Pregunta: "¿Está mal que los hombres sean afeminados o que las mujeres se comporten como hombres?"
Respuesta:
Para responder a esta pregunta, necesitamos definir algunos términos. Las personas son diferentes. No somos clones que se cortan como galletas y que se dividen sólo por género. Un hombre de contextura delgada con una voz naturalmente suave puede ser considerado afeminado por algunos, pero puede aceptar su género con la misma alegría al igual que una caricatura musculosa de virilidad. La contextura y los atributos naturales de un hombre son regalos de Dios y no deben ser objeto de burla. Lo mismo se aplica a las mujeres. Algunas mujeres son más femeninas que otras. Sus deseos e intereses concuerdan con lo que significa ser una mujer. Pero un marimacho puede ser tan honrada por Dios al igual que una niña si acepta el diseño que Él tiene para ella y lo glorifica con sus dones.
Así que, para los propósitos de este artículo, definiremos afeminado (para los hombres) y masculino (para las mujeres) como elecciones de estilo de vida que desafían el género que Dios le ha dado a una persona. En el Antiguo Testamento, la palabra traducida como "afeminado" también se utiliza para los hombres prostituidos (Deuteronomio 23:17; 1 Reyes 22:46). En el Nuevo Testamento, la palabra griega traducida como "afeminado" significa "suave y delicado". En Primera Corintios 6:9, esta palabra se menciona independientemente de la homosexualidad, indicando que no son sinónimos. Un hombre "afeminado" en este versículo es aquel que ha rechazado su masculinidad y se identifica como una mujer. Puede o no ser sexualmente activo, pero ha elegido vivir intencionalmente como una persona "suave y delicada", en vez de abrazar su identidad de hombre dada por Dios. Asume las características de una mujer y se relaciona con otros hombres como lo hacen las mujeres.
Cuando Dios diseñó al hombre y a la mujer (Génesis 5:2), creó algo más que simples diferencias físicas. Los hombres y las mujeres fueron creados para cumplir diferentes roles en la creación y en nuestra relación con el Señor. Rechazar esos roles asignados por Dios es un síntoma de rebelión contra nuestro Creador. Cuando la gente desafía a Dios y decide que puede vivir de la manera que quiera, Dios les permite seguir sus pervertidos deseos hasta llegar a sus consecuencias naturales. Romanos 1:26-27 dice, "Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío".
La perversión se intensifica cuando las mujeres y los hombres dejan las identidades que Dios les ha ordenado y tratan de adoptar las características del género opuesto. Los hombres se vuelven como mujeres, y las mujeres se vuelven como hombres. El pecado está en nuestras elecciones, no en nuestras diferencias naturales. Debemos ser cuidadosos para no atribuir ciertos rasgos a cada género basados en nuestras propias normas culturales. En algunas culturas, los hombres que se dan la mano o se besan en la mejilla son una muestra de amistad, no una indicación de feminidad u homosexualidad. En los días de Jesús, los hombres usaban túnicas y se reclinaban en la mesa, recostados sobre el pecho del otro (Juan 21:20). Pero estas diferencias culturales no indican de ninguna manera un rechazo de la masculinidad.
El fenómeno de la reversión de género está aumentando en nuestros días con las cirugías de cambio de sexo y pide que se dé cabida a los "transexuales". La gente está dejando sus identidades naturales y se identifican mentalmente con el género que elijan. La sociedad está permitiendo esta locura, lo cual lleva a una confusión aún mayor. Para aquellos que luchan con la confusión de género, la respuesta no está en alterar sus cuerpos físicos, sino en permitir que el Espíritu Santo cambie sus corazones (1 Pedro 4:2). Cuando nos sometemos completamente al señorío de Jesús, deseamos seguir Su diseño para nosotros, y no elegir nuestro propio diseño (Gálatas 2:20).
Que un hombre desprecie su género y se identifique como mujer, o que una mujer abandone su género y se muestre como hombre, está mal. Es un desafío al designio de Dios cuando creó al hombre y a la mujer. Deuteronomio 22:5 dice: "No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace". Este mandamiento no se refería tanto a la ropa como a la protección de la santidad de lo que significa ser un hombre o una mujer. Romanos 1 muestra que la confusión de género es sólo un síntoma de un problema mayor. Cuando la gente rechaza la autoridad de Dios y se erige como sus propios dioses, se produce el caos. Los versículos 21 y 22 ilustran el problema: "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios".
Pensar que conocemos mejor que Dios es la puerta para ser un necio. Cuando un hombre desafía su masculinidad o una mujer rechaza su feminidad, es un síntoma de un pecado más obvio: el rechazo de la máxima autoridad de Dios. Cuanto más nos acercamos a Dios, más podemos aceptar nuestra identidad de género. Ambos géneros muestran ciertos aspectos del carácter de Dios de una manera única. Cuando pervertimos la elección de Dios por nosotros, limitamos las oportunidades que nos da de demostrar la gloria de ser creados a Su imagen (Génesis 1:27).