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Pregunta: ¿Por qué estaba Pablo en prisión?

Respuesta:
Pablo estuvo en prisión varias veces durante su ministerio y, casi en todas partes a donde iba, había personas que querían que él estuviera en prisión. Todo empezó cuando Jesús confrontó a Saulo el fariseo en el camino a Damasco y cambió completamente el rumbo de la vida de Saulo (Hechos 9:1-20). Dios había escogido a Saulo, mejor conocido para la mayoría por su nombre romano Pablo, para una misión especial: ser el apóstol de los gentiles (Hechos 9:15; Romanos 11:13; Gálatas 2:8). Cumplir este llamado significaría padecer mucho sufrimiento (Hechos 9:16), incluyendo golpizas, naufragios, lapidaciones y detenciones por simplemente predicar el evangelio (2 Corintios 11:24-27). Sabemos de tres ocasiones en las que Pablo estuvo encarcelado. Dado que Pablo estuvo activo en el ministerio durante treinta y cinco años, ciertamente pudo haber sido arrestado y encarcelado en otras ocasiones también. Los arrestos de Pablo fueron el resultado de su fidelidad al llamado de Dios en su vida, no de hacer el mal.

El primer arresto registrado de Pablo tuvo lugar en Filipos, en Macedonia, durante su segundo viaje misionero, alrededor del año 51 d.C. Una esclava poseída por un demonio seguía a Pablo y a Silas y gritaba: "Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación" (Hechos 16:17). La muchacha era perturbadora y molesta, y finalmente Pablo se volvió hacia ella y mandó al demonio que saliera de ella. Los dueños de la muchacha estaban furiosos de que su fuente de ingresos a través de la adivinación se había ido, así que arrastraron a Pablo y a Silas ante las autoridades y los acusaron de causar disturbios públicos. El magistrado, en contra de la ley romana, los hizo golpear y los arrojó a la cárcel sin un juicio (Hechos 16:23-24).

Pero durante este encarcelamiento, el Señor provocó un terremoto. Las cadenas de Pablo y Silas se soltaron y las puertas de la prisión se abrieron de golpe. Cuando el carcelero vio las puertas abiertas, supuso que los prisioneros se habían escapado y, sabiendo que sería considerado responsable, sacó su espada para suicidarse. Pero Pablo le gritó asegurándole que todos los presos seguían allí. El carcelero estaba tan lleno de gratitud que acogió a Pablo y Silas en su casa y curó sus heridas. Pablo le habló de Jesús, y el carcelero y toda su familia recibieron a Jesús como Señor, y fueron bautizados (Hechos 16:31-34). El primer encarcelamiento de Pablo resultó en gloria para Dios y la salvación de muchos.

El segundo arresto registrado de Pablo, que tuvo lugar en Jerusalén, fue profetizado de antemano (Hechos 21:11); incluso con la advertencia, Pablo eligió continuar hacia la capital. Santiago y los ancianos de la iglesia de Jerusalén le dieron una calurosa bienvenida. También le informaron de creyentes judíos que pensaban que Pablo estaba enseñando a otros judíos a rechazar su herencia judía. Con la esperanza de demostrar que esto no era cierto, y por consejo de los ancianos, Pablo se unió a cuatro hombres en sus derechos de purificación. Esto requería una visita al templo. Sin embargo, algunos judíos no creyentes de Asia reconocieron a Pablo en el templo y agitaron a la multitud contra él, gritando: "¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar" (Hechos 21:28). Nada de esto era cierto, pero, no obstante, el pueblo se amotinó e intentó matar a Pablo. Pablo fue arrestado rápidamente por los romanos y encarcelado. Esto ocurrió alrededor del año 57 d.C.

El comandante del regimiento a cargo de Pablo le permitió hablar a la multitud. Hechos 22 registra el sermón de Pablo, que incluyó su propio testimonio personal del encuentro con Jesús en el camino a Damasco. La multitud gritó pidiendo la muerte de Pablo (Hechos 22:22). El comandante romano envió a Pablo a las barracas con órdenes de que fuera azotado e interrogado (Hechos 22:24). Sin que el comandante lo supiera, Pablo era ciudadano romano y, por tanto, era ilegal que le azotaran sin haber sido declarado culpable. En esta ocasión, Pablo se ahorró los azotes al poner en conocimiento de un centurión el hecho de que era ciudadano romano. Alarmado, y aún sin saber por qué los judíos acusaban a Pablo, el centurión decidió enviar a Pablo al Sanedrín, el organismo de gobierno judío (Hechos 22:30).

Al día siguiente, Pablo hizo su defensa ante el Sanedrín, diciendo que estaba siendo juzgado por su esperanza en la resurrección de los muertos. Los fariseos sostenían la doctrina de la resurrección, pero los saduceos no; por tanto, Pablo aprovechó los desacuerdos dentro del Sanedrín para defender su creencia en el evangelio (Hechos 23:6-8). Algunos de los fariseos salieron en defensa de Pablo, y la disputa que siguió dentro del Sanedrín se volvió tan violenta que el comandante romano ordenó que Pablo fuera llevado de vuelta a los cuarteles por su propia seguridad. "A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma" (Hechos 23:11).

Mientras Pablo estaba en prisión en Jerusalén, algunos judíos conspiraron para asesinarlo, pero el complot fue descubierto por el sobrino de Pablo, que avisó al comandante romano. Pablo fue conducido de noche a Cesarea bajo una fuerte vigilancia, donde continuó su encarcelamiento. Pronto fue juzgado por el gobernador Félix. Al parecer, el mensaje del evangelio convenció a Félix, pero éste respondió con miedo en lugar de arrepentimiento (Hechos 24:25). Félix mantuvo a Pablo en prisión durante dos años más, esperando que Pablo ofreciera un soborno (Hechos 24:26). Como favor a los judíos, Félix dejó a Pablo en prisión cuando fue reemplazado por Porcio Festo hacia el año 59 d.C. (Hch 24:27).

En Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los líderes judíos, que seguían odiando a Pablo, presentaron su caso contra él ante Festo y pidieron que Pablo fuera trasladado a Jerusalén. En respuesta, Festo invitó a algunos de los líderes judíos a ir a Cesarea, donde Pablo estaba detenido. Siguió otro juicio, pero no se pudo probar ninguno de los cargos. Festo quería conceder un favor a los judíos, así que preguntó si Pablo iría a Jerusalén para ser juzgado allí. Pablo se negó y apeló al César. Antes de que Pablo pudiera ser enviado a Roma, el rey Agripa llegó a Cesarea. Festo pidió consejo a Agripa, y Pablo compareció ante Agripa -otra oportunidad para compartir el evangelio (Hechos 26). Como Pablo había apelado al César, fue enviado a Roma alrededor del año 60 d.C. (Hechos 27).

Aunque estaba prisionero en Roma, a Pablo se le permitió vivir en una casa y recibir cuidados y provisiones de amigos y familiares (Hechos 28:30-31). Estuvo bajo arresto domiciliario durante dos años. Pablo "recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento" (Hechos 28:30-31). Fue durante este arresto domiciliario cuando Pablo escribió los libros de Efesios, Filemón, Colosenses y Filipenses. Una vez más, Dios no desaprovechó el sufrimiento de su siervo, sino que inspiró a Pablo para que escribiera parte de lo que sería nuestro Nuevo Testamento. Pablo fue liberado de este encarcelamiento alrededor del año 62 d.C..

El último arresto de Pablo, que no se detalla en los Hechos, ocurrió alrededor del año 66 d.C.. Una vez mas, fue detenido bajo guardia romana, pero esta vez fue confinado a una celda de la carcel. Desde allí, Pablo escribió su segunda carta a Timoteo (2 Timoteo 2:8-9). En la última de las "epístolas carcelarias" de Pablo, su tono es de cansancio y se da cuenta de que pronto llegará el final de su ministerio terrenal (2 Timoteo 4:6-8). Anima a Timoteo a mantener la fe (2 Timoteo 1:13; 2:2; 4:2) y a ir a verle si es posible (2 Timoteo 4:9, 13). Pablo se sentía solo, ya que muchos de sus colaboradores se habían marchado a otros lugares para ejercer el ministerio; uno de ellos, de hecho, había abandonado a Pablo (2 Timoteo 4:10-12, 16-18).

En la cárcel, Pablo escribió con esperanzada confianza: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Timoteo 4:7-8). Afirmó: "Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén" (2 Timoteo 4:18). Al final de su tercer encarcelamiento, Pablo fue martirizado por el Imperio Romano. Fue llevado sano y salvo junto al Señor (Filipenses 1:21-23; 2 Corintios 5:8). Ya no le atacarían más hombres malvados. Nunca más volvería a ver una cárcel.

La vida de Pablo después de su conversión es una imagen de devoción total a los propósitos y planes de Dios. Sus palabras en Gálatas 2:20 explican cómo Pablo veía su vida: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". Pablo pudo soportar el encarcelamiento como un hombre inocente porque consideraba su vida como nada (Hechos 20:24; Filipenses 3:7-10). A pesar de ser tratado injustamente por la nación y la gente que amaba, Pablo continuó predicando el evangelio y aprovechó cada oportunidad para compartir la verdad de Jesús, incluso con los guardias de la prisión (Filipenses 4:22).

Pablo estaba en prisión porque las personas "amaron más las tinieblas que la luz" (Juan 3:19) y "detienen con injusticia la verdad" (Romanos 1:18). Los acusadores de Pablo no querían oír el mensaje de salvación, así que encarcelaron y finalmente mataron al mensajero. Jesús nos advirtió que no debíamos sorprendernos cuando el mundo odiara a los cristianos porque le había odiado a Él primero (Juan 15:18; 1 Juan 3:13). Que todos aceptemos el sufrimiento por Cristo con la gracia y la humildad que mostró el apóstol Pablo.

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