Pregunta: ¿Es cierto que Dios no puede mirar el pecado?
Respuesta:
En el libro de Habacuc, el profeta le dice a Dios: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal" (Habacuc 1:13). Esto no significa que Dios deba cerrar los ojos o dar la espalda cuando la gente empieza a pecar. Es, más bien, un reconocimiento del carácter justo de Dios y, en contexto, parte de una discusión más amplia sobre los métodos de Dios para tratar con el pecado.
Habacuc comienza con una serie de preguntas dirigidas a Dios. Habacuc vio el pecado y la degradación que se apoderaban de la nación y llevó sus preocupaciones al Señor. ¿Quién puede leer hoy este lamento y no ver las mismas preguntas que tantos hacen a Dios?
"¿Hasta cuándo, oh Señor, pediré ayuda,
Y no escucharás?
Clamo a Ti: "¡Violencia!".
Sin embargo, Tú no salvas.
¿Por qué me haces ver la iniquidad,
Y me haces mirar la opresión?
La destrucción y la violencia están delante de mí,
Hay rencilla y surge la discordia.
Por eso no se cumple la ley
Y nunca prevalece la justicia.
Porque el impío asedia al justo;
Por eso sale pervertida la justicia" (Habacuc 1:2-4, NBLA).
Habacuc vio al pueblo de Dios revolcándose en el pecado, pero no entendía por qué los malvados prosperaban y los justos sufrían. ¿Por qué era Dios tan tolerante con el mal? Al igual que Job, Habacuc cuestionó la aparentemente lenta respuesta de Dios para corregir los males. ¿Acaso no acabaría nunca la violencia? ¿Qué había sido de la justicia?
Dios responde a Habacuc revelándole Su plan de utilizar a la nación caldea para conquistar Judá y castigar así a los malhechores (Habacuc 1:5-11). Esta respuesta angustió aún más a Habacuc, que volvió a cuestionar a Dios. Los caldeos (o babilonios) eran aún más malvados y depravados que los israelitas. ¿Cómo podía Dios usar una nación tan malvada para juzgar a Su pueblo (versículos 13-17)? ¿Por qué permitiría Él que "el impío [devore] al que es más justo que él"? (versículo 13, NBLA). ¿Aprueba Él su pecado?
Es en este contexto en el que el perplejo profeta dice: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio" (Habacuc 1:13). La clave para entender esta afirmación se encuentra en el paralelismo de la poesía. "Ver" es paralelo a "tolerar". Habacuc está señalando la santidad de Dios y diciendo: "Eres demasiado santo para mirar con buenos ojos el mal".
Hoy en día usamos una expresión similar. La palabra "rostro" en español puede referirse a la "cara" o "expresión", y también puede implicar "dar aprobación" o "permitir" algo. Cuando alguien dice: "No puedo tolerar ese comportamiento", está expresando su desaprobación del mismo. Del mismo modo, cuando Habacuc dice de Dios: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal", quiere decir que la naturaleza santa de Dios garantiza que Él no aprueba el pecado. Dios no puede "ver" la maldad con buenos ojos, así que, se pregunta el profeta, ¿por qué iba a permitir que los babilonios invadieran Judá?
Dios sigue siendo omnisciente y omnipresente, por lo que conoce el pecado y está presente cuando se comete. No guiña el ojo ante el pecado ni hace la vista gorda. Lo ve y, como bien afirma Habacuc, no puede verlo con buenos ojos. Lo que molestó al profeta es que, al usar a los babilonios para castigar a Judá, Dios parecía estar aprobando la idolatría, la violencia y la codicia de los babilonios. Dios le asegura a su profeta en el capítulo 2 que tampoco tolerará los pecados de Babilonia. Los caldeos fueron enviados como instrumento de Dios para juzgar la maldad de Judá, y el propio pecado de los caldeos también será juzgado. Pero el juicio vendrá a su tiempo y a su manera.
La confusión sobre la idea de que los ojos de Dios son demasiado puros para mirar el mal ha llevado a algunos a creer que, cuando un cristiano peca, el Espíritu Santo lo abandona porque el Espíritu Santo no puede "mirar" el pecado. Pero eso contradiría la enseñanza bíblica de que los creyentes han sido "sellados" por el Espíritu Santo, "que es las arras de nuestra herencia" (Efesios 1:13-14; cf. 2 Corintios 1:22). El Espíritu Santo habita en el interior de los cristianos; aunque se aflige por nuestro pecado (Efesios 4:30), no nos abandona. La clave es que nuestro pecado ha sido pagado por Jesús y perdonado por completo. Dios no puede tolerar el pecado, y por eso envió a Su Hijo "para destruir la obra del diablo" (1 Juan 3:8, NBLA).