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Pregunta: ¿Por qué dejaría Dios a las 99 para encontrar a 1?

Respuesta:
Tanto Mateo 18 como Lucas 15 registran la parábola de Jesús sobre un pastor que deja 99 ovejas en el redil para ir en busca de una que se había extraviado. Jesús dio esta ilustración en respuesta a los fariseos que estaban indignados, porque Jesús "a los pecadores recibe, y con ellos come" (Lucas 15:2). Los líderes religiosos de la época de Jesús habían estructurado su sistema para exaltar a los santurrones y excluir a cualquiera que no estuviera a la altura de sus normas, a menudo arbitrarias (Mateo 23:28). Habían añadido tantas normas y reglamentos a la ley de Dios que nadie podía cumplirlos todos, ni siquiera quienes los habían redactado. Cuando llegó Jesús, su metodología los confundió. Parecía venir de Dios, pero reprendía a los que aparentaban ser justos y acogía a los malvados. ¿Cómo podía este hombre conocer a Dios?

Así que Jesús les contó una historia, como hacía muchas veces, para explicar verdades espirituales: "¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños" (Mateo 18:12-14). La gente de la época de Jesús comprendía la relación entre los pastores y las ovejas, pero a veces se nos escapa el significado de que un pastor vaya en busca de una oveja perdida. Parece extraño que un pastor abandone su rebaño para buscar a una oveja perdida.

Podríamos considerar que el pastor abandona las 99 para encontrar a la 1 de esta manera: un padre y sus cinco hijos están durmiendo en su casa cuando se activan los detectores de humo. El padre se despierta y descubre que su casa está llena de humo y que el sonido de las llamas y el crujir de la madera se acerca cada vez más. Presa del pánico, corre a las habitaciones de sus hijos y empieza a despertarlos. Llama a unos y carga con otros, baja las escaleras a tropezones y sale por la puerta principal. Deja a los niños dormidos en el césped a una distancia prudencial y se da la vuelta. Respirando con dificultad, intenta contar a los niños a pesar del humo: "Tim, Sally, Angel, Joy... ¡dónde está Lilly!". Le falta su hija menor, Lilly, de tres años. Cuatro niños están a salvo, uno no. ¿Qué hará este padre?

Dios es Padre. Cuenta a Sus hijos. Se alegra de que algunos estén a salvo en Cristo, preparados para la eternidad y acurrucados cerca de Su corazón. Pero algunos faltan. ¿Dónde está Karen? ¿Dónde está Abdul? ¿Dónde está José? El Padre envió a Jesús en misión de rescate "a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10). Dios no abandona a las 99 personas. Ya están a salvo en Su reino, atendidos por Sus ángeles y guiados por Su Espíritu Santo (Romanos 8:14; Hebreos 13:5). Sin embargo, Su corazón se duele por los que aún no están en el redil.

Por eso, el Buen Pastor busca a las ovejas perdidas, las atrae, las llama y permite que se den circunstancias en sus vidas para que levanten la vista. A menudo es en las circunstancias más sombrías cuando finalmente renunciamos a nuestras exigencias de salirnos con la nuestra. Finalmente, nos sometemos a nuestro Pastor, que nos lleva de vuelta al redil (Lucas 15:5). En Juan 10, Jesús vuelve a referirse a sí mismo como el Buen Pastor, diciendo: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor" (versículo 16). Luego, en los versículos 27-29, dice: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre". Las 99 siguen siendo importantes para Él, pero sabe que el rebaño no está completo sin las ovejas perdidas. Y un buen pastor siempre va tras la oveja perdida.

En el evangelio de Lucas, otras dos parábolas siguen a la de la oveja perdida, y ambas refuerzan el punto principal de Jesús, que es el valor de las personas. La parábola de la moneda perdida (Lucas 15:8-10) y la parábola del hijo perdido, también conocida como la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32), continúan el tema de Dios como el que busca a las personas perdidas. Todos estuvimos perdidos alguna vez, y el Señor nos buscó. Si Él no hubiera tomado la iniciativa, nadie podría salvarse (Juan 6:44). Por eso, cuando nuestro Buen Pastor quiere buscar a otra oveja perdida, las 99 que están en el redil pueden colaborar alegremente en el rescate.

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