Respuesta:
El duelo es un estado de profundo dolor. Estamos de duelo por una gran pérdida, como la muerte de un ser querido o un accidente. También nos lamentamos por nuestros propios pecados o errores. Lloramos por la pureza de corazón que una vez disfrutamos o por un futuro que nuestras decisiones destruyeron. El duelo forma parte del ser humano. Es una expresión de nuestro corazón cuando nos han quitado algo que valoramos. También puede ser una forma de mostrar nuestro acuerdo con la ley moral de Dios a la que hemos infringido. El duelo, aunque doloroso, puede ayudarnos a alinear nuestros corazones con el corazón de Dios: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación" (Mateo 5:4).
El duelo es un tema bien conocido en toda la Biblia. Cuando Israel fue invadido por un enemigo, Joel 1:8 compara el duelo del pueblo con el de una mujer comprometida por la muerte de su futuro esposo. Esdras se lamentó por los pecados de su pueblo (Esdras 10:6). Nehemías se lamentó al conocer que su amada Jerusalén estaba en ruinas (Nehemías 1:4). Se dedicaban días o semanas para el duelo de un rey u otra persona importante, como Jacob (Génesis 50:1-6), Samuel (1 Samuel 25:1) o Moisés (Deuteronomio 34:8).
Las maneras más comunes de mostrar el duelo en la época bíblica incluían el llanto (Salmo 6:6) y los gritos (Génesis 50:10; Rut 1:9). Además, golpearse el pecho (Lucas 18:13), inclinar la cabeza (Lamentaciones 2:10) y ayunar (2 Samuel 3:35) formaban parte del proceso de duelo. A veces, los que estaban de duelo se echaban ceniza, polvo o tierra encima (2 Samuel 1:2; Josué 7:6) y se rasgaban la ropa (Génesis 37:29; 2 Crónicas 34:27). El duelo era un momento en que se quitaban las joyas y otros adornos (Éxodo 33:4), caminaban descalzos (2 Samuel 15:30) y probablemente usaban una prenda áspera de pelo de cabra llamada tela de saco (Génesis 37:34; Jonás 3:6, 8).
Dios limitó la forma en que los judíos expresaban el duelo para que no copiaran el paganismo de otros pueblos. La Ley prohibía a los israelitas que se cortaran la piel, se tatuaran o se raparan la cabeza o la barba (Levítico 19:28; Deuteronomio 14:1).
También hubo ocasiones en las que el Señor ordenó a Su pueblo que no se lamentara en absoluto, porque Sus acciones tenían un propósito superior al que debían seguir sin mirar atrás (Jeremías 16:5; 22:10; Ezequiel 24:15-17). Aarón y sus hijos Itamar y Eleazar no podían mostrar ninguna señal de duelo por la muerte de Nadab y Abiú, con pena de muerte (Levítico 10:6). El juicio de Dios sobre Nadab y Abiú era justo, y Aarón, Itamar y Eleazar no debían dar a entender, con sus acciones, que no pensaban lo mismo.
Está bien que nos lamentemos por nuestros pecados (Salmo 51:17). Se les dice a los pecadores y a los de doble ánimo que busquen la limpieza y que se pongan "tristes y lloren de dolor. Dejen de reír y pónganse a llorar, para que Dios vea su arrepentimiento" (Santiago 4:8-9 - TLA). Es natural y saludable que el duelo forme parte del arrepentimiento. Pero no debemos vivir en un duelo continuo. Eclesiastés 3:4 nos recuerda que hay un tiempo para el duelo y otro para bailar. El arrepentimiento convierte nuestro duelo en alegría porque Dios lava nuestro pecado y nos devuelve la comunión con Él (Salmo 30:11; 103:12; Lucas 15:10; Juan 16:20).
Cuando un ser querido cristiano muere, nos lamentamos, pero no nos lamentamos como el mundo por la sencilla razón de que tenemos una esperanza eterna que el mundo no tiene. Primera de Tesalonicenses 4:13-18 nos recuerda que la muerte no es el fin para aquellos que están en Cristo y que nuestro duelo es temporal. El duelo no es agradable, pero forma parte de la vida. Los que conocen a Jesús esperan el día en que "Dios secará todas sus lágrimas" (Apocalipsis 7:17; cf. 21:4; Isaías 35:10).