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Pregunta

¿Me odia Dios?

Respuesta


La respuesta corta a la pregunta de "¿me odia Dios?", es "no". Si eres un ser humano, entonces has sido diseñado por tu Creador para reflejar Su propia imagen (Génesis 1:27). Dios ama lo que ha creado, y ama especialmente a los seres humanos, porque somos los más parecidos a Él. Entonces, ¿por qué algunas personas suponen que Dios las odia?

Hay tres razones claves que hacen que algunas personas crean que su Creador los odia:

1. El pecado. El primer y más obvio problema es el hecho de que Dios es perfecto y nosotros no (Romanos 3:23). Nuestro pecado estropea la imagen de Dios, de modo que Su bondad y semejanza no pueden verse fácilmente en nosotros. Desde la caída en el Jardín del Edén, los seres humanos estamos predispuestos a querer ser nuestros propios dioses (Génesis 3:1-6). No queremos un Gobernante Supremo que nos diga lo que tenemos que hacer. Esa rebelión contra nuestro Creador es la esencia del pecado. El pecado es un asunto del corazón. Puede manifestarse de maneras obvias, como el asesinato. O puede manifestarse de formas socialmente más aceptables, como la ambición, la lujuria o la avaricia. Pero en el corazón el pecado es pecado, y pone distancia entre nosotros y Dios.

Si Dios nos odiara por nuestro pecado, habría eliminado a Adán y Eva cuando le desobedecieron. Pero, como Dios ya los había creado con un espíritu eterno como Él, quería que estuvieran con Él para siempre. Así que Dios entró en su mundo e hizo por ellos lo que no podían hacer por sí mismos: cubrió su pecado (Génesis 3:21). Todavía sigue haciéndolo. Cuando se hizo hombre y entró en nuestro mundo como Jesucristo, estaba demostrando cuánto nos ama (Juan 3:16-18; Filipenses 2:5-11). Jesús derramó Su propia sangre para cubrir nuestro pecado, de modo que "todo el que cree en Él no perecerá" (Juan 3:16, 36). Este creer significa que reconocemos Su derecho a gobernarnos. Renunciamos voluntariamente a nuestra insistencia en ser nuestros propios dioses y le llamamos Señor de nuestras vidas (Romanos 10:8-10). Dios nos adopta entonces como Sus hijos amados (Romanos 8:15; Efesios 1:5; 1 Juan 3:1). Como hijos Suyos, tenemos la libertad de acudir a Él en cualquier momento (Hebreos 4:16), encontrar el perdón cuando nos equivocamos (1 Juan 1:9), y vivir en gozosa anticipación de una vida eterna en el cielo con Él (1 Juan 5:13).

2. Un entendimiento erróneo de Dios. Otra razón por la que las personas piensan que Dios las odia es que se han formado una idea distorsionada de quién es Él. El mundo se está ahogando en ideas torcidas. Cada religión creada por el hombre tiene su propia definición de un Ser todopoderoso o fuerza suprema, la mayoría de las cuales son invenciones humanas. Aquellos que han sido criados en tal clima religioso pueden encontrar difícil despojarse de las falsas enseñanzas sobre Dios y aceptar la verdad. Incluso algunas denominaciones cristianas parten del Dios de la Biblia, pero enfatizan ciertos rasgos excluyendo otros y presentan una visión deformada de la naturaleza de Dios. A algunas personas se les ha enseñado que Él está enojado con ellos, que nunca podrán complacerlo, o que Él tiene favoritos y ellos no lo son. Esta enseñanza equivocada puede llevarles a creer durante toda la vida que Dios nunca querrá acercarse a ellos.

Esta falsa teología contradice las verdaderas enseñanzas de la Palabra de Dios. Santiago 4:7-10 nos da una idea de lo que se necesita para ser aceptado en la presencia de Dios: "Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará".

Este pasaje enumera varias palabras de acción que revelan a un Dios que anhela que le conozcamos. Se nos dice que hagamos estas cosas

- someternos a Dios,

- resistir a Satanás,

- acercarnos a Dios,

- limpiar nuestras vidas de malas acciones,

- dejar que Jesús purifique nuestros corazones,

- y humillarnos ante Dios.

No podemos acercarnos a Dios si no nos sometemos a Él. Nos sometemos a Él obedeciendo Su Palabra y resistiendo las trampas, mentiras y tentaciones de Satanás. Cuando reconocemos y evitamos las trampas del diablo, podemos limpiar nuestras vidas de las acciones que siguieron a esas mentiras. Una vez que reconocemos nuestro pecado, le pedimos a Jesús que nos perdone y nos purifique. Por supuesto, nada de esto es posible, a menos que estemos dispuestos a humillarnos ante el Señor.

3. La soberbia. La falta de humildad es otra razón por la que la gente considera que Dios los odia. Cuando preguntan: "¿Me odia Dios?", lo que a menudo quieren decir es: "¿Me aceptará Dios a mí y a este pecado mío que no pienso cambiar?". La respuesta clara de las Escrituras es "no". Cuando nos definimos a nosotros mismos por un determinado pecado, eso significa que no estamos dispuestos a permitir que Jesús nos dé Su identidad (Romanos 8:29). El arrepentimiento es parte de la salvación, y no podemos aceptar la nueva naturaleza que Él nos proporciona (2 Corintios 5:17) si no nos desprendemos de la vieja (Lucas 9:23). El orgullo insiste en que Dios debe hacerlo a nuestra manera, y cuando se niega a doblegarse por nosotros, decidimos que nos odia. Pero Él se niega a doblegarse por nosotros porque nos ama (Juan 3:16-18). Si Su camino es el correcto, entonces lo único amoroso que puede hacer es insistir en que hagamos las cosas a Su manera. Permitir algo menos no es amoroso en absoluto.

El orgullo fue el primer pecado (Isaías 14:12-14) y el pecado que corrompió a la humanidad (Génesis 3:5-6; 1 Juan 2:15-16). El orgullo estará de acuerdo con Dios en algunas cosas, pero insiste en tener la última palabra. Cuando nos exaltamos como juez y jurado de Dios, estamos viviendo en orgullo. Cuando juzgamos Su Palabra, en lugar de permitir que ella nos juzgue, estamos caminando en orgullo (Salmo 119:105). El orgullo nos convence de que la norma inmutable de Dios es prueba de que Él nos odia. Así que, muchas veces, las personas que declaran que Dios las odia se están definiendo a sí mismas por un pecado y exigen que Dios acepte ese pecado. Él aceptará a las personas, pero deben desechar el orgullo y confesar su pecado, estando de acuerdo con Él sobre el pecado que están defendiendo (Juan 6:37; 1 Corintios 6:9-11).

Dios no odia a nadie, en el sentido de retener bendiciones injustamente. Sin embargo, aquellos que, por sus elecciones de vida, se oponen a Él no pueden esperar Su bendición y protección (1 Samuel 2:30; Malaquías 2:2). Los que eligen la rebelión contra el plan de Dios para sus vidas experimentarán las consecuencias de sus elecciones (Mateo 7:13-14; 25:41; Juan 3:36). Pasarán una eternidad reconociendo la justicia de su castigo por rechazar el sacrificio que el Hijo de Dios hizo por ellos (Lucas 16:19-31; Hebreos 10:29). La buena noticia es que nunca tendremos que experimentar la justa ira de Dios por nuestro pecado si aceptamos a Jesús como nuestro sustituto (Romanos 1:18; 2 Corintios 5:21). Él tomó nuestro castigo para que el amor de Dios, no Su ira, pudiera marcar nuestras vidas. Si rechazamos todos Sus intentos de llevarnos hacia Él, al final nos rechaza y permite que suframos las consecuencias (Salmo 119:118). Como dice Hebreos 10:31: "¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!".

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