Pregunta: ¿Por qué se advierte: "no os hagáis maestros muchos de vosotros" (Santiago 3:1)?
Respuesta:
Santiago ofrece muchos consejos prácticos en su carta, incluida esta severa advertencia: "Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación" (Santiago 3:1). La razón por la que no muchos deben hacerse maestros es que los que enseñan se exponen a un juicio más severo. Los que enseñan deberían saber más que los que no enseñan. Los maestros afirman conocer la información e idealmente dominarla, por lo que son especialmente responsables del contenido que enseñan.
Los escribas y fariseos no eran justos (Mateo 5:20), aunque decían serlo y enseñaban sobre la justicia. Jesús los reprendió por ser guías ciegos (Mateo 15:14). Uno de los fariseos, Nicodemo, vino a discutir con Jesús, y este le pidió cuentas como maestro de Israel. Cuando Nicodemo no pudo entender lo que Jesús quería decir con que Nicodemo necesitaba nacer de nuevo, Jesús le reprendió. Jesús cuestionó cómo Nicodemo podía ser maestro de Israel y no entender las cosas de las que hablaba Jesús (Juan 3:10). Un maestro de la verdad espiritual debe conocer la verdad espiritual. Por eso Santiago advierte a sus lectores de que no muchos deben llegar a ser maestros (Santiago 3:1). Los que enseñan son responsables de lo que enseñan. Si un maestro enseña incorrectamente, está haciendo tropezar a sus oyentes. Si un maestro no camina de forma digna de lo que enseña, entonces es un hipócrita y merece ser juzgado.
Santiago comprendió que todos tropezamos de muchas maneras, sobre todo cuando se trata de controlar lo que decimos (Santiago 3:2). Esta es otra razón por la que no muchos deberían convertirse en maestros: los maestros hablan mucho. Explica el poder de la lengua con dos ilustraciones: un freno es pequeño en la boca de un caballo, pero dirige a todo el caballo, y un timón es una pequeña parte del barco, pero dirige a todo el barco. Del mismo modo, la lengua es una parte pequeña pero sumamente influyente del cuerpo (Santiago 3:3-5). Nadie puede domar la lengua (Santiago 3:8). Puesto que todos tropezamos en muchos aspectos—en el uso de la lengua, por ejemplo—todos debemos ser prudentes a la hora de enseñar a los demás, no sea que seamos culpables de hipocresía.
Pablo desafió a todos los creyentes a que se enseñaran unos a otros, pero reconoció que, para ello, necesitamos que la palabra de Cristo habite abundantemente en nosotros (Colosenses 3:16). Solo entonces podremos enseñar bien. Pablo recordó que debemos hacerlo todo en nombre del Señor Jesús (Colosenses 3:17). Así evitaremos ser hipócritas en nuestra vida y en nuestra enseñanza. En la advertencia de Santiago de que no os hagáis maestros muchos de vosotros, encontramos un recordatorio de que necesitamos ser quien Dios nos diseñó para ser. Necesitamos caminar según Su diseño antes de pensar en decir a los demás cómo deben caminar.
En otro contexto, Pablo desafió a sus lectores que confiaban en su capacidad para guiar a los demás. Se dirigió a los que confiaban en poder iluminar el camino y guiar a los ciegos (Romanos 2:19) y a los que se creían capaces de corregir a los necios y enseñar a los inmaduros (Romanos 2:20). Se preguntaba Pablo si los que enseñaban a los demás también se enseñaban a sí mismos, y si los que predicaban contra el robo en realidad robaban a los demás (Romanos 2:21). Los que hablaban contra el adulterio, ¿cometían adulterio (Romanos 2:22)? Los que se jactaban de la ley, ¿deshonraban al Señor quebrantando la ley (Romanos 2:23)? Pablo estaba mostrando en este contexto que todos somos culpables de una forma u otra. Santiago afirma algo parecido. Todos son culpables, y hay un juicio más severo para los maestros.
Enseñar es un asunto serio, y debemos tener cuidado con lo que enseñamos y aún más con cómo vivimos. Como Pablo le advirtió a Timoteo, cuídate a ti mismo y a tu enseñanza (1 Timoteo 4:16).