Respuesta:
El llanto es la respuesta humana a las emociones abrumadoras, tanto buenas como malas. Algunas personas lloran con más facilidad que otras, pero la mayoría de nosotros hemos llorado en momentos de intensa tristeza, alegría desbordante o enorme alivio. Dado que los seres humanos hemos sido creados a "imagen de Dios" (Génesis 1:27) y que la Biblia describe a Dios con emociones similares a las nuestras, podemos preguntarnos con razón, ¿acaso Dios llora?
La respuesta rápida es "sí". Cuando Dios se hizo hombre y vino como Jesús a vivir en esta tierra entre nosotros (Filipenses 2:6-11), sintió todo el espectro de emociones humanas que sentimos nosotros (Hebreos 4:15). Los Evangelios registran una amplia gama de emociones que Jesús expresó, incluyendo un par de ocasiones en las que lloró por otras personas (Juan 11:35; Lucas 19:41). Jesús también lloró en el Huerto de Getsemaní la noche antes de Su arresto, gritando con pavor mientras suplicaba al Padre por alguna otra forma de salvarnos (Mateo 26:38-39). Hebreos 5:7 dice: "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente". Puesto que Jesús es Dios en la carne, podemos decir que, cuando Jesús lloró, Dios lloró.
Debemos tener en cuenta que Dios como Hombre (Jesús) experimentó la vida humana, mientras que Dios como Espíritu (el Padre) no. Cuando Dios se hizo hombre, entró en la experiencia humana y se identificó con nosotros en todo, excepto en el pecado. Como Gobernante del Universo, Dios como Espíritu no necesita derramar lágrimas de verdad, porque ninguna emoción le abruma. Aunque tiene emociones, siempre las controla y hace lo que le place (Salmo 115:3; 135:6; Job 23:13; Daniel 4:35). Aunque el Señor no necesita nada de nosotros, ha decidido responder emocionalmente a nuestras decisiones:
- Se entristece cuando nos rebelamos contra Él (Génesis 6:6; Salmo 78:40).
- Se enfada cuando le desafiamos y le rechazamos (Isaías 65:1-3; Jeremías 8:19).
- Siente celos por nuestra idolatría y mundanalidad (Éxodo 20:5; 34:14; Josué 24:19).
- Se regocija con amor por Sus hijos (Sofonías 3:17; Isaías 62:5).
- Odia la maldad (Salmo 5:5; 11:5; Proverbios 6:16).
- Siente gran compasión por Su creación (Salmo 103:8; Joel 2:13).
Dios puede entristecerse, pero en ninguna parte de las Escrituras vemos una indicación de que el Señor Dios de los ejércitos celestiales (Zacarías 8:14; Isaías 22:14) llore lágrimas. Jesús derramó lágrimas, mostrándonos el dolor de Dios de una manera muy humana. Una de las razones por las que Jesús vino a la tierra fue para ayudarnos a entender a Dios. Dijo a Sus discípulos: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9). Sus experiencias y expresiones nos permiten acercar nuestra comprensión humana a lo incomprensible. Es difícil explicar el color a una persona ciega de nacimiento. No tienen nada en su experiencia con lo que compararlo. Lo mismo ocurre con las realidades espirituales. Jesús nos mostró al Padre de una manera que podíamos entender. La Biblia está llena de imágenes y comparaciones físicas porque es la única manera en que podemos acercarnos a las verdades no físicas.
Por eso, cuando la Biblia dice que Jesús lloró, Dios quería que supiéramos que comprende nuestros sentimientos. Nos creó con la capacidad de llorar. Él mismo lloró en persona mientras vivía entre nosotros. Una razón importante por la que el Padre en el cielo no necesita llorar es el hecho de que Él ve el principio y el fin. A menudo lloramos porque nos sentimos atrapados en la emoción del momento, incapaces de ver más allá. Dios nunca tiene ese sentimiento. Él nunca está atrapado en una emoción, incapaz de ver más allá de ella. Él ya sabe que Su plan prevalecerá, así que no está ansioso, estresado, temeroso o abrumado (Isaías 46:9-11). Durante Su vida en la tierra, Jesús nos hizo comprender que Dios llora con nosotros, aunque no sea de la misma manera ni por las mismas razones que nosotros.