Pregunta: "¿Es posible vivir tu vida haciendo sólo cosas que honren a Dios?"
Respuesta:
Todo cristiano quiere honrar a Dios. ¿No sería bueno que todo lo que hiciéramos, sin excepción, honrara a Dios? ¿Pero puede un cristiano llegar al punto de no pecar? ¿Es razonable esperar que con el tiempo podamos crecer espiritualmente hasta el punto de no tropezar nunca? Puede haber dos respuestas a esta pregunta.
En primer lugar, vivir en santidad debería ser la meta de todo hijo de Dios. Dios nos ordena "Sed santos, porque yo soy santo" (1 Pedro 1:16). Y Él nos da el poder para hacerlo. Segunda de Pedro 1:3 dice: "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia". En los versículos 5-7, Pedro enumera los pasos del crecimiento espiritual que se apoyan unos en otros: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y el amor ágape. Y termina con esta sorprendente promesa: "porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás" (versículo 10). ¿Significa esto que la perfección es posible?
Según este pasaje, sí. Los pecados voluntarios se pueden superar mediante la sumisión continua a la voluntad de Dios. Sin embargo, Pedro no está insinuando que cada creyente vivirá continuamente en completa victoria. Simplemente está afirmando que, si tenemos estas cualidades en abundancia, no caeremos en las trampas del pecado. ¿Cuántos de nosotros podemos decir realmente que siempre expresamos el amor ágape como lo hace Dios? ¿Tenemos todo el conocimiento en cada situación? Tenemos una meta, que es ser como Jesús (Romanos 8:29; 1 Juan 4:17). Pero también tenemos dos enemigos que luchan contra esa meta: Satanás y nuestra propia carne pecaminosa (Romanos 7:18-23; 1 Pedro 5:8). Cuando nuestras vidas están totalmente rendidas al Espíritu Santo, podremos llegar a vivir por encima de los pecados de la voluntad, como la inmoralidad sexual, el robo y la mentira. Esos son pecados que elegimos conscientemente, y Dios espera que los venzamos con Su fortaleza y poder (Romanos 8:37). Así que, en ese sentido, podemos optar por hacer sólo aquellas cosas que honran a Dios.
Por otro lado, seguimos viviendo dentro de las limitaciones de nuestros cuerpos carnales. Estamos sujetos a pasiones y emociones conflictivas, como la autocompasión, la ira y el miedo. Un solo pensamiento lujurioso o codicioso estropea la perfección y cancela cualquier sugerencia de que podemos vivir por encima del pecado. Por eso se nos ordena "llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Corintios 10:5). A menudo, las mayores batallas con la carne se libran en el interior, sin que nadie las reconozca. Otros pecados sólo los reconocemos a posteriori. ¿Cuántas veces hemos dicho algo y después nos hemos dado cuenta de que "no deberíamos haberlo dicho"?
Así que, aunque sea posible llegar al punto de autocontrol y dirección del Espíritu para hacer sólo las cosas que honran a Dios, "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jeremías 17:9). Con frecuencia no entendemos nuestras propias motivaciones ni vemos nuestros propios defectos hasta que Dios nos los señala. Por eso Dios nos exhorta a que confesemos nuestros pecados y limpiemos nuestros corazones, sin asumir nunca que estamos libres de pecado. Primera de Juan 1:8-9 lo deja claro: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad".
El cristiano sabio no asume que ha alcanzado la perfección sin pecado. Hacerlo es orgullo, lo cual es pecado (Santiago 4:6; Proverbios 16:5). Debemos examinarnos continuamente para ver si nuestros caminos agradan al Señor. Podemos orar como David: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Salmo 139:23-24). También podemos orar: "Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía, y redentor mío" (Salmo 19:14). También debemos evitar el legalismo, que nos hace sentir que debemos ser perfectos para que Dios nos apruebe.
Romanos 7 registra la apasionada lucha del apóstol Pablo con su propia carne y es un estímulo para el resto de nosotros. En última instancia, todos podemos decir: "Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro". (versículo 25). El Salmo 103:13-14 nos reconforta al reconocer nuestra incapacidad para ser todo aquello para lo que fuimos creados: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo". Cuando recordamos que sólo Jesús es nuestra justicia ante Dios (2 Corintios 5:21), somos libres para servir a Dios con gozo y con un corazón de amor y no con miedo.