: "Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte" (Marcos 14:34, NBLA). Peor que el pensamiento de la muerte, Jesús, en Su humanidad, debió de temer la idea de cargar con los pecados del mundo (1 Pedro 2:24). En el huerto, el Señor cayó al suelo con el rostro en tierra y ofreció a Dios este grito desesperado de Su alma: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39).
Las palabras y acciones de Cristo sirven aquí de gran consuelo para nosotros, Sus seguidores. Dios quiere que Sus hijos derramen sus corazones ante Él con sinceridad (Salmo 62:8). Él es nuestro refugio, nuestro lugar seguro. Como Jesús, podemos revelar los anhelos más profundos de nuestro corazón a nuestro amoroso Padre celestial. Él sabe lo que sentimos, y podemos confiar en Él para que lleve las cargas de nuestras almas.
Ante la cruz, Jesús pudo orar: "No se haga mi voluntad, sino la tuya", porque estaba totalmente sometido a la voluntad de Su Padre. "Mi comida", había dicho, "es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra" (Juan 4:34, NBLA). "No puedo yo hacer nada por mí mismo", explicó Jesús, "porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 5:30).
La obediencia a la voluntad de Dios era fundamental para la misión de Cristo. Les dijo a Sus discípulos: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). Cientos de años antes, las Escrituras predijeron el destino de Cristo de venir a la tierra y hacer la voluntad de Dios (Hebreos 10:5-7; cf. Salmo 40:6-8).
Para los seguidores de Cristo, "No se haga mi voluntad, sino la tuya" es la oración definitiva que nunca falla. Según 1 Juan 5:14-15, podemos orar con confianza "si pedimos conforme a su voluntad". Orar según la voluntad de Dios nos garantiza que Él nos escucha y nos concederá lo que le pidamos. De hecho, uno de los principales propósitos de la oración es permitir que se cumpla la voluntad de Dios y traer gloria y honor a Su nombre en la tierra. Jesús les enseñó a Sus discípulos a orar: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:9-10). Los que oran así, deseando la voluntad de Dios por encima de todo, revelan que son realmente discípulos de Cristo (Mateo 7:21; ver también Mateo 12:50; Marcos 3:35; Lucas 8:21; Juan 15:10; Efesios 6:6).
El apóstol Pablo animó a los cristianos a buscar la ayuda del Espíritu Santo para orar de acuerdo con la voluntad de Dios: "Además, el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Por ejemplo, nosotros no sabemos qué quiere Dios que le pidamos en oración, pero el Espíritu Santo ora por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y el Padre, quien conoce cada corazón, sabe lo que el Espíritu dice, porque el Espíritu intercede por nosotros, los creyentes, en armonía con la voluntad de Dios" (Romanos 8:26-27, NTV). Pablo también instó a los creyentes a "que verifiquen cuál es la voluntad de Dios" para sus vidas, porque la voluntad de Dios "es buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2, NBLA).
Cuando Jesús dijo: "No se haga mi voluntad, sino la tuya", rindió Su propia voluntad a la de Dios, plenamente convencido de que Su Padre sabía qué era lo mejor. Cuando oramos así, nos sometemos a la sabiduría de Dios, confiando en que Él también sabrá qué es lo mejor para nuestras vidas (Romanos 8:28).