Pregunta
¿Por qué Dios no dará su gloria a otro (Isaías 42:8)?
Respuesta
En Isaías 42:8 (NBLA) Dios dice: "Yo soy el Señor, ese es Mi nombre; Mi gloria a otro no daré, ni Mi alabanza a imágenes talladas". La gloria de Dios es Su honor, esplendor y dignidad, y Él no la compartirá con nadie. Al hablarle a Israel de cómo los estaba librando de la destrucción y dándoles nuevas profecías, Dios dice: "Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro" (Isaías 48:11).
Dios no dará Su gloria a otro, porque toda gloria, honor y alabanza le pertenecen sólo a Él. No permitirá que Sus obras se le atribuyan a un dios falso, ya que "nada es en el mundo" (1 Corintios 8:4). Además, Dios no permitirá que los seres humanos se atribuyan el mérito de lo que Él hace, como si fueran nuestra propia habilidad, sabiduría y poder los que merecieran la alabanza.
Dios no le dará Su gloria a otro porque es inmoral que alguien se lleve el crédito por algo que no hizo. Ya sea hacer trampa en un examen, plagiar un libro, "robar valor" haciéndose pasar por un excombatiente, o tratar de llevarse el crédito por lo que Dios ha hecho, está mal. La mayoría de la gente entiende que desviar la reputación de otros o aceptar elogios que le corresponden a otra persona es deshonesto y deshonroso. Que un ser humano intente atribuirse el mérito de las acciones de Dios es el colmo de la arrogancia.
El rey Herodes cometió el error de intentar apropiarse de la gloria de Dios: "Y un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos" (Hechos 12:21-23). Al aferrarse a la gloria que sólo pertenece a Dios, Herodes se parecía mucho a Lucifer, que dijo, justo antes de su caída: "sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:14).
Dios no dará su gloria a otro. Él es "el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, 16 el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible...al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén" (1 Timoteo 6:15-16). El Señor, nuestro Dios, es digno "de recibir la gloria y la honra y el poder" (Apocalipsis 4:11). Su gloria es tal que ni siquiera los ángeles más poderosos del cielo pueden contemplarlo plenamente (Isaías 6:1-4). No hay jactancia en Su presencia (1 Corintios 1:28-29).
Dios no dará Su gloria a otro, lo que hace que la Oración Sacerdotal de Jesús sea aún más asombrosa, porque en ella Jesús oró: "Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Juan 17:5). Aquí hay que destacar tres cosas: 1) Jesús ora para que el Padre le dé gloria; 2) Jesús reclama una gloria anterior, que era Suya antes del tiempo de la creación; y 3) Jesús afirma que Su gloria era la del Padre. En otras palabras, Jesús pide que el Padre dé Su gloria a otro, es decir, a Él mismo; más aún, Jesús proclama que Él ya ha participado de esa gloria divina como Hijo preexistente de Dios.
¿Qué debemos pensar de la oración de Jesús, a la luz del decreto inequívoco de las Escrituras de que Dios no dará Su gloria a otro? O bien Jesús está blasfemando, o bien es realmente quien afirma ser: el Hijo eterno de Dios, digno de "sentarse en su trono de gloria" (Mateo 25:31). Creemos que Jesús es "Dios por naturaleza" (Filipenses 2:6) y que en Cristo "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad" (Colosenses 2:9). Es digno de alabanza.
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