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Pregunta: "¿Acaso todos los pecados son iguales para Dios?"

Respuesta:
Todo pecado es quedar corto la gloria de Dios (Romanos 3:23). Por lo tanto, existe la justicia o la injusticia, y la justicia, la perfección, es un absoluto. En términos generales, todos los pecados son iguales para Dios en el sentido de que todos los pecados son por definición "injusticia" e "imperfección". Todas las cosas menos que santas comparten la cualidad de no santidad.

Podemos imaginar los esfuerzos del hombre para alcanzar la justicia como un grupo de personas intentando saltar un abismo. Algunos toman impulso; algunos intentan saltar con pértiga; otros aletean sus brazos en el camino, pero ninguno de ellos llega al otro lado. No importa si se quedan cortos por dos centímetros, dos metros, o dos kilómetros, todos caen hacia abajo. De manera similar, todos los pecados son iguales para Dios; realmente no importa cuánto nos quedemos cortos. Todos caemos.

Jesús indicó que, por su naturaleza, todos los pecados son iguales para Dios. En su Sermón del Monte, el Señor mencionó dos pecados "grandes", el asesinato y el adulterio, y los equiparó con la ira injustificada y los pensamientos lujuriosos (Mateo 5:21–22, 27–28). La ira, el asesinato, la lujuria y el adulterio son todos pecados, y necesitamos tomarlos todos en serio.

Ahora que hemos establecido la regla general de que todos los pecados son iguales para Dios por naturaleza, podemos agregar algunas especifidades. Aunque la lujuria y el adulterio son ambos pecaminosos, eso no significa que sean iguales en todos los aspectos. Tener lujuria en el corazón tendrá consecuencias en este mundo, pero esas consecuencias no serán tan severas como cometer el acto físico de adulterio. Lo mismo ocurre con albergar un rencor y cometer un asesinato. La codicia tiene un efecto menor que el robo. El pecado es pecado, pero no todo pecado acarrea las mismas penas en este mundo. En ese sentido, algunos pecados son peores que otros.

La Escritura destaca el pecado sexual como de peores consecuencias que otros tipos de pecado: "Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca" (1 Corintios 6:18). En este pasaje, la inmoralidad se considera aparte de otros pecados como la deshonestidad, el orgullo, la envidia, etc. Todo pecado afectará negativamente la mente y el alma de una persona, pero la inmoralidad sexual afectará inmediatamente y directamente el cuerpo de uno. La destrucción causada por la inmoralidad sexual tendrá un impacto físico. La advertencia extendida contra el pecado sexual en Proverbios 6 contiene esta advertencia: "Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace (versículo 32).

Todos los pecados son iguales para Dios en el sentido de que cualquier pecado mantendrá a uno fuera del cielo. En el estado eterno, la Nueva Jerusalén será habitada por los justos, los redimidos del Señor. “Fuera de la ciudad están los perros: los que practican la brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que rinden culto a ídolos, y todos los que se deleitan en vivir una mentira” (Apocalipsis 22:15, NTV; cf. 21:8). Al mismo tiempo, incluso en el juicio final, parece haber grados de castigo entre los "perros": "Pero alguien que no lo sabe y hace algo malo, será castigado levemente. Alguien a quien se le ha dado mucho, mucho se le pedirá a cambio; y alguien a quien se le ha confiado mucho, aún más se le exigirá" (Lucas 12:48, NTV). Por lo tanto, no todos los pecados llevan el mismo peso de castigo en el infierno.

Hay otra forma en la que todos los pecados son iguales a los ojos de Dios: todos los pecados, sin importar cuán "grandes" o "pequeños", pueden ser perdonados en Cristo. La Escritura dice que "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20). Nadie puede superar la gracia de Dios. Todos somos igualmente pecadores ante Dios. Pero, en Cristo, somos hechos justos. Somos "justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre" (Romanos 3:24–25). Por la fe en Cristo, nacemos de nuevo y por lo tanto somos victoriosos sobre el pecado: "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4).

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