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Pregunta: ¿Qué es la paz de Dios y cómo la puedo experimentar?

Respuesta:
Filipenses 4:7 se refiere a "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento". La mayoría de las cartas de Pablo comenzaban con las palabras "Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo". La paz es un estado de tranquilidad o sosiego de espíritu que trasciende las circunstancias. El término paz se describe en las Escrituras como un don de Dios y acorde con Su carácter (1 Tesalonicenses 5:23; Gálatas 6:16; 1 Pedro 1:2; Hebreos 13:20).

Si Dios es paz, entonces conocer a Dios es disfrutar de Su paz. Cuanto más nos acercamos a Él, más de Su paz podemos disfrutar (Santiago 4:8). Dios nos da instrucciones claras sobre cómo acercarnos a Él. El Salmo 24:3-4 dice: "¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro, el que no ha alzado su alma a la falsedad ni jurado con engaño" (NBLA). Pero las Escrituras también dejan claro que no podemos hacernos lo suficientemente limpios o puros para ganarnos la presencia del Señor (Romanos 3:10, 23). Entonces, ¿cómo nos acercamos lo suficiente para experimentar Su paz? Jesús dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (Juan 14:27). Llegamos a la presencia del Señor a través de Su Hijo (Juan 14:6). Cuando permitimos que la muerte y resurrección de Jesús compren nuestro perdón de Dios, somos contados como justos (2 Corintios 5:21). Nuestros pecados son perdonados porque Jesús ya pagó el precio por ellos. Solo entonces podemos tener paz con Dios (Romanos 4:5; 5:1; 1 Juan 4:10).

La paz inicial que viene de tener la conciencia limpia crece a medida que conocemos mejor a Dios (Hebreos 10:22). Segunda de Pedro 1:2 dice: "Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús". Cuando crecemos en la comprensión de las profundidades y riquezas del amor de Dios hacia nosotros (Efesios 3:18-19; Romanos 8:38-39), nuestras mentes y espíritus comienzan a descansar en Su poder y sabiduría. Comenzamos a entender que Él realmente hará que todas las cosas obren juntas para nuestro bien (Romanos 8:28). Aprendemos que Sus propósitos se cumplirán (Salmo 33:11; Proverbios 19:21; Isaías 45:9; 46:9-11).

Ciertas actitudes pueden destruir la paz de Dios. Cuando asociamos la confianza con la suposición de que Dios nos dará todo lo que queramos, nos exponemos a la decepción. La Biblia está llena de ejemplos de lo contrario (2 Corintios 12:7-9; Hebreos 11:13; Salmo 10:1). Confiar significa que hemos puesto nuestro corazón a creer en Dios, pase lo que pase. Cuando insistimos en tener el control, saboteamos el deseo de Dios de dejarnos vivir en paz. Cuando elegimos la preocupación en lugar de la fe, no podemos vivir en paz. Jesús nos advirtió varias veces sobre el miedo y la preocupación (Mateo 6:34; Lucas 12:29; Filipenses 4:6). La preocupación es enemiga de la paz. Dios nos invita a echar nuestras preocupaciones sobre Él y luego desprendernos de ellas (1 Pedro 5:7).

Vivir en paz puede compararse a los pétalos de una flor que se despliegan a la luz del sol matutino. Los pétalos de la paz en nuestras vidas se despliegan a medida que aprendemos más sobre Dios. Descubrimos que Su carácter es siempre fiel. Experimentamos Su continua bondad. Leemos más sobre Sus promesas (Salmo 100:5; 115:11; Isaías 26:4). Aprendemos a disfrutar de Su inmenso amor por nosotros (Romanos 8:38-39). No permitimos que las circunstancias cambiantes determinen nuestro nivel de satisfacción, sino que confiamos en el carácter de Dios, que nunca cambia (Santiago 1:17; Malaquías 3:6).

Cuando desarrollamos un estilo de vida en el que hacemos del Señor nuestro refugio, empezamos a vivir en la paz de Dios (Salmo 46:1; 62:8). El Salmo 91:1 contiene el secreto para vivir en la paz de Dios: "El que habita al amparo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al Señor: "Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío"". Ese lugar secreto en nuestros corazones es donde vamos a encontrarnos con Dios. Cuando elegimos vivir allí y escondernos bajo Su sombra, manteniéndonos en constante comunión con Él, podemos permanecer en paz, incluso cuando las circunstancias no lo estén. Cuando aprendemos a clamar a Él en tiempos difíciles, comprendemos que Su paz sobrepasa todo entendimiento humano (Filipenses 4:7).

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