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Pregunta: ¿Qué es ministrar al Señor (Deuteronomio 10:8)?

Respuesta:
En el antiguo Israel, ministrar o servir al Señor era la función que Dios asignaba exclusivamente a la tribu de Leví: "En aquel tiempo el Señor apartó la tribu de Leví para que llevara el arca del pacto del Señor, y para que estuviera delante del Señor, sirviéndole y bendiciendo en Su nombre hasta el día de hoy" (Deuteronomio 10:8, NBLA).

El verbo traducido "servir" en Deuteronomio 10:8 significa "ayudar o auxiliar" al Señor realizando diversas prácticas religiosas ordenadas, especialmente en la ejecución de ritos y ceremonias de adoración. Así pues, un ministro es una persona especialmente llamada por Dios para servir y desempeñar sus funciones. Se dijo que el joven Samuel "servía al Señor" cuando Dios le llamó para que ayudara a Elí, el sacerdote en el tabernáculo (1 Samuel 3:1).

Los deberes de los levitas de ministrar al Señor se explican detalladamente en Números 1:47-54; 3:5-4:49; 8:6-22; 18:1-7; y 1 Crónicas 23:13. Los levitas fueron apartados por Dios para realizar los servicios y rituales de adoración en el tabernáculo y más tarde en el templo: dedicar las cosas santísimas, hacer ofrendas, pronunciar bendiciones en nombre del Señor y llevar el emblema de la santidad de Dios: el arca del pacto.

Leví fue la única tribu a la que Dios no dio ninguna porción en la herencia de la Tierra Prometida. En lugar de propiedades y posesiones materiales, el Señor mismo debía ser la herencia y la recompensa de los levitas (Deuteronomio 10:9). Se mantendrían gracias a los diezmos y ofrendas que los israelitas dieran a Dios (Números 18:20-24). A través de su estrecha relación con los levitas, Dios mostró a Israel y a todos los futuros creyentes lo que considera el tesoro más valioso: conocer íntimamente al Señor y encontrarse plenamente realizado en esa relación.

El rey David testificó que nada en este mundo podía compararse con conocer a Dios de cerca y poseer la persona de Dios como su porción: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre" (Salmo 73:25-26).

En tiempos del Nuevo Testamento, el concepto de ministrar o servir al Señor se extendió a todos los seguidores de Jesucristo (1 Pedro 2:9-10). El apóstol Pablo fue llamado a ser ministro de Cristo para los gentiles (Romanos 15:16). Pablo expresó un tremendo celo por este ministerio: "Así es, todo lo demás no vale nada cuando se le compara con el infinito valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él, he desechado todo lo demás y lo considero basura a fin de ganar a Cristo y llegar a ser uno con él" (Filipenses 3:8-9, NTV).

Pablo menciona a otros como Timoteo (1 Timoteo 4:6), Epafras (Colosenses 1:7) y Tíquico (Colosenses 4:7) como ministros y siervos especiales del Señor. Dios equipa a Sus ministros con dones únicos para ayudar a todo el cuerpo de creyentes a ministrar al Señor: "Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-12, NBLA).

Ministrar al Señor significa servir humildemente a las necesidades, sean cuales sean (Mateo 25:35-44). Jesús enseñó que debemos convertirnos en siervos para ser considerados grandes en Su reino (Marcos 10:43-44). Nuestro ejemplo es el propio Jesús, que no "vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:45, NTV).

En Jesús, cada cristiano recibe el ministerio de embajador de Cristo. Somos "real sacerdocio" (1 Pedro 2:9). El Señor nos confía el "ministerio de la reconciliación" y el "mensaje de la reconciliación", para que a través de nosotros reconcilie al mundo con Dios (2 Corintios 5:18-21). En Cristo, todo creyente obtiene también como herencia al Señor mismo (Efesios 1:11-14).

Conocer a Dios íntimamente y caminar en estrecha comunión con Él constituyen el objetivo más elevado y la recompensa más excelente de la vida del creyente. Como lo fue para los levitas de antaño, lo sigue siendo para Sus ministros de hoy. Ya sea que realicemos tareas regulares en la iglesia, prediquemos como el gran apóstol Pablo o ayudemos silenciosamente en segundo plano, todos estamos ministrando al Señor como "frágiles vasos de barro que contienen este gran tesoro": la vida de Cristo. Le servimos dejando que Su vida se manifieste en nuestros cuerpos moribundos para que otros puedan ver la gloria de Dios y recibir la vida eterna (2 Corintios 4:7-18).

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