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Pregunta: ¿Por qué debemos ser valientes (Salmo 27:14)?

Respuesta:
Dios sabe que Sus seguidores necesitan mucho valor para superar las tribulaciones de la vida en este mundo caído. Por esta razón, la Biblia está llena de exhortaciones alentadoras, como la del Salmo 27:14: "Espera con paciencia al Señor; sé valiente y esforzado; sí, espera al Señor con paciencia" (NTV).

Ser "valiente" es poseer una cualidad interior que permite a una persona afrontar el peligro y las dificultades sin miedo y, en cambio, con tranquilidad, audacia, seguridad, fortaleza y confianza. La palabra traducida "esperar" en el idioma original significa "confianza". De ella se hacen eco las palabras de Isaías 40:31: "Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán"(NBLA).

Este tipo de confianza y valentía inquebrantables solo es posible para quienes conocen al Señor como Salvador. Al principio del salmo, el poeta reconoce: "El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré temor?" (Salmo 27:1, NBLA).

Ante cualquier amenaza, podemos tener valor porque el Señor mismo está con nosotros y es digno de nuestra confianza. Ninguna noche es tan larga, ninguna tiniebla tan impenetrable, ningún sufrimiento tan doloroso, ningún mal tan espantoso y ningún enemigo tan feroz como para perturbar la confianza de quien tiene a Dios por luz y al Señor por salvación. Los creyentes pueden ser valientes y no tener miedo, porque el Señor es el baluarte de sus vidas.

Dios animó a Josué a "que te esfuerces y seas valiente" (RVR1960) o "¡Sé fuerte y valiente!" (NVI) porque "el Señor tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará" (Deuteronomio 31:6, NBLA; ver también Josué 1:9). La misma seguridad se le dio a Salomón y a innumerables siervos de Dios a lo largo de la Biblia (1 Crónicas 22:13; 2 Samuel 10:12; Hechos 23:11). Debemos ser valientes porque el Señor está con nosotros. Él es nuestra seguridad: "No hay por qué temer la calamidad repentina ni la destrucción que viene sobre los perversos, porque el Señor es tu seguridad. Él cuidará que tu pie no caiga en una trampa" (Proverbios 3:25-26, NTV).

Dios utiliza los momentos de sufrimiento para fortalecernos y refinarnos (2 Corintios 4:7-12; Salmo 66:10). El apóstol Pablo animó a los creyentes que estaban soportando dificultades a no desanimarse: "Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Corintios 4:16-17). En toda situación, podemos estar seguros de que Dios está realizando Sus propósitos para nuestro bien y Su gloria (Romanos 8:28).

Jesús les enseñó a los discípulos que es posible ser valientes y tener paz en medio de las pruebas y las aflicciones, permaneciendo en Él: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). En Jesucristo tenemos paz (Juan 14:27). Puede que el mundo nos odie, pero Jesucristo ha vencido al mundo. La vida de los creyentes "está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3:3). Somos hijos de Dios, y "todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Juan 5:4; ver también 1 Juan 2:13-14).

Debemos ser valientes porque Dios es nuestro protector y defensor (Salmo 46:1). No tenemos que tener miedo porque estamos seguros en el amor del Padre (1 Juan 4:18). Cuando Dios está con nosotros, nada puede hacernos frente (Romanos 8:31), y nada puede separarnos de Su gran amor (Romanos 8:35-39).

¿Qué es lo peor que el mundo nos puede arrojar? El apóstol Pablo dijo que, aunque "nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere"—aunque muramos—"tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos" (2 Corintios 5:1). Debemos ser valientes, porque a los que están en Jesucristo les espera la vida eterna en el cielo (Juan 17:3; 1 Juan 2:24-25; 5:20).

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