Pregunta: ¿Cómo puedo evitar ser un Tomás el incrédulo?
Respuesta:
¡Deberíamos dar gracias a Dios por el ejemplo de "Tomás el incrédulo"! La famosa historia del discípulo Tomás se relata en Juan 20:24-29. Todos los cristianos dudamos en algún momento, pero el ejemplo de Tomás el incrédulo nos instruye y nos anima.
Después de Su crucifixión y resurrección, Jesús se apareció vivo y glorificado a Sus discípulos para consolarlos y proclamarles las buenas nuevas de Su victoria sobre la muerte (Juan 20:19-23). Sin embargo, uno de los doce discípulos originales, Tomás, no estuvo presente en esta visita (Juan 20:24). Después de que los otros discípulos le hablaran de la resurrección de Jesús y de su visita personal, Tomás "dudó" y quiso tener una prueba física del Señor resucitado para creer esta buena noticia. Jesús, sabiendo que la fragilidad humana de Tomás se traducía en una fe debilitada, lo complació.
Es importante observar que Jesús no tenía por qué satisfacer la petición de Tomás. No estaba obligado en lo más mínimo. Tomás había pasado tres años conociendo íntimamente a Jesús, presenciando todos Sus milagros y escuchando Sus profecías sobre Su muerte y resurrección venideras. Eso, y el testimonio que Tomás recibió de los otros 10 discípulos sobre el regreso de Jesús, debería haber sido suficiente, pero aun así dudaba. Jesús conocía la debilidad de Tomás, igual que conoce la nuestra.
La duda que experimentó Tomás ante la desgarradora pérdida de Aquel a quien amaba no es muy distinta de la que experimentamos nosotros cuando nos enfrentamos a una pérdida masiva: desesperación, angustia y un profundo dolor, algo con lo que Cristo se compadece (Hebreos 4:15). Pero, aunque Tomás dudó de la aparición del Señor en la resurrección, una vez que vio a Cristo resucitado, proclamó con fe: "Señor mío y Dios mío" (Juan 20:28). Jesús le elogió por su fe, aunque esa fe se fundaba en lo que veía.
Como estímulo adicional para los futuros cristianos, Jesús continúa diciendo: "bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (Juan 20:29, énfasis añadido). Quería decir que, una vez que ascendiera al cielo, enviaría al Consolador, el Espíritu Santo, que viviría en el interior de los creyentes a partir de entonces, capacitándonos para creer lo que no vemos con nuestros ojos. Pedro repite esta misma idea al decir de Cristo: "a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas" (1 Pedro 1:8-9).
Aunque tengamos el Espíritu en nuestro interior, todavía podemos experimentar la duda. Sin embargo, esto no afecta a nuestra relación eterna con Dios. La verdadera fe salvadora siempre persevera hasta el final, tal como lo hizo Tomás, y tal como lo hizo Pedro, después de que tuvo un memorable momento de debilidad al negar al mismo Señor a quien amaba y en quien creía (Mateo 26:69-75). Esto se debe a que "el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6). Jesús es "el autor y consumador de nuestra fe" (Hebreos 12:2). La fe es el don de Dios a Sus hijos (Efesios 2:8-9), y Él la desarrollará y perfeccionará hasta que regrese.
¿Cómo podemos evitar dudar como Tomás? En primer lugar, debemos acudir a Dios en oración cuando tengamos dudas. Esa puede ser la razón misma por la que Dios permite que un cristiano dude: para que dependamos de Él a través de la oración. La santificación es el proceso de crecer en Él, que incluye momentos de duda y momentos de gran fe. Al igual que el hombre que llevó a Jesús a su hijo endemoniado, pero no estaba seguro de que Jesús pudiera ayudarle, acudimos a Dios porque creemos en Él y le pedimos más y más fe para superar nuestras dudas, clamando: "¡Creo; ayúdame a vencer mi incredulidad!". (Marcos 9:17-27).
En segundo lugar, debemos reconocer que los cristianos libramos diariamente una batalla espiritual. Tenemos que prepararnos para la batalla. El cristiano necesita armarse diariamente con la Palabra de Dios para ayudar a librar estas batallas espirituales, que incluyen la lucha contra la duda, y nos armamos con "toda la armadura de Dios" (Efesios 6:10-19). Como cristianos, debemos aprovechar las pausas en la guerra espiritual para pulir nuestra armadura espiritual a fin de estar listos para la siguiente batalla. Los momentos de duda serán menos frecuentes si aprovechamos los buenos tiempos para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios. Entonces, cuando levantemos el escudo de la fe y luchemos contra el enemigo de nuestras almas, sus dardos encendidos de duda no darán en el blanco.
Los cristianos que dudan tienen dos cosas que Tomás, que dudaba, no tenía: el Espíritu Santo que mora en nosotros y el Nuevo Testamento escrito. Con el poder tanto del Espíritu como de la Palabra, podemos vencer las dudas y, como Tomás, estar preparados para seguir a nuestro Señor y Salvador y darlo todo por Él, incluso nuestras vidas (Juan 11:16).