Pregunta: ¿Qué significa que ningún hombre puede domar la lengua (Santiago 3:8)?
Respuesta:
La lengua es un órgano corporal que el ser humano utiliza para formar palabras. Por eso Santiago utiliza la lengua como metáfora del habla. Informa a los lectores de la Biblia que "nadie puede domar la lengua" (Santiago 3:8, NTV). Esta afirmación forma parte de la enseñanza de Santiago sobre el difícil problema de controlar nuestra forma de hablar (Santiago 3:1-12).
Aunque es un órgano relativamente pequeño, la lengua es poderosa, con efectos de largo alcance y un gran potencial para producir tanto el bien como el mal (ver Santiago 3:3-6, 9-10). La literatura sapiencial dice: "La lengua puede traer vida o muerte; los que hablan mucho cosecharán las consecuencias" (Proverbios 18:21). Santiago compara la lengua con un bocado diminuto en la boca de un gran caballo, capaz de hacer que el animal vaya a donde quiera el jinete; y con un pequeño timón en un barco enorme, capaz de dirigir la nave en cualquier dirección, incluso con vientos fuertes (Santiago 3:3-5). Para ser algo tan pequeño, el poder y la influencia de la lengua parecen desproporcionados.
Santiago hace hincapié en la naturaleza destructiva de la lengua, calificándola de "llama de fuego" capaz de "incendiar toda la vida" con una pequeña chispa y "un mundo entero de maldad que corrompe todo el cuerpo. Puede incendiar toda la vida, porque el infierno mismo la enciende" (Santiago 3:6, NTV). Lamentablemente, la mayoría de nosotros reconocemos la verdad de este pasaje cuando recordamos la devastación y la ruina que han causado algunas de nuestras palabras mal dichas.
Santiago deja claro que domar la lengua es una tarea que va más allá de la capacidad humana: "El ser humano puede domar toda clase de animales, aves, reptiles y peces, pero nadie puede domar la lengua. Es maligna e incansable, llena de veneno mortal" (Santiago 3:7-8). Sin embargo, no sugiere que los creyentes seamos impotentes y debamos renunciar a la perspectiva de controlar nuestra forma de hablar. A pesar de su dificultad, domar la lengua es imperativo: "Si afirmas ser religioso pero no controlas tu lengua, te engañas a ti mismo y tu religión no vale nada" (Santiago 1:26, NTV).
Nadie puede domar la lengua y dominar su habla con sus propias fuerzas o por mera fuerza de voluntad. Pero los cristianos están llamados, en obediencia a Dios, a decir solo lo que es bueno y útil, a ejercitar el autocontrol, a deshacerse de las palabras desagradables y a pronunciar palabras sanas que afirmen la vida (Efesios 4:29; 5:4; Gálatas 5:22-23; Colosenses 3:8; 1 Pedro 2:1; Tito 3:2). Jesús dijo que en el día del juicio los creyentes tendrán que dar cuenta de cada palabra ociosa que digan (Mateo 12:36).
Los seguidores de Cristo deben rendirse a Dios y confiar en el poder del Espíritu Santo para vencer el pecado y el terrible mal que pueden producir nuestras lenguas. Aunque la victoria perfecta sobre el pecado no es posible en esta vida, podemos hacer progresos significativos por la gracia de Dios (Romanos 6; 8:2-3; Hebreos 7:25; 1 Pedro 2:24; Tito 2:14).
Dejados a nuestra suerte, ninguno de nosotros puede domar la lengua. Pero gracias a Dios y al poder de resurrección de Cristo que vive en nosotros, podemos dar muerte a las obras de nuestra naturaleza pecaminosa (Romanos 8:10-14). Podemos ofrecernos como sacrificios vivos y santos a Dios y darle el control de nuestras lenguas (Romanos 12:1). Lo que los seres humanos somos incapaces de hacer, Dios puede hacerlo sobrenaturalmente en nosotros.
Santiago escribió: "Nadie puede domar la lengua", porque sabía que los creyentes necesitarían permanecer vigilantes, dependiendo de Dios y de Su Palabra en esta área (ver Salmo 39:1; Proverbios 21:23). Nuestras lenguas son inquietas; son propensas a chismorrear, criticar y quejarse. Pueden propagar la destrucción rápida e incontrolablemente, como un fuego voraz. Por lo tanto, la lengua debe ser controlada por el Espíritu Santo. Si fallamos en esta área, debemos arrepentirnos y pedir perdón y la ayuda, guía y fortaleza del Espíritu. La oración del salmista debería ser la nuestra: "Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios" (Salmo 141:3, NBLA). Cuando el Señor tiene el control de nuestras lenguas, entonces sabemos que tiene el control de nuestros corazones y de toda nuestra vida (Mateo 12:34; 15:18-19).