Pregunta: ¿Qué significa "mas vive Cristo en mí" en Gálatas 2:20?
Respuesta:
Gálatas 2:20 es un pasaje muy conocido con profundas implicaciones: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Esta declaración de identidad pone de relieve la realidad de todos los que han depositado su confianza en el Hijo. Debemos comprender lo que Pablo quiso decir en este pasaje y su relevancia en el siglo XXI.
En primer lugar, consideremos el contexto. El libro de Gálatas hace hincapié en la salvación por la gracia mediante la fe y rechaza la salvación por las obras. El argumento va más allá de la justificación y aborda el modo de vida cristiano. La iglesia primitiva se enfrentó a un conflicto importante, pues algunos judaizantes insistían en que los cristianos gentiles debían circuncidarse para ser plenamente aceptados por Dios (ver Hechos 15). Al parecer, algunos creyentes gentiles sucumbían a la presión, lo que impulsó a Pablo a escribir esta carta. En el capítulo 2, Pablo relata su visita a Jerusalén para reunirse con los líderes de la Iglesia. A continuación, se enfrenta a Pedro por hipocresía, y luego viene Gálatas 2:20.
La afirmación "mas vive Cristo en mí" tiene un profundo significado teológico. Cuando nacemos de nuevo, nos unimos a Cristo en Su vida, muerte y resurrección. Comprender nuestra unión con Jesús elimina la necesidad de reconstruir el antiguo sistema de observancia de la ley. Pablo describe esta unión en su carta a los Romanos:
"¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Romanos 6:3-11)
Nuestra unión con Cristo resuelve una objeción que la gente tiene al concepto de gracia. Si somos declarados justos por la fe en Cristo y no por la obediencia a la ley, ¿significa eso que podemos desprendernos de todas las restricciones morales y vivir como queramos? Al fin y al cabo, donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Romanos 5:20). La respuesta está en nuestra nueva identidad, arraigada en nuestra unión con Cristo. Nos identificamos con Él y vivimos como Él, lo que significa que vivimos para Dios.
Además, el Espíritu Santo, enviado por el Hijo, habita en nosotros. A través de la conexión sobrenatural del Espíritu estamos unidos a Cristo. Nuestras vidas ya no se viven para nosotros mismos, sino que seguimos a Cristo bajo la influencia del Espíritu, dando gloria al Padre.
Nuestra identidad en Cristo también tiene implicaciones personales. Creer que Cristo vive en nosotros significa que le representamos aquí en la tierra, por imperfectos que seamos. El resultado esperado es un estilo de vida, unos pensamientos, unos deseos, un carácter y unos objetivos transformados. Incluso la forma en que afrontamos las actividades cotidianas, como las tareas domésticas, debería cambiar. Considera el ejemplo de un joven que se casa. Su condición de hombre casado provoca naturalmente cambios en el estilo de vida, el comportamiento y la actitud; de lo contrario, habría una desconexión entre sus acciones y su nueva situación. Del mismo modo, una relación con Jesús es transformadora y afecta a todos los aspectos de nuestra vida. Nos convertimos en Sus alumnos, aprendiendo y aplicando Sus enseñanzas. Amamos lo que Él ama y odiamos lo que Él odia. Parecernos más a Jesús es nuestro objetivo final (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18; 1 Juan 2:6).