Pregunta: "¿Qué es lo que dice la Biblia sobre la corrupción?"
Respuesta:
La corrupción es un estado de decadencia, contaminación o equivocación. En la Biblia, la corrupción es uno de los efectos del pecado que resultó de la caída del hombre. En el principio, Dios creó un paraíso perfecto, libre de enfermedad, dolor y muerte. Sin embargo, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios al comer el fruto prohibido, el pecado entró en el mundo y arruinó su perfección. Ese pecado también trajo contaminación y decadencia a Adán y Eva y a la naturaleza humana de cada persona que nació posteriormente (Romanos 5:12). Por lo tanto, la corrupción en la Biblia es el estado de contaminación moral y decadencia espiritual que se manifiesta en la desobediencia a Dios.
La corrupción está estrechamente relacionada con la muerte espiritual. Dios le dijo a Adán que, si comía del árbol de la ciencia del bien y del mal, "ciertamente moriría" (Génesis 2:17). Adán no murió ese día una muerte física, sino que fue una muerte espiritual que implicó la separación de Dios (Efesios 2:1-3).
Para la época de Noé, la corrupción de la humanidad se había incrementado: "Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra" (Génesis 6:11-12).
En la Biblia se describe a la humanidad pecadora como corrupta: "Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. El Señor miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Salmo 14:1-3; ver también Salmo 53:1-3; Isaías 1:4).
En el Antiguo Testamento, el término corrupción puede hacer referencia a la decadencia física de forma literal (Job 17:14; Salmo 16:10), pero, con mayor frecuencia, la corrupción se utiliza en sentido figurado para referirse a la corrupción moral y la depravación (Éxodo 32:7; Oseas 9:9). Los profetas se pronunciaron valientemente contra la decadencia moral del pueblo de Dios: "La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, pues la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad" (Ezequiel 9:9).
La Biblia enseña que la consecuencia del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Vivir en un estado de corrupción moral conduce a la separación eterna de Dios: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Juan 3:36). Esta ira acabará con el juicio de Dios sobre los pecadores y su irreversible y definitiva separación de Él (Mateo 25:41; 2 Tesalonicenses 1:7-9; Apocalipsis 20:11-15).
El poder de la corrupción ha sido roto por el poder divino del evangelio de Jesucristo: "Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 Pedro 1:2-4).
Cuando llegamos a conocer a Jesucristo, nos involucramos en una relación personal con Él. A medida que esa relación crece, comprendemos mejor quién es Jesús y lo que ha hecho por nosotros. Empezamos a comprender lo que Su divino poder logró para nosotros. Una de las promesas de Jesús es el ministerio de empoderamiento y purificación del Espíritu Santo en la vida de cada creyente (Juan 14:15-17; 16:7; Hechos 1:4-5, 8). El Espíritu Santo nos capacita para obedecer a Dios, revirtiendo la maldición de la corrupción y haciéndonos partícipes de la naturaleza divina de Dios.
El libro de Gálatas compara el proceso de desarrollo espiritual del hijo de Dios con la siembra y la cosecha: "Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna" (Gálatas 6:8). Cuando el Espíritu Santo anula los efectos de la corrupción y la decadencia, cosechamos las recompensas de la vida eterna.
En un futuro y glorioso día, la maldición de la corrupción y la decadencia se eliminará para toda la eternidad: "Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Romanos 8:19-21; ver también Apocalipsis 22:3).