Pregunta: ¿Cómo cumplió Juan el Bautista la profecía de Isaías de "Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas" (Mateo 3:3)?
Respuesta:
El apóstol Mateo aplica una profecía de Isaías para introducir a los lectores a Juan el Bautista, primo de Jesús: "Porque este es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas" (Mateo 3:3).
El público judío de Mateo conocía bien el rollo de Isaías y este pasaje extraído de una extensa profecía sobre la restauración de Israel al final de los tiempos (Isaías 40:1—45:25). Mateo confirma que Juan el Bautista es la "voz" que inaugura el glorioso reino futuro de Dios con la llegada del Rey. El papel de Juan era preparar el camino para la venida del Rey.
Antes de que naciera Juan el Bautista, un ángel del Señor visitó a su padre, Zacarías, explicándole: "tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan... E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías... para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lucas 1:13–17). Después de nacer el niño, Zacarías profetizó: "Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos" (Lucas 1:76). Más tarde, Juan el Bautista conectó los puntos entre su misión y la profecía de Isaías, testificando: "Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías" (Juan 1:23).
A través del testimonio de Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Zacarías y el propio Juan el Bautista, Dios deja claro que este robusto predicador del desierto es el cumplimiento de la profecía de Isaías. Pero, ¿cómo preparó Juan el camino del Señor y enderezó Sus sendas? Su apodo—"Juan el Bautista"—nos da una pista.
Juan el Bautista llamó al pueblo judío a arrepentirse de sus pecados y bautizarse, un acto que demostraba externamente su dedicación personal a Dios mediante la inmersión en agua. El arrepentimiento es el comienzo inevitable de la fe, y el bautismo representaba una nueva forma de hacer las cosas para los judíos. Como práctica religiosa, el bautismo era generalmente observado solo por los extranjeros (gentiles) que se convertían al judaísmo. Para preparar el camino del Señor y enderezar Sus sendas, Juan necesitaba que los judíos entendieran que su linaje no los iba a salvar. La fe en Jesucristo como Señor y Salvador exigía un compromiso personal: un alejamiento del pecado y una nueva vida de devoción a Dios. El bautismo de Juan era uno que llamaba al "arrepentimiento", es decir, al cambio de vida y a la fe en Jesucristo (ver Hechos 19:1-7).
Cuando Juan se encontró cara a cara con Jesús, comprendió que su misión en la vida era revelar a Israel que Cristo era el Hijo de Dios y su Mesías largamente esperado. Preparó el camino del Señor, presentando a Jesús como "¡El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!", y "el Elegido de Dios" (Juan 1:29–34, NTV). Gracias al ministerio de Juan, muchos pecadores creyeron en Jesucristo (Juan 10:39-42).
En el mundo antiguo, las carreteras se construían para los viajes de los reyes. Cuando un rey planeaba visitar una ciudad, era costumbre construir o preparar un camino para él y su comitiva mientras se acercaban a la ciudad. El camino se hacía lo más recto y nivelado posible (ver Isaías 40:3–4). Isaías 35:8-10 habla de una carretera llamada "Camino de Santidad" que conduce a la ciudad de Sion. La santidad se menciona a menudo en la Biblia como un camino recto (Hebreos 12:13; Salmo 5:8; Proverbios 3:6; Jeremías 31:9; Isaías 26:7).
Juan fue el mensajero que Dios escogió para proclamar la venida de Jesucristo, el Mesías de Israel, que es Rey de reyes y Señor de señores. Juan predicó un bautismo transformador de arrepentimiento que conduce a una vida de santidad que solo se encuentra al entregarse a Jesucristo (Juan 14:6; 2 Timoteo 1:9). Como cristianos, preparamos el camino para que el Señor entre en nuestros corazones arrepintiéndonos de nuestros pecados para que Cristo pueda entrar y hacer de nuestras vidas sendas rectas y templos santos (Deuteronomio 26:18–19; Efesios 1:4; 2:19–22; 1 Pedro 1:15–16; 1 Corintios 3:16–17; 2 Corintios 6:14–7:1).