Respuesta:
Este mundo es un campo de batalla. Desde la caída del hombre en el Jardín del Edén (Génesis 3:17-19), el mundo que Dios creó ha estado en conflicto con Él (Romanos 8:20-22). A Satanás se le llama el "dios de este mundo" (2 Corintios 4:4), y a causa del pecado de Adán, nacemos siendo parte de su equipo (Romanos 5:12).
Cuando llegamos a la edad en la que podemos tomar decisiones morales, debemos elegir entre seguir nuestras propias inclinaciones pecaminosas o buscar a Dios (véase Josué 24:15). Dios promete que cuando lo buscamos con todo nuestro corazón, lo hallaremos (Jeremías 29:13). Cuando lo hallamos, tenemos que tomar una decisión: ¿continuamos siguiendo nuestras propias inclinaciones o nos rendimos a Su voluntad?
Rendirse es un término de batalla. Consiste en renunciar a todos los derechos ante el vencedor. Cuando un ejército contrario se rinde, depone las armas y los vencedores toman el control a partir de ese momento. Rendirse a Dios funciona de la misma manera. Dios tiene un plan para nuestras vidas, y rendirnos a Él significa que dejamos de lado nuestros propios planes y buscamos ansiosamente los suyos. La buena noticia es que el plan de Dios para nosotros siempre nos beneficia (Jeremías 29:11), a diferencia de nuestros propios planes, que a menudo nos llevan a la destrucción (Proverbios 14:12). Nuestro Señor es un vencedor sabio y bondadoso; nos conquista para bendecirnos.
Hay diferentes niveles de rendición, todos los cuales afectan a nuestra relación con Dios. La rendición inicial ante el llamado del Espíritu Santo nos lleva a la salvación (Juan 6:44; Hechos 2:21). Cuando abandonamos nuestros propios intentos de ganarnos el favor de Dios y confiamos en la obra consumada de Jesucristo a favor nuestro, nos convertimos en hijos de Dios (Juan 1:12; 2 Corintios 5:21). Sin embargo, hay momentos de mayor sometimiento en la vida de un cristiano que producen una intimidad más profunda con Dios y un mayor poder en el servicio. Mientras más áreas de nuestra vida le entreguemos, más lugar habrá para la llenura del Espíritu Santo (Efesios 5:18). Cuando somos llenos del Espíritu Santo, exhibimos rasgos de Su carácter (Gálatas 5:22). Cuanto más nos entregamos a Dios, nuestra vieja naturaleza de auto-adoración es sustituida por una que se asemeja a Cristo (2 Corintios 5:17).
Romanos 6:13 dice que Dios requiere que entreguemos la totalidad de nuestro ser; Él quiere el todo, no una parte: "Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia". Jesús dijo que Sus seguidores debían negarse a sí mismos (Marcos 8:34) - otro llamado a la renuncia.
El objetivo de la vida cristiana puede resumirse en Gálatas 2:20: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Esa vida de entrega es agradable a Dios, produce una gran satisfacción humana y cosechará la recompensa final en el cielo (Lucas 6:22-23).