Pregunta: ¿Qué dice la Biblia acerca del patrimonio?
Respuesta:
El patrimonio es algo que se trasmite del pasado. Un patrimonio puede ser una propiedad, una reputación, tradiciones o una posición en la vida. Es un legado. Nuestro patrimonio nacional o racial se refiere a las costumbres, la geografía o la raza de las personas o países en los que nacimos. Por ejemplo: "Ella está orgullosa de su herencia nativa americana". El patrimonio de propiedad se refiere a la herencia dejada por los ancestros, como en "El reloj de diamante es parte de su patrimonio de sus abuelos". La Biblia tiene mucho que decir acerca del patrimonio y el hecho de que los hijos de Dios reciben un patrimonio espiritual (Efesios 1:11).
Cuando Dios le dijo a Abram que él se convertiría en el padre de una gran nación, Dios estaba estableciendo un nuevo pueblo (Génesis 12:1–3). La tierra donde Abram residió sería el patrimonio de sus descendientes (Génesis 17:8; Éxodo 6:8; Jeremías 12:14). El nieto de Abram, Jacob o Israel, trasladó a su familia a Egipto debido a una hambruna, y allí permanecieron durante cuatrocientos años (Génesis 45:9–47). Al final de ese tiempo, los israelitas dejaron Egipto y finalmente entraron a la Tierra Prometida (Josué 1:6). Aunque habían vivido en Egipto durante cuatrocientos años, el pueblo de Dios aún conservaba su patrimonio como israelitas.
"El hombre bueno deja herencia a los hijos de sus hijos" (Proverbios 13:22, NBLA), y el Antiguo Testamento proporciona ejemplos de padres que traspasan un patrimonio a sus hijos. La herencia de Abraham fue dada a su hijo Isaac y a su nieto Jacob. En su lecho de muerte, Jacob bendijo a sus doce hijos (Génesis 49). Un patrimonio especial llamado el derecho de primogenitura fue conferido al primogénito de una familia. Esau, el hijo de Isaac, renunció a su derecho de primogenitura a cambio de un plato de lentejas, pensó tan poco en su patrimonio divino que lo cambió por un placer efímero. Por esa acción, Esau es llamado "profano" en Hebreos 12:6.
Salmos 127:3 dice que los hijos son el patrimonio del Señor. Dios encomienda a los padres nuevos seres humanos y les da la responsabilidad de criar y entrenar a esos niños para conocerle y honrarle (Salmos 139:13–16; cf. Deuteronomio 6:1–9). Como los hijos son un patrimonio, deben ser recibidos con gratitud. Así como valoramos las reliquias que nos han transmitido nuestros bisabuelos, debemos valorar a los niños que Dios nos confía como nuestro patrimonio.
Los piadosos encuentran su suficiencia en Dios, y ven la Palabra de Dios como su patrimonio: “Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, Porque son el gozo de mi corazón” (Salmos 119:111). Todos deberíamos vivir para un patrimonio que sea espiritual y eterno. Romanos 8:17 nos dice que todos aquellos que confían solo en Cristo para la salvación son hechos coherederos con Él. El patrimonio de los cristianos es la vida eterna (Juan 3:16–18), recompensas celestiales (Apocalipsis 22:12) y la ciudadanía en el cielo (Filipenses 3:20). Como nuestro gran Benefactor, Dios dio a Su Hijo para comprar nuestra salvación (2 Corintios 5:21). Él provee la habilidad y la oportunidad de invertir nuestras vidas para Él, luego nos recompensa por hacerlo. “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7). Como Sus hijos, debemos hacer todo a la luz de nuestro gran patrimonio. Colosenses 3:23–24 dice, “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.
Un patrimonio terrenal es un maravilloso regalo que añade disfrute a nuestras vidas y ayuda a definir quiénes somos. Pero el patrimonio terrenal es temporal. La Biblia nos insta a centrarnos en un patrimonio eterno (Mateo 6:19; Colosenses 3:1–4). Mientras estamos en este mundo, vivimos como "extranjeros y residentes temporales” (1 Pedro 2:11, NTV). Podemos invertir nuestras vidas terrenales temporales en el servicio a Dios que resulta en "para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:4).