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Pregunta: ¿Qué significa que no solo de pan vivirá el hombre (Deuteronomio 8:3)?

Respuesta:
Después del bautismo de Jesús, justo antes de comenzar Su ministerio terrenal, fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. El Señor había ayunado cuarenta días y cuarenta noches cuando Satanás vino a tentarle para que convirtiera las piedras en panes. Jesús respondió al diablo con estas famosas palabras "Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4).

Para combatir la tentación del diablo, Cristo recurrió directamente al Deuteronomio 8:3 (NBLA) "Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor".

El significado de no solo de pan vivirá el hombre se entiende mejor en el contexto de la experiencia de Israel como errante en el desierto. Tras años de vida como errantes en el desierto, el pueblo se preparó para establecerse en su propia tierra. Dios se dirigió a ellos a través de Moisés en los primeros capítulos del libro del Deuteronomio. En los seis primeros capítulos, el Señor recordó a Su pueblo todo lo que había hecho para cuidar de ellos en el pasado. Luego comenzó a advertir a los israelitas de posibles peligros en su futuro. En el capítulo 8, Dios se centró en la prosperidad como una grave amenaza que podría adormecerlos en un sentido de autosatisfacción.

Israel no debía olvidar nunca los cuarenta años de cuidados de Dios en el desierto, cuando solo Yavé le había proporcionado alimentos para comer, ropa para vestir y sandalias que nunca se desgastaban. En su nuevo y próspero estado en la "tierra que fluye leche y miel" (Éxodo 3:8; Números 14:8; Deuteronomio 31:20; Ezequiel 20:15), podrían empezar a sentirse satisfechos de sí mismos, como si de alguna manera hubieran obtenido todas estas bendiciones con sus propias fuerzas.

En el desierto, Dios había humillado a los israelitas dejándoles pasar hambre. Luego los alimentó con maná para que tuvieran que depender solo de Él para la provisión diaria. El maná era un tipo de alimento desconocido hasta entonces: nadie había comido maná antes (Éxodo 16:15). Este alimento simbolizaba la intervención divina para sostener sus vidas. Si intentaban abastecerse acumulando maná para el día siguiente, la comida siempre se echaba a perder. Cada día y cada paso del camino, el pueblo tenía que ser alimentado por Yavé. A través de esta prueba en el desierto, el pueblo de Israel llegó a comprender que su supervivencia no dependía solo de uno de los dones de Dios, ya fuera el pan o el maná, sino de cada palabra que salía de la boca de Dios. Su existencia dependía de la obediencia a cada uno de los mandamientos de Dios.

No es solo el alimento lo que da vida a las personas. Sin la Palabra divina, el alimento no estaría disponible. No es solo de pan de lo que vivimos, sino de todo lo que sale de la boca del Señor, es decir, todo lo que Dios decide darnos. Solo Dios es la verdadera fuente de la vida y de todo lo que hay en esa vida para Su pueblo (Juan 15:1-5; Juan 14:6). Él es nuestro todo en todo.

La Palabra de Dios, las Escrituras, dan y sostienen la vida. Jesús dijo: "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida" (Juan 6:63; ver también Hebreos 4:12; 2 Timoteo 3:16-17).

Cuando Jesús tuvo hambre en el desierto, Satanás intentó que confiara en Su propia provisión -convertir las piedras en pan- en lugar de esperar en la provisión de Dios. Pero Jesús no hizo nada por Su propia voluntad: "Mi comida", dijo Jesús en otra ocasión, "es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Juan 4:34). Se apoyaba en cada palabra de Dios y se negaba a actuar por Su cuenta. Jesús fue obediente hasta la muerte de cruz (Filipenses 2:8).

Así como Moisés recordó al pueblo de Israel que dependiera del Señor para satisfacer todas sus necesidades, no solo de pan vivirá el hombre debería recordarnos a nosotros que hagamos lo mismo. Debemos nuestras bendiciones y prosperidad a la provisión divina de Dios. La obediencia confiada que demostró el Hijo de Dios -y en la que Israel fracasó una y otra vez- hacemos bien en imitarla. Cuando tenemos hambre o sufrimos alguna forma de privación, debemos depender de Dios para satisfacer nuestras necesidades diarias y recordar obedecer Su Palabra. Y cuando la vida es buena y nos sentimos prósperos y bendecidos, damos gracias al Señor, nuestro Dios, porque es Él quien nos proporciona la capacidad de obtener riquezas (Deuteronomio 8:18). Dios, nuestro Padre, da todo don bueno y perfecto (Santiago 1:17) y toda bendición espiritual en Cristo (Efesios 1:3).

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