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Pregunta: ¿Por qué deberíamos adorar a Dios?

Respuesta:
Hay infinitas razones para adorar a Dios, pero en el meollo de la cuestión está esta verdad: el propósito supremo para el que fueron creados los seres humanos es adorar a Dios (Salmo 29:1-2; 1 Corintios 10:31; Efesios 1:3-6; Filipenses 2:9-11). Tú y yo fuimos creados para adorar a Dios. La función central de la Iglesia es glorificar y adorar a Dios por medio de Jesucristo (Efesios 1:4-6; 1 Pedro 2:5; Apocalipsis 5:13-14; 21:1-22:5).

Eclesiastés 3:11 nos dice que Dios ha puesto eternidad en el corazón de ellos [humanos]. Este versículo explica por qué no estamos satisfechos con los esfuerzos y logros terrenales. Los seres humanos nacemos con un profundo anhelo interior de comprender nuestro propósito eterno y conocer a nuestro infinito Creador. Anhelamos algo más, algo más grande que nosotros mismos.

Se podría decir que llevamos incorporado el anhelo de adorar. Dios puso la eternidad en nuestros corazones para que tuviéramos hambre y sed de Él. Pero antes de que llegáramos a conocer a Dios a través de una relación con Jesucristo, satisfacíamos esa ansia adorando objetos y búsquedas que no merecían la pena. Nuestros ídolos tomaron la forma de dinero, personas, carreras, pasatiempos, pasiones, posesiones y cualquier cosa que reemplazara a Dios en nuestros corazones.

La Biblia enseña que Dios desea nuestra adoración (Salmo 99:5; Juan 4:23). Él es el único digno de ella (Deuteronomio 10:21; 1 Crónicas 16:25; Salmo 96:4-5). Nuestra adoración a Él revela que el Dios del universo ha captado nuestra atención y se ha ganado nuestra lealtad. Adoramos a Dios porque reconocemos que ningún otro ser, cosa, búsqueda o placer es digno del lugar que Él ocupa en el trono de nuestras vidas (Éxodo 20:3-5; Hebreos 12:28-29).

Adorar es reconocer, honrar y expresar el valor que Dios le debe como nuestro Hacedor (Hechos 17:28; Santiago 1:17; Apocalipsis 4:11) y nuestro Redentor (Colosenses 1:12-13; 1 Pedro 1:3). La adoración forma parte de nuestra comunión diaria con Dios. Para los creyentes, la adoración es nuestra forma de vida. El apóstol Pablo definió la adoración como un estilo de vida integral, dedicado a glorificar a Dios: "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Romanos 12:1).

Cuando adoramos a nuestro Padre celestial por medio de Jesucristo, experimentamos la comunión con Él (Filipenses 3:3). La adoración es la forma en que nos reunimos con Dios y lo alabamos por Su bondad, amor, misericordia, gracia, sabiduría, belleza, verdad, santidad, compasión, poder y cualquier otro aspecto de Su carácter: "Aclamen con alegría al Señor, habitantes de toda la tierra! Adoren al Señor con gozo. Vengan ante él cantando con alegría. ¡Reconozcan que el Señor es Dios! Él nos hizo, y le pertenecemos; somos su pueblo, ovejas de su prado. Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre. Pues el Señor es bueno. Su amor inagotable permanece para siempre, y su fidelidad continúa de generación en generación" (Salmo 100:1-5, NTV).

En la adoración celebramos la presencia y el poder de Dios. Nos acercamos más a Él cuando habla a nuestros corazones y habita en nuestras vidas. Su voluntad se convierte en la nuestra y somos transformados.

La adoración no sólo nos cambia a nosotros, sino que también da a conocer a Dios a los demás y cambia también sus vidas: "Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios. Muchos verán esto, y temerán y confiarán en el Señor" (Salmo 40,3). Nuestra adoración da testimonio de lo que Dios ha hecho en nosotros y de lo que también puede hacer por los demás.

Sí, Dios merece nuestra adoración, pero nosotros, a su vez, nos beneficiamos de ella. ¿Qué podría ser mejor que encontrar y cumplir nuestro propósito final: adorar a Dios y vivir en su presencia por siempre jamás? "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 7:9-12).

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