Pregunta
¿Quién fue Acán en la Biblia?
Respuesta
Primer Crónicas 2:7 se refiere a Acán como "el perturbador de Israel, que hizo mal en cuanto al anatema" (NBLA). En los días de Josué, cuando los rubenitas, gaditas y la media tribu de Manasés construyeron su propio altar al este del río Jordán, las otras tribus utilizaron la historia de Acán como advertencia: "Pero no se rebelen contra el Señor, ni se rebelen contra nosotros edificándose un altar aparte del altar del Señor nuestro Dios. ¿No fue infiel Acán, hijo de Zera, en cuanto al anatema, y vino la ira sobre toda la congregación de Israel? Y aquel hombre no pereció solo en su iniquidad" (Josué 22:19b–20, NBLA). Entonces, ¿quién era este "perturbador" llamado Acán, y qué hizo?
La historia de Acán se encuentra en Josué 7. Dios había entregado Jericó en manos de los israelitas, según se relata en Josué 6. Los israelitas habían sido instruidos para destruir todo en la ciudad, con la excepción de Rahab y su familia, así como el oro, la plata, el bronce y el hierro de la ciudad. Los metales debían ir al tesoro del tabernáculo; eran "sagrados al Señor" (Josué 6:19, NBLA) o "consagrados" a Él. Jericó debía ser totalmente destruida, y los israelitas no debían tomar botín para ellos mismos.
Poco después de su éxito en Jericó, los israelitas avanzaron para atacar la ciudad de Hai. Los espías que Josué envió a Hai pensaron que la ciudad sería fácil de conquistar, mucho más fácil que Jericó, y sugirieron a Josué que sólo enviara dos o tres mil tropas. Para su sorpresa, los israelitas fueron expulsados de Hai, y treinta y seis de ellos fueron asesinados. Josué rasgó sus vestiduras y se lamentó de sus intentos de conquistar Canaán. Le dijo a Dios: "Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?" (Josué 7:9). Dios respondió diciendo a Josué que algunos israelitas habían pecado llevándose cosas consagradas. El pueblo debía consagrarse, y a la mañana siguiente se identificaría al culpable por medio de la suerte (ver Proverbios 16:33).
Cuando llegó la mañana, cada tribu se presentó. La tribu de Judá fue la escogida por la suerte, luego la familia de los de Zera, luego la familia de Zabdi, y luego Acán. "Y Josué dijo a Acán: Hijo mío, te ruego, da gloria al Señor, Dios de Israel, y dale alabanza. Declárame ahora lo que has hecho. No me lo ocultes" (Josué 7:19). Acán confesó su pecado, y admitió que en Jericó vio un manto, doscientos siclos de plata y una barra de oro de cincuenta siclos que "codició", tomó, y escondió en un agujero que había cavado dentro de su tienda. Mensajeros de Josué confirmaron que el botín se encontraba en la tienda de Acán, y lo llevaron ante la asamblea. Entonces los israelitas apedrearon a Acán, a sus hijos y a su ganado, y quemaron los cadáveres; también quemaron la tienda de Acán, el botín que había tomado y "todo lo que tenía" en el Valle de Acor (es decir, el "Valle de la Tribulación"), Josué 7:25-26. El montón de piedras quedó allí, en el Valle de Acor. El montón de piedras se dejó allí como recordatorio del pecado de Acán y del alto costo de no obedecer al Señor.
Después de que Acán fue juzgado, Dios le dijo a Josué: "No temas ni desmayes; toma contigo toda la gente de guerra, y levántate y sube a Hai. Mira, yo he entregado en tu mano al rey de Hai, a su pueblo, a su ciudad y a su tierra" (Josué 8:1). Los israelitas prepararon una emboscada y derrotaron a Hai, matando a todos sus habitantes. Esta vez, los israelitas pudieron tomar el botín para ellos mismos. Sólo Jericó, la primera ciudad en Canaán, había estado completamente dedicada al Señor (ver Deuteronomio 18:4).
La historia de Acán es un recordatorio contundente de la pena del pecado, que es la muerte (Romanos 6:23a). También vemos dos verdades ilustradas claramente: primero, que el pecado nunca es un evento aislado, nuestro pecado siempre tiene un efecto dominó que toca a otros. El pecado de Acán condujo a las muertes de treinta y seis de sus compañeros soldados y la derrota de todo el ejército. Segundo, podemos estar siempre seguros de que nuestros pecados nos alcanzarán (Números 32:23). Esconder la evidencia en nuestras tiendas no lo ocultará de Dios.
El pecado de Acán fue grave. Tomó lo que era de Dios. Los israelitas habían sido advertidos específicamente sobre las consecuencias de no hacer lo que Dios les había ordenado. Josué les dijo: "Pero vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis" (Josué 6:18). El pecado de Acán fue una clara y deliberada violación de una orden directa, y sí, trajo problemas a todo el campamento de Israel. Además, a Acán se le dio tiempo para arrepentirse por sí mismo; podría haberse presentado en cualquier momento, pero eligió esperar a través del sorteo. En lugar de admitir su culpa y quizás pedir la misericordia de Dios o al menos demostrar reverencia por Él, Acán intentó ocultarse. "El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia" (Proverbios 28:13).
Los metales preciosos que Acán tomó debían ser dados al tabernáculo; eran posesión de Dios. Así que Acán no sólo desobedeció una orden directa, sino que robó a Dios mismo y luego lo encubrió. La historia de Ananías y Safira en Hechos 5 es una advertencia similar contra mentir a Dios. En cuanto a por qué toda la familia de Acán fue destruida junto con él, eso es un poco difícil de entender. Lo más probable es que fueran cómplices del pecado: seguramente sabían lo del hoyo que había cavado en su tienda y lo que allí escondía. O tal vez su ejecución fue una demostración de lo puros que debían ser los israelitas.
En la historia de Acán, vemos cuán engañoso puede ser el pecado. En medio de una victoria milagrosa, Acán fue seducido por un manto, algo de plata y algo de oro, sin duda, nada de eso se compara con el poder de Dios que él acababa de presenciar. Sin embargo, sabemos que nuestros propios corazones pueden ser desviados tan fácilmente. Santiago 1:14-15 dice: "sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte". Otro aspecto de la decepción del pecado es que promete un beneficio que simplemente no puede proporcionar. Los objetos robados no le sirvieron de nada a Acán; no podía gastar el dinero, y no podía vestir la ropa. Lo que a él le parecía de gran valor, en realidad no tenía valor alguno, enterrado en un hoyo en el suelo mientras la culpa anidaba en su corazón.
En Josué 7:21, cuando Acán finalmente confiesa su pecado, relata el proceso que llevó a su destrucción: "vi ... codicié ... y tomé". Este es el mismo proceso que conduce a muchos pecados hoy. Acán fue engañado por las mentiras del pecado, pero nosotros no tenemos que ser engañados. "Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas" (Santiago 1:16-18). La verdadera bendición viene de Dios, no a través de los placeres del pecado.
A lo largo de la Biblia, encontramos que la misericordia acompaña al juicio, incluso en la historia de Acán. Dios fue misericordioso al limitar la destrucción causada por el pecado de Acán. También restauró rápidamente la nación de Israel después de que se tratara el pecado. En Josué 8, vemos a Israel derrotar a Hai y renovar su pacto con Dios. Dios perdona, y desea estar en relación con Su pueblo. Incluso cuando no comprendemos Sus mandamientos, podemos confiar en Su carácter. Él es el inmutable y el dador de todo lo bueno. La historia de Acán es tanto una advertencia como una de esperanza.
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