Respuesta:
Profesar algo es declararlo abiertamente. Cuando usamos la expresión profesión de fe, normalmente nos referimos a la declaración pública que hace una persona sobre su intención de seguir a Jesucristo como Señor y Salvador. Puesto que las palabras no siempre reflejan la verdadera condición del corazón, una profesión de fe no siempre es una garantía de la verdadera salvación.
Romanos 10:9-10 muestra la importancia de una profesión de fe en Cristo: "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación". La fe en el corazón va acompañada de una confesión con la boca. Aquellos que son salvos hablarán de su salvación, incluso cuando esa confesión pueda llevar a la muerte, como fue el caso de los cristianos de Roma a los que Pablo escribía.
Nuestra parte en la salvación es mínima porque la salvación es una obra espiritual que el Espíritu Santo realiza. Nuestras palabras no nos salvan. La salvación es por gracia mediante el don de la fe (Efesios 2:8-9), no por las palabras que hablamos. El reproche que Jesús hizo por la hipocresía de los judíos era por la profesión vacía de ellos: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí". (Marcos 7:6).
En los días de la iglesia primitiva, y en muchas partes del mundo hoy en día, confesar a Jesús como Señor podría ser costoso. Para los creyentes judíos, profesar la fe en Jesús como Mesías implicaba la persecución, incluso la muerte (Hechos 8:1). Esa fue una de las razones por las que Pedro negó tres veces que conocía a Jesús (Marcos 14:66-72). Después que Jesús resucitó de los muertos, ascendió de nuevo al cielo y envió el Espíritu Santo para que habitara en los creyentes, los temerosos discípulos de antes, confesaron a Jesús con valentía en las calles y sinagogas (Hechos 1-2). Gracias a su profesión de fe, ganaron seguidores, pero también fueron perseguidos (Hechos 2:1-41; 4:1-4). Se negaron a dejar de hablar de Jesús, recordando sus palabras: "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles" (Lucas 9:26). Por lo tanto, un propósito de nuestra profesión de fe es declarar que no nos avergonzamos de ser llamados Sus seguidores.
Evidentemente, las palabras sin un cambio en el corazón son sólo palabras. Una mera profesión de fe, que no tiene un corazón de fe, no tiene poder para salvarnos o cambiarnos. De hecho, Jesús advirtió que muchos de los que piensan que se salvan a causa de una confesión, algún día se darán cuenta que nunca fueron suyos: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7:21-23). Así que una simple profesión de fe en Jesús, aunque esté acompañada de buenas obras, no garantiza la salvación. Debe haber arrepentimiento del pecado (Marcos 6:12). Debemos nacer de nuevo (Juan 3:3). Debemos seguir a Jesús como Señor de nuestras vidas, mediante la fe.
Una profesión de fe es el punto de partida para una vida de discipulado (Lucas 9:23). Hay muchas maneras para hacer una profesión de fe, así como hay muchas maneras para negar a Jesús. Él dijo: "Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios" (Lucas 12:8). Una de esas profesiones externas es el bautismo, que es el primer paso de la obediencia para seguir a Jesús como Señor (Hechos 2:38). Sin embargo, el bautismo tampoco garantiza la salvación. Miles de personas han sido sumergidas, rociadas o mojadas con agua, pero ese ritual no puede salvar. "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha" (Juan 6:63). El bautismo debe simbolizar la nueva vida que tenemos en Cristo, el cambio interior de la lealtad que nos caracteriza. Sin esa nueva vida y ese cambio de corazón, el bautismo y otras profesiones de fe son simplemente rituales religiosos, que no tienen poder en sí mismos.
La salvación tiene lugar cuando el Espíritu Santo se mueve en un corazón arrepentido y comienza su obra santificadora para hacernos más parecidos a Jesús (Romanos 8:29). Cuando Jesús explicó este hecho a Nicodemo en Juan 3, comparó el mover del Espíritu con el viento. No podemos ver el viento, pero vemos dónde ha estado porque transforma todo lo que toca. La hierba se mueve, las hojas se sacuden y la piel se enfría para que nadie dude que el viento ha llegado. Así sucede con el Espíritu. Cuando se mueve en un corazón que cree, comienza a cambiar al creyente. No podemos verlo, pero vemos dónde ha estado porque cambian los valores, las perspectivas y los deseos comienzan a alinearse con la Palabra de Dios. Profesamos al Señor Jesús en todo lo que hacemos y buscamos glorificarlo (1 Corintios 10:31). La forma en que llevamos nuestras vidas es una profesión de fe mucho más segura que las simples palabras. Las palabras son importantes, y un creyente en Cristo no se avergonzará de sentirse identificado de esa manera. Hubo momentos en los que Jesús insistió en una profesión de fe verbal (por ejemplo, Mateo 16:15), aunque también buscó algo más que palabras: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos" (Juan 8:31).