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El personalismo, una perspectiva filosófica y teológica que sitúa el concepto de persona en el centro de su investigación, surgió a finales del siglo XIX y principios del XX. El personalismo fue una respuesta a diversas formas de impersonalismo, como el materialismo, el colectivismo y el naturalismo. El agudo contraste entre personalismo e impersonalismo pone de relieve la importancia del personalismo en el panorama filosófico y teológico.
El personalismo insiste en que la persona es la realidad fundamental y es más importante que la materia, la sociedad o las ideas abstractas. La preocupación central del personalismo es la dignidad, el valor y la naturaleza relacional de las personas humanas y divinas.
El personalismo afirma que ser persona es poseer una identidad única e irrepetible marcada por un valor intrínseco. Las personas no son meros individuos en el sentido de ser unidades aisladas y autocontenidas. Por el contrario, su propia naturaleza es relacional; su identidad y existencia se definen en y a través de sus relaciones con los demás. La relacionalidad se extiende más allá de las interacciones humanas, incluyendo la relación con Dios, la Persona suprema. El personalismo plantea así un desafío radical a cualquier visión del mundo que reduzca a las personas a objetos, herramientas o simples funciones dentro de un sistema. El personalismo insiste en el carácter sagrado de la persona.
En términos humanos, el personalismo sostiene que cada persona es un sujeto con una vida interior de conciencia, libre albedrío y capacidad de desarrollo moral y espiritual. La subjetividad no es un mero fenómeno psicológico, sino que se fundamenta en lo que significa ser humano. El personalismo hace énfasis en que cada persona es un fin en sí misma y posee una dignidad que exige respeto y consideración ética. Esta dignidad inherente no la confieren factores externos como el estatus social, los logros o la utilidad para los demás; es un aspecto intrínseco de la persona. En consecuencia, el personalismo se ha vinculado a menudo a movimientos que abogan por los derechos humanos, la justicia social y la protección de las libertades individuales.
Un rasgo distintivo del personalismo es su énfasis en el aspecto relacional de la persona. Las personas están fundamentalmente interconectadas, y sus identidades están conformadas por sus relaciones con los demás. Este punto de vista se opone a cualquier noción de individualismo radical o a cualquier forma de colectivismo que subsuma al individuo en una masa de humanidad sin rostro. El personalismo sostiene que la auténtica personalidad se realiza en comunión con los demás, donde cada persona reconoce y respeta la personalidad de los demás. Esta dimensión comunitaria del personalismo se refleja a menudo en sus enseñanzas éticas y sociales, que subrayan la importancia de la solidaridad, el respeto mutuo y el bien común.
El personalismo ofrece una comprensión profunda de la persona divina. En el pensamiento personalista, Dios no es un principio abstracto ni una fuerza impersonal que gobierna el universo. Por el contrario, Dios es la Persona última, la fuente y el fundamento de todos los demás seres. Su personalidad divina significa que desea tener relaciones personales con los seres humanos. Desde este punto de vista, las interacciones de Dios con la humanidad no son arbitrarias ni distantes, sino que están marcadas por el amor, la intimidad y la comunión.
El personalismo también afirma que los seres humanos, creados a imagen de Dios, participan de un reflejo de la personalidad divina (ver Génesis 1:27). Esto no implica que los seres humanos sean divinos, sino que poseen cualidades que reflejan la personalidad de Dios, como la racionalidad, la agencia moral y la capacidad de amor y comunión. Así pues, el personalismo considera que la relación entre Dios y los humanos es fundamental para comprender la existencia humana. La expresión más plena de la personalidad humana se encuentra en la comunión con Dios, donde la naturaleza relacional de los seres humanos encuentra su máxima realización (ver Juan 10:10).
El personalismo, al explorar las implicaciones de la personalidad divina para comprender la naturaleza de la realidad, presenta una visión integral. Puesto que Dios es la Persona última, la realidad se considera personal y relacional. El universo es algo más que un conjunto de fuerzas o procesos impersonales. Está creado y sostenido por un Dios personal que lo impregna de significado y propósito. Este punto de vista tiene profundas implicaciones para el modo en que los personalistas abordan las cuestiones de la moral, la ética y el sentido de la vida, ya que estas están arraigadas en la naturaleza personal de Dios y en la naturaleza relacional de las personas.