Pregunta: "¿Es amar a Dios una emoción, un sentimiento o una decisión?"
Respuesta:
Jesús dijo que el mayor mandamiento es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente" (Lucas 10:27; Marcos 12:30; Mateo 22:37). En repetidas ocasiones en la Biblia, Dios ordena a Su pueblo que lo ame con todo su corazón y le sirva sólo a Él (Deuteronomio 6:5; 11:1; Josué 23:11). Pero, ¿se le puede ordenar a alguien que ame? ¿Cómo podemos obligarnos a amar a alguien?
Puesto que el amor se ordena, entonces debe estar dentro de nuestro poder, en Cristo, el amar. El amor, por tanto, es una decisión que tomamos. Sí, el amor generalmente va acompañado de sentimientos, pero la emoción no es la base del amor. En cualquier situación, podemos elegir amar, independientemente de cómo nos sintamos.
La palabra griega para "amor" que se usa en referencia a Dios es agape, que significa "benevolencia, deleite, preferencia o buena voluntad". Esta es la clase de amor que Dios tiene por nosotros (Sofonías 3:17; Juan 3:16). Primera de Juan 4:19 dice: "Nosotros amamos porque Él nos amó primero". Ya que Dios es amor y nosotros hemos sido creados a Su imagen, podemos amar como Él (1 Juan 4:16). Él ha puesto Su capacidad de amar en nuestros corazones. Luego nos enseña a amar demostrando cómo es el verdadero amor (Juan 15:13).
Amar a Dios comienza con una decisión. Es establecer un propósito sobre nuestros afectos (Colosenses 3:2). No podemos amar a Dios de verdad hasta que lo conozcamos. Incluso la fe para creer en Dios es un don de Él (Efesios 2:8-9). Cuando aceptamos el don de la vida eterna a través de Cristo, Dios nos da Su Espíritu Santo (Lucas 11:13; 1 Corintios 6:19). El Espíritu de Dios que mora en un corazón creyente comienza a producir los rasgos de Dios, de los cuales el primero es el amor (Gálatas 5:22). Dios mismo nos permite amarlo como Él merece ser amado (1 Juan 4:7).
A medida que crecemos en el conocimiento y la comprensión de quién es Dios, comenzamos a amar las características que lo definen, tales como la sabiduría, la verdad, la justicia y la pureza (Salmo 11:7; 90:12; Hebreos 1:9; 1 Timoteo 6:11). Y empezamos a considerar repugnante lo opuesto a esas características (Proverbios 8:13; Salmo 97:10). Pasar tiempo con Dios hace que nuestros corazones tengan hambre de santidad, y sólo encontramos satisfacción cuando hay más de Él, porque Él es la encarnación perfecta de todo lo que anhelamos. Aprender a adorarle "en espíritu y en verdad" (Juan 4:24) nos permite experimentar las emociones placenteras del amor. La emoción no crea el amor, pero, cuando elegimos amar, la emoción viene.
Un obstáculo para amar a Dios es el amor a las costumbres pecaminosas de este mundo. No podemos servir a dos señores (Mateo 6:24), y tampoco podemos amar a Dios y al mundo al mismo tiempo. "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2:15). Muchos creyentes de hoy necesitan prestar atención a la palabra dada a la iglesia de Éfeso: "Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor" (Apocalipsis 2:4). El llamado es a hacer que los sentimientos vuelvan conscientemente sólo a Dios.
Otro obstáculo para amar a Dios es la mente. Nuestra mente se opone continuamente al conocimiento de Dios y desafía la fe que se ha establecido en nuestro espíritu (2 Corintios 10:5). La duda, la ira, la incomprensión y la falsa doctrina pueden robarnos el mayor placer de la vida, que es la intimidad con Dios (Filipenses 3:8). Estos obstáculos pueden superarse mediante el arrepentimiento y la determinación de buscar a Dios por encima de todo (Mateo 6:33; Jeremías 29:13). Para amar a Dios de verdad, hay que dejar de insistir en que Dios nos explique lo que hace. Tenemos que crucificar nuestro orgullo y nuestro derecho para aprobar Sus caminos y permitirle ser Dios en nuestras vidas. Cuando reconocemos humildemente que sólo Él es digno de nuestro amor y adoración, podemos entregarnos a amarlo por lo que es.