Pregunta: ¿Qué significa ser hacedores de la Palabra en Santiago 1:22?
Respuesta:
En el libro de Santiago, un libro muy práctico, tenemos un mandamiento muy práctico: "Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1:22). O, como dice la NTV: "No solo escuchen la palabra de Dios; tienen que ponerla en práctica". Santiago insta a las personas que escuchan la Palabra de Dios a demostrar un compromiso sincero con el Señor, reaccionando a lo que oyen con acciones obedientes.
El idioma original da a entender que debemos "seguir siendo" hacedores de la Palabra de Dios. La fe genuina exige una obediencia que perdure. Los hacedores de la Palabra son lo contrario de los cristianos de domingo por la mañana que van a la iglesia, se sientan y escuchan un mensaje, y luego lo ven como un mero discurso espiritual interesante. Jesús dijo que solo los hacedores de la Palabra son verdaderamente bienaventurados: "Pero aún más bendito es todo el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica" (Lucas 11:28, NTV).
Santiago insiste en la necesidad de actuar conforme a lo que oímos. Dice que nos engañamos si pensamos que podemos ser solo oidores y no también hacedores de la Palabra. Las personas que aman sinceramente a Dios son las que guardan Sus mandamientos (Juan 14:15; 1 Juan 5:2-3). Dios desea que quienes escuchan Su Palabra se conviertan en auténticos seguidores de Jesús, discípulos que obedecen las enseñanzas del Señor porque conocen y aman a su Padre celestial (Juan 14:23-24).
Jesús hizo una severa advertencia a las personas que escuchan las palabras de Dios, pero no las ponen en práctica: "No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?". Entonces les declararé: "Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad". Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca. "Todo el que oye estas palabras Mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción" (Mateo 7:21-27, NBLA).
Santiago enfatiza su mandato de ser hacedores de la Palabra con dos ilustraciones, una negativa y otra positiva. En ambos casos, utiliza la idea de un espejo: "Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era" (Santiago 1:23-24). En este primer ejemplo, Santiago compara al oyente apático de la Palabra con alguien que se mira atentamente a sí mismo, pero luego se aleja y olvida. Hace caso omiso de lo que ha visto, dejando que desaparezca de su mente. Esto no es solo escuchar con pereza. Es escuchar sin verdadera fe. La Palabra puede entrar en el oído de la persona, pero su poder no penetra hasta el corazón.
En el segundo ejemplo de Santiago, describe a un oyente que escucha y absorbe la Palabra de Dios, llevándola a su corazón y dejando que cambie su vida: "Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace" (Santiago 1:25). El oyente activo es aquel que escucha con fe genuina. Este oyente está alerta y deseoso de aprender del mensaje de Dios. Él o ella quiere recibir de Dios y hacer lo que Él dice.
Jesús afirmó que la Palabra de Dios es la ley perfecta que produce la libertad: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:31-32; ver también el versículo 36). La obediencia a la Palabra de Dios libera del pecado y de la muerte (Romanos 5:19; 6:11-23; Gálatas 3:23-4:7; 5:13-14).
La Palabra de Dios no es solo una bella obra literaria para saborear y disfrutar. Su propósito va más allá de provocar el pensamiento e invitar a la meditación. Exige algo más que memorizarla y compartirla con los demás. Exige un cambio de corazón que impulse un cambio de conducta. La Palabra de Dios hay que obedecerla.