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Pregunta: "¿Quién es mi prójimo, según la Biblia?"

Respuesta:
Muchos cristianos hablan de la importancia de amar a Dios y a los demás, y con toda la razón. Jesús afirmó que estos son los mandamientos más importantes (Marcos 12:28-34; ver Deuteronomio 6:4-5 y Levítico 19:18). El concepto de que debemos amar a los demás a veces se expresa de forma más específica como el llamado a amar al prójimo como a uno mismo. "¿Quién es mi prójimo?" llega a ser una pregunta natural.

El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo tiene su origen en Levítico 19:18, que dice: "No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo el Señor". Los judíos de la época de Jesús habrían entendido en gran parte que su "prójimo" era su compañero israelita. Sin embargo, Dios tiene en mente una definición más amplia. Amar al prójimo es algo más que amar a aquellos que son como nosotros y que a su vez pueden amarnos.

Lucas 10 registra un incidente en el que un escriba, experto en la ley judía, puso a prueba a Jesús sobre lo que debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le replanteó la pregunta al escriba (Lucas 10:25-37). El escriba respondió con el mandato de amar a Dios con todo nuestro ser y de amar al prójimo como a sí mismo. Jesús afirmó la respuesta. Pero el escriba, queriendo justificarse, preguntó: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús respondió con la parábola del buen samaritano.

En la parábola, a un hombre que viajaba de Jerusalén a Jericó lo atacaron y lo dejaron como muerto a un lado del camino. Un sacerdote que pasaba por allí ve al hombre, pero pasa al otro lado del camino. Lo mismo ocurre cuando pasa un levita. Esencialmente, dos judíos, ambos de la línea sacerdotal de los israelitas y que deberían haber conocido y seguido la ley de Dios, no demostraron amor a su compañero israelita necesitado. Sin embargo, dijo Jesús, llegó un samaritano, una persona generalmente despreciada por los judíos a causa de las diferencias culturales y religiosas. Y fue el samaritano quien se detuvo a ayudar al hombre herido. Atendió las heridas del hombre y le pagó la estadía en una posada. En pocas palabras, una persona a la que los judíos habrían considerado "impura" y fuera del pacto de Dios demostró compasión por alguien que lo habría considerado un enemigo. Jesús preguntó al escriba cuál de los tres transeúntes era prójimo del hombre herido. "El experto en la ley respondió: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo" (Lucas 10:37).

Nuestro prójimo es, por tanto, cualquier persona cercana con la que podamos compartir el amor de Dios. Estamos llamados no sólo a amar a los que son afines a nosotros o con los que nos sentimos cómodos, sino a todos los que Dios pone en nuestro camino. De hecho, Jesús dijo: "Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5:44-48). Dios muestra amor a todas las personas (Juan 3:16-18; Romanos 1:19-20; 2 Pedro 3:9). Como Sus hijos (Juan 1:12), estamos llamados a hacer lo mismo.

Es importante entender qué es el verdadero amor. Amamos a las personas buscando genuinamente lo que es mejor para ellas. Amar a los demás no significa estar de acuerdo con todo lo que dicen o hacen, ni significa actuar de tal manera que siempre obtengamos su aprobación. Amar al prójimo significa atender sus necesidades, tanto físicas como espirituales. Amamos a nuestro prójimo cuando, como el samaritano de la parábola de Jesús, nos compadecemos de ellos y ayudamos a satisfacer sus necesidades en la medida de nuestras posibilidades. Amamos mejor a nuestro prójimo cuando compartimos con él la verdad de Dios. Sólo Jesús puede salvar (Juan 14:6; Hechos 4:12), y sólo Él puede satisfacer todas las necesidades de las personas.

Amamos a nuestros vecinos, incluso a los que parecieran ser nuestros enemigos, cuando actuamos hacia ellos con un corazón que ama primero a Dios. Amamos a nuestro prójimo como resultado del amor de Dios por nosotros y como una forma de demostrar nuestro amor a Dios (1 Juan 4:7-12; Colosenses 4:5-6; 1 Pedro 3:15-16).

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