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Pregunta: ¿Por qué lo que sale de la boca es lo que contamina (Mateo 15:11)?

Respuesta:
Los escribas y fariseos trataban constantemente de pillar a Jesús violando la ley. En una de esas ocasiones, le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos desobedecen nuestra antigua tradición?—le preguntaron—. No respetan la ceremonia de lavarse las manos antes de comer" (Mateo 15:2, NTV). En respuesta a su pregunta, Jesús dijo a la multitud que escuchaba: "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre" (Mateo 15:11).

Según el Sanedrín, el sumo consejo judío, las enseñanzas orales de los ancianos, transmitidas durante generaciones, tenían casi la misma autoridad que la ley judía. Sin embargo, Jesús consideró que estas interpretaciones fabricadas de la ley eran cargas irrazonablemente pesadas colocadas sobre los hombros de la gente (Mateo23:2-4; cf. Mateo 11:28, 30).

Los fariseos y los escribas creían que la contaminación ceremonial se producía cuando las manos impuras pasaban materia externa contaminada al cuerpo a través de la boca. Al descuidar las reglas ceremoniales antes de comer, los discípulos de Cristo rompieron la tradición de los fariseos. Pero la ley real solo exigía que los sacerdotes realizaran un lavado de manos ceremonial antes del servicio. Los ancianos judíos habían cargado al pueblo con un ritual purificador destinado exclusivamente a los sacerdotes (Éxodo 30:17-21; cf. Marcos 7:3-4).

Jesús volvió la balanza contra los escribas y fariseos, preguntando: "¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" (Mateo 15:3). Estos líderes religiosos eran culpables de ofensas mucho más graves que no lavarse las manos. Los discípulos habían descuidado una tradición de los ancianos, pero los fariseos habían desobedecido un mandamiento directo de Dios. Habían creado lagunas en la ley -ignorando la voluntad de Dios- para beneficiarse a sí mismos a expensas de los ancianos y los necesitados (Mateo 15:3-6). Jesús desenmascaró a estos líderes por lo que realmente eran: "¡Hipócritas! Isaías tenía razón cuando profetizó acerca de ustedes, porque escribió: "Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. Su adoración es una farsa porque enseñan ideas humanas como si fueran mandatos de Dios"" (Mateo 15:7-9, NTV).

Los fariseos presentaban una pureza exterior que representaba falsamente su interior. Eran fingidores religiosos. Sus manos podían estar limpias, pero sus corazones estaban manchados. Por esta razón, Jesús dijo: "Lo que sale de la boca contamina al hombre". Lo que hay en nuestro corazón sale de nuestra boca a través de nuestras palabras y revela nuestra condición interior, ya sea limpia o manchada. Jesús aclara: "Todo lo que comen pasa a través del estómago y luego termina en la cloaca, pero las palabras que ustedes dicen provienen del corazón; eso es lo que los contamina. Pues del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia. Esas cosas son las que los contaminan. Comer sin lavarse las manos nunca los contaminará" (Mateo 15:17-20, NTV).

La religión farisaica, basada en las obras, sigue viva y coleando en la iglesia de hoy. Pero Dios no nos ha llamado a una existencia sin vida de mero seguimiento de normas. Dios quiere nuestro corazón y no nuestra palabrería (Isaías 29:13). Le interesa la pureza interior, no la ceremonia exterior. La adoración auténtica fluye del corazón. En su descripción de los verdaderos adoradores del reino, Jesús dijo: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8). La pureza de corazón implica una devoción absoluta a nuestra relación con Dios. Un corazón sin mácula no tiene hipocresía, duplicidad ni intenciones ocultas. Los puros de corazón desean obedecer la Palabra de Dios y agradarle en todas las cosas. Hacen algo más que lavarse las manos y comportarse de forma impecable; poseen la pureza más íntima del alma.

Para ser auténticamente puros e inmaculados de corazón, primero debemos ser salvos "no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador" (Tito 3:5-6). El apóstol Pablo explica: "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Romanos 10:9-10). No es lo que entra sino lo que sale de la boca lo que nos contamina o nos salva, en la medida en que lo que sale de la boca revela la verdadera condición del corazón.

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