Pregunta: ¿Qué podemos aprender del hombre de Dios y del profeta mentiroso?
Respuesta:
En 1 Reyes 13 leemos acerca de una persona llamada solo "hombre de Dios", que fue enviada por el Señor desde Judá para profetizar contra el rey Jeroboam de Israel. Declaró: "Oh altar, altar, así dice el Señor: "A la casa de David le nacerá un hijo, que se llamará Josías; y él sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman incienso sobre ti, y sobre ti serán quemados huesos humanos"" (versículo 2, NBLA). El profeta anónimo también dio una señal: "El altar se romperá y las cenizas que están sobre él se derramarán" (versículo 3, NBLA).
Jeroboam intentó agarrarlo, pero "la mano que extendió contra él se le quedó rígida, de modo que no podía volverla hacia sí" (1 Reyes 13:4, NBLA). En el mismo momento, el "altar se rompió y las cenizas se derramaron del altar, conforme a la señal que el hombre de Dios había dado por palabra del Señor" (versículo 5, NBLA). El rey pidió al hombre de Dios que orara por él y por su mano. Cuando el hombre de Dios sanó la mano del rey, este intentó recompensarle, pero el hombre de Dios replicó: "así se me ordenó por palabra del Señor, que me dijo: "No comerás pan, ni beberás agua, ni volverás por el camino que fuiste"" (versículo 9, NBLA).
Este hombre de Dios tuvo cuidado de cumplir el triple mandato de Dios. No comió ni bebió nada, y empezó a andar por otro camino para volver a casa. Sin embargo, de camino a casa, se le acercó otro profeta más anciano, diciendo: "Yo también soy profeta como tú, y un ángel me habló por palabra del Señor, diciendo: "Tráelo contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua"" (versículo 18). Pero este segundo profeta mentía. Ningún ángel le había visitado, y Dios no le había hablado del asunto. Sin embargo, el hombre de Dios creyó al viejo profeta y se fue con él a casa. Durante la cena, el viejo profeta recibió de repente una palabra verdadera de Dios: "Así dice el Señor: Porque has desobedecido el mandato del Señor, y no has guardado el mandamiento que el Señor tu Dios te ha ordenado, sino que has vuelto y has comido pan y bebido agua en el lugar del cual Él te dijo: 'No comerás pan ni beberás agua', tu cadáver no entrará en el sepulcro de tus padres" (1 Reyes 13:21-22, NBLA). Cuando el hombre de Dios se marchó, "un león lo encontró en el camino y lo mató, y su cadáver quedó tirado en el camino y el asno estaba junto a él; también el león estaba junto al cadáver" (versículo 24, NBLA).
El profeta que había mentido enterró al hombre de Dios en su propia tumba e instruyó a sus propios hijos para que, a su muerte, lo enterraran junto al hombre de Dios. Al hacer estas cosas, el viejo profeta mostró su sincera creencia en que el profeta que había muerto había sido un verdadero hombre de Dios: sus profecías contra los idólatras de Israel se harían realidad (1 Reyes 13:31-32).
Este relato concluye con una nota sobre la obstinada negativa del rey a obedecer: "Después de este hecho, Jeroboam no se volvió de su mal camino, sino que volvió a nombrar sacerdotes para los lugares altos de entre el pueblo; al que lo deseaba lo investía para que fuera sacerdote de los lugares altos. Y esto fue motivo de pecado para la casa de Jeroboam, lo que hizo que fuera borrada y destruida de sobre la superficie de la tierra" (1 Reyes 13:33-34, NBLA).
Así pues, tenemos un profeta que mintió y un profeta que murió. En este relato vemos que tanto los piadosos como los impíos afrontan las consecuencias de la desobediencia al Señor. El rey malvado se enfrentó al juicio por su idolatría. Y el hombre de Dios se enfrentó igualmente al juicio por su desobediencia. Nadie está por encima de las normas.
También vemos que a veces las tentaciones proceden de lugares sorprendentes. El rey tentó al hombre de Dios para que quebrantara el mandato divino, pero el hombre de Dios se negó. Estaba alerta y de ningún modo desobedecería a Dios por cenar con un rey malvado. Sin embargo, cuando un compañero profeta tentó al hombre de Dios a pecar, este cedió. Bajó la guardia y desobedeció a Dios por cenar con un profeta (aparentemente) auténtico.
Cuando Dios habla, el asunto está resuelto. Nunca hay excusa para desobedecer la Palabra de Dios. Ni un creyente -incluso un ángel que desciende del cielo- puede anular la Palabra de Dios (Gálatas 1:8-9).